Estados Unidos: El hedor de los asesinos

Vientian, Laos, 5 de junio de 2016

Sobrevolamos Laos. Es imposible mirar hacia abajo y no recordar el genocidio de los estadounidenses perpetrado en este país. Ese hedor que desprenden los estadounidenses sube hasta las nubes por donde atraviesa el avión, huele a carne humana podrida, chamuscada, a cadáveres que fueron gaseados, hieden a muerte por todas las colinas y valles por los que atravesamos. Un paisaje de colinas y enrevesados valles que fue arrasado por un país localizado en la otra punta del planeta. Lo más deleznable que la miseria de los hombres es capaz de cumplir se dio aquí hacer unas décadas. 

Los datos que da la Wikipedia son escalofriantes: “EEUU libraba la Guerra del Vietnam y quería cortar las vías de suministro de Laos a su enemigo vietnamita y evitar que el país tomara partido por el comunismo. La manera de lograrlo es uno de los más desconocidos y brutales crímenes de guerra jamás cometidos: aviones de EEUU llevaron a cabo más de 584 000 misiones y arrojaron más de 260 millones de bombas de racimo sobre las zonas más pobladas del país (arrojó media tonelada de explosivos por habitante). Los propios pilotos estadounidenses admitirían años después que nunca se trató de distinguir entre civiles y militares. 'Si algo se movía, lo bombardeábamos'. La guerra tuvo lugar entre 1964 y 1973: "No queda un solo edificio anterior al bombardeo de EEUU, las montañas parecen quesos gruyere por el número de agujeros que dejaron los B-52. Un volumen de bombas que supera a las que se lanzaron durante toda la Segunda Guerra Mundial”.

Sin embargo la canalla estadounidense tuvo que salir de esta parte del sureste asiático con el rabo entre las piernas con una guerra totalmente perdida. Bonito espectáculo de civilización. Sin embargo, ahora grandes nubes blancas se pasean por el cielo, apacibles, como si la sangre y el dolor no hubieran inundado estas tierras décadas atrás.

Viajando es difícil librarse de la canalla humana, viajando se la ve más descarnadamente, las historias de la mayoría de los paises de este planeta están llena de sangre y horror, de oprobio. Esta mañana, sin ir más lejos, que visitamos el Laos National Museum, en donde los relatos habían sido sustituidos por imágenes, me llamó especialmente la atención un cuadro que daba cuenta de la actuación de los franceses en la Guerra de Indochina. ¿En qué consistía la imagen? En ella soldados franceses tratan de mermar la población de Laos al modo de Herodes, en ella los niños son arrancados de las manos de sus madres y tirados sin más a un pozo. ¿Cabe concebir mayor monstruosidad? Y hablamos de Francia, la culta Francia de Sartre, de Mallarmé, de Simon de Beauvoir, de Apolinaire, de Breton donde las ideas y la exquisitez del pensamiento podrían haber supuesto un grado de civilización y una moral mucho más sólida.

A la vista de estas cosas me pregunto si esto de moverse de un lado para otro no tendrá una consecuencia más profunda que el simple hecho de conocer y visitar lugares. Hoy se me parece que por mucho que se lea en los libros de historia estas cosas nunca llegan a tener la carga emocional que provoca encontrarse de frente con los rostros de la gente que las sufrió. Los genocidios y matanzas que hemos atravesado en el viaje: el genocidio turco en Armenia, las depuraciones políticas de China, las bombas atómicas en Japón, las matanzas de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial en Indochina e Indonesia, el exterminio masivo de vietnamitas por los norteamericanos,  la usurpación de los australianos de las tierras de los aborígenes y sus matanzas; cuando durante muchos días atraviesas estas tierras expoliadas y masacradas por unos y otros lo primero que sientes es horror y, junto a él, por fuerza un fuerte sentimiento de solidaridad se te levanta en un interior contrito por tanto escarnio. Creo que todos estamos necesitados de este tipo de emociones, la racionalidad de los datos, el tiempo que va borrando nuestra memoria, hace que olvidemos, que nuestro rechazo pierda fuelle, cuando en realidad todas estas circunstancias deberían estar grabadas a fuego en nuestro ánimo.

La lluvia del monzón cae con inusitada fuerza sobre la ciudad de Vientian. Escribía en la terraza de un quinto piso pero me he tenido que refugiar en un pasillo para no mojarme. La repentina lluvia ha transformado un calor agobiente en una noche de agradable contemplación. El aire acondicionado,  sin el cual es difícil vivir en estos sitios, ha terminado por joderme un tanto la salud, dolor de garganta, una aparatosa tos y necesidad de pasar el día en la cama. Ese chorro de aire frío cayendo sobre mí le sienta fatal a mi cuerpo. También he perdido el apetito, espero que no esté incubando nada desagradable.

En este país parece que va a ser difícil estar en relación con el mundo, la saturación de la telefonía móvil es tal que en la capital de Laos sólo hay cobertura pasable en las afuerzas. No he podido abrir nada más que la portada de El País. He tenido que esperar un buen rato a que la página se cargara, pero ha merecido la pena. No sé bien lo que serán de fiar las encuestas de Metroscopia, pero en este caso, y contra los machacones intentos de Prisa por tumbar a Podemos, sacar esos resultados a la luz, les han debido de suponer un sacrificio de padre y señor mío. El otro día en una encuesta del PSOE constataban que Unidos Podemos les estaba pisando los talones; un par de días después le sobrepasa en cinco puntos y además, ahora a quien pisa los talones es al PP. Muy bonita noticia, sí, señor. Ahora hace falta que a los adormilados votantes del PP para los que la corrupción de sus dirigentes no parece significar nada, tengan la oportunidad de abrir los ojos de aquí al veintiseis de junio. Cierto que hay que tomar las estadísticas con pinzas, pero algo es algo mientras nuestra inquietud esperanzadora no tenga otra cosa de qué nutrirse.