Mañana de hotel

Chiang Rai, Tailandia, 14 de junio de 2016

Esta mañana cumplí mi labor de viajero leyendo la historia de Birmania (sabido que los responsables del cambio de nombre de Birmania corresponde a los militares, que no tenían ningún poder constitucional para ello, Birmania a partir de ahora será en mi blog siempre Birmania). El viajero esta mañana echaba de menos sus paseos por las tierras de España, sus caminatas antes del alba, el canto de los pájaros y el croar de las ranas dando la bienvenida al nuevo día. Luego se puso a estudiar historia, pero sobre ella flotaba lo otro, la lectura de los días pasados recorriendo la Ruta de la Lana, la primavera de hace un par de años. Siempre que me reencuentro con alguna de mis caminatas un cosquilleo muy particular viene a recorrerme el cuerpo. Reconociendo lo difícil que es saber lo que realmente uno quiere hacer en la vida, o lo que quiere tu cuerpo, o tu mundo interior (no es difícil que un conflicto de intereses venga a interponerse en cada momento cuando tratamos de aclararnos), y sabiendo por experiencia que en no pocas ocasiones nos equivocamos al elegir, confundiendo la pereza, los efectos de una jarra de cerveza, o el emotivo relato de alguien o un pronto ocasional con los intereses reales de nuestra persona, de hecho la tarea puede convertirse en ardua.

Tener la posibilidad de poder elegir sin prácticamente ningún tipo de impedimento lo que quieres hacer al día siguiente o en los meses próximos se puede transformar en un duro trabajo. Me sucede algo así esta mañana. Mi paso por la prensa y por algunos libros me dejaron un hilo de inquietud. Últimamente es así casi siempre, lo que leo no cae sobre mí como agua de verano a la que rato después sigue la vuelta del sol. Lo que veo y lo que leo me obliga a pensar y pensar se convierte con no poca frecuencia en una tarea lastimosa. Quizás sea por esta razón que el acto de pensar me agobia. No puedo atravesar Vietnam o Laos, ni en los próximos días Birmania, sin que una pizca de inquietud me corra por dentro. No puedo leer el periódico sin que algo se soliviante dentro de mí. Naturalmente no todo es negro o blanco, pero de entre lo que ves en determinado momento tu percepción elige, tus pensamientos se aglutinan en torno a problemas o hechos. No puedes evitarlo. El pesar y la esperanza, la emoción y el pesimismo articulan sobre el pentagrama su particular concierto y lo que te llega a los oídos es una melodía de múltiples voces que va ayudar a que tu estado de ánimo se oriente de una manera u otra.

Así que hoy, sobre ese primer estrato que fue recordar mi tránsito por las tierras de Cuenca, está la prensa, las muertes de Orlando (Obama dice que es una muestra de odio y terrorismo. Es cierto, pero… crea tormentas y recogerás tempestades. En esta guerra los norteamericanos son los responsables indirectos de todo lo que pueda estar sucediendo con el ISIS. Nunca en la historia de la humanidad hubo un pueblo que suscitara y provocara tanto odio y tantos muertos como lo ha hecho EEUU. Si lo de Orlando es odio y terrorismo habrá que decir también qué serán los cinco millones de asesinatos de ellos perpetrados en la Guerra de Vietnam, los bombardeos indiscriminados de Laos, los muertos de Afganistán e Irak, las implicaciones en Argentina, Chile y países de Centro América); después está el título de un artículo de Javier Marías, otro gran gilipollas ilustrado, al modo de Azúa; una entrevista, un artículo de fondo de Iglesias; la mediocridad con que el tripartito actúa contra Unidos Podemos, encabezados por Susana Díaz y Rivera. Y está a continuación la lectura sobre los horrores de los militares birmanos. Pues bien, de entre todos ellos destaca el recuerdo de un hombre que se levanta, acaso de dormir sobre el duro suelo bajo un olivo, a las cuatro y media de la mañana para encontrarse con eso que llamamos Naturaleza, los caminos, los ríos, los bichos, el silencio débilmente visitado por sus botas sobre la tierra, el rumor de los álamos. Sí, toda esa jerigonza de la que me paso la vida hablando cuando mis piernas atraviesan alguna parte del mundo; jerigonza porque me repito, porque mi necesidad de contarlo como si de un mantra budista se tratara pudiera confundirse con un sermón cuando lo que en realidad es un permanente canto.

Esta mañana mis pasos por la Ruta de la Lana me alivian de pensar; los periódicos, la historia de estos países que visito (Y constato que prácticamente del único país de quien ha recibido apoyo explícito la dictadura militar birmana es China, que días atrás construyó un cerco en torno a la matanza de Tiananmen), van desapareciendo poco a poco bajo mis botas de andarín de dos primaveras atrás. La luna, que apenas tenemos oportunidad de ver desde que abandonamos Australia y Nueva Zelanda (viajar en un coche de alquiler y dormir a la fresca día a día es uno de los privilegios que en el Sureste Asiático es difícil disfrutar), me llamaba anoche desde lo alto mientras nuestro taxi nos llevaba desde la orilla del Mekong a la ciudad de Chiang Rai. Echo de menos la luna, echo de menos los vivac, el ruido de las olas junto a mi saco de dormir, echo de menos los bosques, el rutilante silencio de las madrugadas atravesando Castilla, Asturias, algún valle del Pirineo.

El aire acondicionado de la habitación del hotel no llega aliviar del todo el calor de esta ciudad. Pasado mañana de madrugada volamos a Bangkok y de allí a Mandalay, al norte de Birmania. Estamos en tiempo de espera. Vida de hotel, de lectura, de dar una vuelta por el mercado y salir a comer y cenar, poco más.