Romper aguas

Halong Bay, Vietnam del Norte, 31 de mayo de 2016

La luz es como una puñalada trapera asestada en el corazón de la hora de más calor. Los pináculos del archipiélago de Halong Bay desvanecen de calor, planos, con la pesantez encima de quienes siendo bellos y hermosos en la ambarina luz del atardecer o con la niebla enredándose entre sus nervudos dedos calcáreos, se ven ahora deslucidos, erguidos y señoriales sobre retazos de bosque pero adormilados y totalmente deslucidos.

Es el centro neurálgico del turismo vietnamita, una etiqueta que, como puede suponerse, jode una parte importante del afán del viajero que parece desear, egoísta él, que la belleza del mundo no fuera rota por las hordas turisteras que asolan el mundo con su algarabía y su pizca de banalidad. Uno pareciera que tuviera algo de aristócrata con estas cosas, pero qué le vamos a hacer, uno nació para la soledad y la contemplación de la naturaleza, no para sufrir el pelotazo de los mercaderes que acorralan las bellezas del planeta seguidos de legiones de turistas armados, cual batallones en época de campaña, con teléfonos y cámaras ametrallándose con ellos a sí mismos y a todo lo que les rodea.

Y es que hoy me pilló nuevamente cansado, muy cansado; ¿del viaje?: probablemente. Una interrupción. Paréntesis. Bronca a bordo. La habitación no tiene ni ventilador ni aire acondicionado, algo de lo que nos habían dicho en la agencia que íbamos a tener. El calor es bochornoso. Bronca. Otros pasajeros arremeten con otras quejas. La bronca sube de nivel. Son tantas veces que nos quieren tomar el pelo, que en algún momento, aunque sólo sea por diversión, uno tiene que explotar. Te llevan de acá para allá como muñecos, paran media hora aquí para que compres esto o lo otro, quince minutos después para que compres lo de más acá o lo de más allá; nos pasean por la ciudad recogiendo o dejando gente sin ninguna explicación. Y mientras, ahora, las islas pasan silenciosas y llenas de calor a babor y estribor. No es cosa de apurar los nervios con esta clase de asuntos, así que me desentiendo, abandono de repente la bronca, le dejo con la palabra en la boca al encargado que está poniéndose grosero, y abro el portátil para dar cuenta de mi crónica de hoy. Los turistas somos pura y simple mercancía con la que trajinar; así es tristemente en muchas ocasiones. Los caraduras y aprovechados de todo tipo andan sueltos da per tutto. Llueve sobre mojado, en la agencia nos habían dado un precio en dólares, cuando nos cobran a través de la tarjeta lo han convertido a dongs a un cambio mucho más alto que el oficial; también tuvimos bronca, hubo que rehacer la operación. A esta gente, si les dejas te vacían, te bacilan, los bolsillos en unos días.

Hablaba de cansancio. Temo que va a ser un tema recurrente en estos días. Mis piernas necesitan caminar, un bosque, un monte, algo. Me llego a preguntar si no estaría ahora mejor caminando por la Pedriza o haciendo uno de los Caminos de Santiago del Norte que me faltan. El día nueve hace un año que salimos de casa. El cuerpo lo nota. También el calor argumenta. Mientras veníamos en autobús hasta la bahía, pensando en lo que nos queda por delante, Laos, Tailandia de nuevo, Burma, India, se me aflojaba el cuerpo; ni siquiera un par de semanas en Cachemira me hacían ilusión. Debe de ser que así estamos fabricados, hechos para ir de tensión en distensión, de relajación en tensión, hechos para hacer de la vida ritmos distintos. No toda la vida se puede estar comiendo cocido por mucho que te guste. Eso parece, a juzgar por cómo tengo el cuerpo hoy.

Nuestros compañeros de trip se han ido a hacer kayaking en una bella ensenada donde hemos atracado. Victoria y yo, como hemos dejado las actividades marinas para la siguiente reencarnación, disfrutamos de una ligera brisa que cruza la borda; ella lee esa terrible novela que es “1984”, de Orwell y yo miro a las musarañas tratando de hacer del tiempo un remanso que no me esté pidiendo continuamente actividad. Quizás un viaje como hemos venido concibiendo éste durante todo el tiempo, y que tantas veces cambió de rumbo y de revoluciones, habría necesitado cuatro o cinco años más para hacerlo del todo racional. Racional, quien asume la cotidianidad de sus obligaciones laborales alternándolas con los momentos de ocio y los fines de semana sin premura, al ritmo que marcan las estaciones. Cuando de la vida desaparecen los fines de semana, o mejor, cuando desaparecen todos los días del lunes al viernes y siempre es fin de semana, uno anda siempre un tanto desorientado, el ritmo de los días pierde cierta entidad, por lo menos al principio, y sin ritmo, sin cambio de registro y alternancia de actividades y motivaciones puede ser más complicado andar por la vida.

No sé si me lío, pero no hay cosa más sencilla de entender si lo que vengo diciendo lo comparamos con la música. Ritmo y alternancia de melodías son dos elementos esenciales para que exista la música, y aquí, en el Sureste Asiático, desde que abandonamos las selvas de Borneo hay algo que me dice que, o encontramos algunas variaciones melódicas y ritmos diferentes o esto tarde o temprano hará aguas, que no romper aguas que es algo que acaso nos despertaría del todo.

Le voy a proponer a Victoria a ver qué le parece esa posibilidad de romper aguas; ella es una experta en el asunto. En una ocasión vivíamos una apacible vida de preparto en un pequeño pueblo de Asturias donde yo ejercía de maestro, tardes de paseo por los prados de la avanzada primavera asturiana, largas jornadas de ir preparando el parto de los mellizos que poco a poco se aproximaba –dos meses faltaban- hasta que, de pronto, una madrugada del mes de junio, eso, ella rompió aguas. Y sí, visto y no visto vimos transformadas nuestras vidas a partir de ese momento, lo que era una balsa de aceite se convirtió primero en un parto prematuro, una hemorragia que casi la deja a las puertas de otro mundo, dos bebés que no llegaban al kilo y medio, la posibilidad que el  kilo doscientos de nuestro ultimogénito, una cosa mínima que tuvo que hacer un enorme esfuerzo para existir, no llegara a conocer el verano en puertas.

Pero no, no caerá esa breva. Romper aguas, por muy metafórico que uno se ponga, a esta edad ya uno tiene muy pocas posibilidades de ello; requeriría eclosionar en un mundo nuevo, una posibilidad acaso maravillosa, pasar de la suave y muelle vida de jubilado ( a una instancia superior de exploración y descubrimiento, de inocencia, de exploración del mundo que a no más tardar revolucionaría nuestra sangre y nuestros sistemas de defensa en unas ganas de vivir, que tal como lo recuerdo yo en mi hijo Mario con su aspecto adusto lleno de cables y monitores por todos los lados que controlaban todos sus constantes vitales; que tal como lo recuerdo yo en Mario no tardaría definitivamente en convertirse en un pillo trepaárboles de ojos saltones que se comían el mundo; todo lo cual requerirían un organismo mucho menos gastado que el mío.

Hace un rato que hemos atracado, la tarde cae despacio despacio y, naturalmente, se llena de la miel recolectada durante el día que se derrama por las aguas y las pequeñas nubes que trotan sobre el horizonte de los pináculos que nos rodean. A las seis me subo a la terraza, un balconcillo sobre la bahía, a hacer las consabidas tomas con mi cámara. Está bonito el atardecer.