Unidos: podemos; separados: todo al garete

Ho Chi Minh, 23 de mayo de 2016


“No hay cosa más transversal que la cerveza” (A. Garzón)

Mientras hoy nos paseábamos por la ciudad de Ho Chi Minh, paseo también bajo la lluvia que no molestaba demasiado dentro del poncho de plástico que habíamos comprado a una vendedora ambulante, viejita de cara arrugada y encantadora expresión de dulzura, se fueron cociendo algunos temas que, ahora, de vuelta al hotel, con la ventana abierta al belvedere de la calle, algo menos ruidosa que ayer domingo, pero notablemente animada todavía, quisiera poner en orden, un tablero dispar de procedencia diversa que será como el diario de un primerizo escritor que quisiera dejar constancia de los minutos del día, bien que mis minutos se refieran más que a hechos a unas cuantas ideas que encontraron cobijo en mi pensamiento a lo largo de la jornada.

El post anterior lo había terminado con una cita de Alberto Garzón, así que jugando al juego ese de las palabras encadenadas empecemos este nuevo post por dicha cita, ahora nada que ver con el negocio de los que sufren en su piel no ser más precavidos con las mujeres.

La cita rezaba: “No hay cosa más transversal que la cerveza”. Me gusta esta informalidad cargada de verdad de Garzón, de la misma manera que me gusta esa salida de Manolo Monereo, otro de mis admirados personajes públicos, al ser interpelado como si fuera un traidor al aparecer en la cabecera de Unidos Podemos por Córdoba: “Sí, soy podemita, soy un traidor. Y ahora… ¿discutimos de política?”. Los juegos malabares que han venido haciendo Errejón y la plana mayor de Podemos con ese concepto de transversalidad, a poco que uno entienda se parece a esa táctica que usan los vendedores de novedades para sorprender a la posible clientela de la calle, la que establece que hay dos tipos de tendencias políticas, una enraizada en el conservadurismo, rancio o de aspecto más humano, los que se aprovechan de una situación de dominio material o ideológico espolvoreando con su hisopo sobre la población adormecida mentiras de medio pelo para que el personal les siga votando; y otra, que ciegos hay que estar para no ver quienes son, que sufren la codicia y el expolio de los primeros, los que provocaron la guerra civil y siguen luchando encarnizadamente para retener sus prebendas. Que los de Podemos quieran distinguirse de la izquierda clásica con este distingo, transversalidad, intentando sustituir el concepto clásico izquierda-derecha por el arriba-abajo, donde los de abajo tiende a agrupar a aquellos que llegan con más dificultad a fin de mes, se me parece una mera forma de señalar fronteras con otras fuerzas clásicas de la izquierda sin que el término añada nada a esa realidad en donde el objetivo esencial es parar los pies a esa élite económica e ideológica trabajando por un país en donde la racionalidad, el sentido común y el sentir de la justicia se haga notar. Llámale galgo o podenco, como quieras, pero que sea claro que todos estamos en el mismo barco. Hacer de ese concepto, transversalidad, un distingo para dividir las fuerzas de la gente común es un dislate que si puede servir para cazar votos, pues bueno, consintámoslo, pero si por el contrario va a servir para que unos y otros, siempre gente de la izquierda, y por tanto en el mismo barco, rememos en sentidos diferentes, pues ya la jodimos. Que tanto IU como Podemos hayan necesitado meses para llegar a la conclusión de que separados no se comían dos roscas en las elecciones podía aleccionarles para no ser tan puntillosos y terminar reconociendo que pequeñas discrepancias de programa no deberían ser motivo de distracción para emplearse a fondo en lo que a todos conviene: cambiar el país, restablecer las reglas de juego y sumar y sumar.

La generosidad que vemos estos días por parte de unos y otros en la adjudicación de las cabezas de lista en Almería, Córdoba y Jaén (el general José Julio Rodríguez, Monereo y Cañamero) son un ejemplo esperanzador de lo que puede ser el futuro de Unidos Podemos. Unidos podemos y separados nos vamos al garete. Así que atentos a la transversalidad, una buena cerveza al gaznate, o dos o tres si es necesario para entender que unidos podemos, y a hacer millas, que es lo que necesita el país.


Después de la cerveza de Garzón lo mejor que hubo en mi paseo por Saigón fue una escena conmovedora del libro de Romain Rolland. Breugnon, mi divertido enamorado, que entre bromas y serios atempera el alma sacándole hilachos de verdad a la vida tan contradictorios, aparentemente, como conmovedores.
Breugnon, bromista de mucho calado, artista y gran cultureta de su tiempo, allá por el siglo XVI, está casado con “la vieja”, la gran equivocación de su vida con la que mantiene una confontración y desesperado desencuentro desde los primeros meses de matrimonio. Total, un día esa mujer, horror de la vecindad y la familia, es alcanzada por la peste negra. Breugnon deja todo lo que está haciendo y camina durante dos días hasta llegar a su lecho de enferma. Lo que sigue es la rendición a una verdad que dormía profundamente en el alma de la esposa, un conmovedor resurgir de ese amor que debe de andar en todo ser humano humillado en los sótanos del ser pero que sometido a la presión de la cercanía de la muerte explota en un grito de amor antes de abandonar la vida. Y me imagino al autor enfrentándose a esta tarea y me parece un trabajo imposible. Y sin embargo Romain Rolland lo consigue plenamente con instrumentos muy dispares, trombas, percusión, violines, las delgadas notas de una flauta, más el humor, el desenfado, la sencillez de una vida que se acaba. Era un cuadro digno para que ocupara en mi ánimo una buena parte del día. Sí, nada es blanco o negro… los matices, las pequeñas cosas, tantas notas durmiendo “en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas!”

Y Breugnon vuelve a casa, pero cerca de ella se entera de que su casa, una más entre las de los apestados, ha sido quemada. Mira resignado a lo lejos los restos del barrio en cenizas. Se vuelve entonces hacia el castillo del conde donde desea acariciar sus esculturas en madera años atrás vendidas al dueño del lugar. El conde en un arranque de pusilanimidad las ha mutilado, yacen medio destruidas por las estancias del castillo. Su desesperación ante el espectáculo es irreprimible. Tiempo después cuando su ánimo se ha sosegado, de sus labios salen estas palabras: “El hombres es nada, el arado es su obra, triple asesino el que mata la idea. El mundo es una llanura árida donde en cada tanto surge un camspo de trigo en donde nosotros, artistas, hemos sembrado un mundo nuevo”.

Dos ideas para un día de primavera en el sudeste asiático: que unidos, podemos y que el mundo es una llanura árida en donde si de tanto en tanto surge un campo de trigo es porque nosotros lo hemos sembrado. Etc., etc.