La banalidad del mal. Viaje en tren.

Ciudad de Ho Chi Minh – Hanoi, 26 de mayo de 2016

Atardece. Una ligera bruma tiñe con su velo de azul pálido la lejanía, colinas, retazos de costa, parajes de mar que aparecen y se esfuman tras los árboles más allá de los arrozales donde todavía espejea la tintada gris azulada de un cielo que se hará ceniza oscura en unos momentos. Ahora atraviesa la ventanilla del tren una playa solitaria, más allá un mar salpicado de juncos en el que faenan con sus redes en la rada. Sus farolillos siembran el mar como estrellas de una constelación que acostada sobre las aguas se mecieran blandamente recreando el mapa del cielo.

Un día de viaje en tren es siempre una suerte de fin de semana para alguien al que sus obligaciones entre el lunes y el viernes le han tenido muy ocupado. Un gusto para los ojos que sólo tienen que mantenerse abiertos para que los paisajes ocupen tu retina, para el cuerpo que como bebé en la cuna se ve acunado en el ritmo simétrico que fabrican el balasto y las traviesas bajo los pies de acero de este apacible monstruo que recorre la península de Indochina de sur a norte con la indiferencia que da el hábito, maquinalmente, como una hormiga que estuviera programada para hacer su recorrido a lo largo de toda la vida sin rechistar por un momento. De vez en cuando paramos y unos empleados uniformados de azul armados con unas largas barras de hierro le palpan los pies al monstruo comprobando que éstos no flaquean. Baja gente, suben pasajeros y de nuevo nos ponemos en marcha. A veces cuando atravesamos pueblos y pequeñas ciudades el paisaje se hace desagradablemente feo; Vietnam que es un país que habíamos visto relativamente limpio hasta ahora, se hace estercolero junto a las vías del tren. Una suciedad que humilla el paisaje y empaña la belleza de los rostros de sus habitantes, hermosa raza de hombres y mujeres ésta, sin lugar a dudas; cosas que no caben en la cabeza de uno que la basura vaya a parar al otro lado de la calle sobre terraplenes y prados durante kilómetros y kilómetros.

Como uno se pasa el día codeándose con la gente, encontrándose con ella en los libros y en los museos, en las guerras, en las desgracias, en la calle, rostros donde es fácil encontrar un ánimo templado y dispuesto a vivir en el lado donde la sonrisa es espontánea donde raramente asoma la acritud, entiende malamente que los cuerpos que sostienen estos rostros decidan pasar la vida rodeados de pestilente basura, un perfecto hogar para que las ratas se reproduzcan. Hay cosas que uno no llegará nunca a comprender, la guerra es una de ellas, pero permitir que la calle sea un estercolero es otra. Son tantas las cosas que uno no comprende en todos los ámbitos de la vida y que sin embargo existen...

Ahí mismo hoy, mientras el tren se ponía en marcha, ojeando los periódicos era pasear la vista por el estercolero hispano de la derecha, ese nuevo estercolero ramificación del IBEX35, y encontrarse a ese señor Rivera de Ciudadanos afirmando a primera plana en El País, que Podemos sólo iba a Venezuela a traerse dinero. Uno no entiende que con miles de años de civilización haya gente tan miserable, esa banalidad del mal de que hablaba Victoria en su último post, citando a Hanna Arendt, que se viva sólo para trepar, para intentar pisotear al que discrepa contigo, para… Los periódicos y la vida están llenos de estas cosas. Pasé las primeras horas del viaje empapándome sobre la Guerra del Vietnam. Los miles, millones de muertos en más de una ocasión fueron la consecuencia de que el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, quisiera apuntalar su reelección con una victoria aplastante en Vietnam, que finalmente se convirtió en derrota. Que el objetivo personal del presidente de ser reelegido debiera de pasar en su cabeza por una de las masacres mayores de la historia, no parece que fuera un impedimento para que este individuo, ¿paranoico, loco, enfermo, loco de atar?, pusiera en juego todo su poder personal para llevarlo a cabo. Después de él fue Nixon, éste, además de la reelección tenía una obsesión que era la de no pasar por el único presidente de Estados Unidos bajo cuyo mandato se había perdido una guerra. Las consecuencias de esta obsesión también se resolvieron con miles de muertos y atrocidades de todo tipo, incluida la masacre My Lai (de las cuales voy a incluir fotos más abajo con la misma finalidad que lo hice ayer), un hecho espeluznante que el Pentágono intentó ocultar pero que finalmente vio la luz. Pego aquí un somero resumen de los hechos tomados de la Wikipedia… esa necesidad de recuperar la memoria histórica para crear conciencia y saber en qué mundo vivimos. Así que paréntesis de momento.

Masacre de My Lai

“El 16 de marzo de 1968 las tropas de Estados Unidos lanzaron una operación en la región de Son My en la búsqueda de vietcongs. Al segundo teniente (equivalente a alférez) William Laws Calley y su sección le fue asignada la zona My Lai 4. Al llegar a la zona de aterrizaje los helicópteros dejaron a los soldados y se desplazaron a la posición de espera. A lo largo de cuatro horas, Calley y sus hombres violaron a las mujeres y las niñas, mataron el ganado y prendieron fuego a las casas hasta dejar el poblado arrasado por completo. Para terminar, reunieron a los supervivientes en una acequia.
Los pilotos y artilleros vieron cómo Calley disparó su arma contra ellos y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo hasta matar a todos los habitantes de la zona (es decir, ancianos, mujeres y niños). Por "defectos" en la investigación, no se sabe la cifra exacta de asesinados, pero se estima que debió estar entre 347 y 504.”

Fin de paréntesis. Estoy descansado, el viaje en tren relaja, pero el acto de leer, noticias de España, la Guerra de Vietnam, mi estimado Colas Breugnon, hace que mi ánimo sea un hervidero de procedencia muy diversa. Siento a través de los libros, la guerra, el lúcido pensamiento del protagonista de la novela de Romain Rolland, siento a través de los estercoleros de las ciudades que atravesamos, siento a través de la tarde que llega vistiendo el mundo de azul pálido.

Siento, vivo: mi viaje continúa. Quizás este viaje sea como recoger agua en un cesto, vivir una más de mis propias extravagancias, pero embebido como estoy de la vida y de los seres de las tierras que atravieso creo, lo decía ayer Victoria, que tengo que alegrarme de haber puesto en este último tramo de mi vida una experiencia de este calibre que entre todas las cosas va a ayudarme a comprender el mundo un poco más.

Las imágenes que siguen pertenecen a la Wikipedia