Kuching, Borneo, Malasia, 18 de abril de 2016
Es la hora de la siesta, hemos llegado de la calle sudando como pollos, me he duchado, hemos encendido el aircon y el ventilador y en cueros me he dispuesto a reponerme del calorazo de hace un rato. Así que cojo el portátil, lo abro, lo enciendo y espero a que Windows se abra. Mientras tanto más acá del teclado mi vista tropieza con una cosa chiquita rodeada de pelitos que parece quisiera asomarse a ver qué sucede en la pantalla. Ella mira el teclado y yo miro a ella y así, contemplándola, se me enciende en la cara una pequeña sonrisa socarrona que dice, hola, poquita cosa, hay que ver, lo pequeña que eres y el juego que puedes dar, ¿eh? Sí, hablo de ti, chavala, le digo, pero no me oye, está absorta mirando las letras que van apareciendo en la pantalla; acaso está tratando de hacer, me digo, un ejercicio similar a monsieur Champollion intentando descifrar el contenido de la Piedra de Rosetta. En fin, la muy ingrata no dice ni mu, me ignora totalmente, así que ahí la dejo adormecida sobre la pierna; espero que no me entretenga demasiado porque el cometido de hoy es arduo, voy a tratar de hablar de teología, que no es moco de pavo; así que manos a la obra. Ayer había intentado hablar sobre política a partir de una entrevista a Pablo Iglesias (Pablo Iglesias se desmelena, Magazine fashion&Art), pero después de llenar un folio y medio de esto y de lo otro comprendí que aquello no funcionaba y lo dejé, así que hoy, pese a que me gustaría hablar de otro asunto político, esa imperativa necesidad de que IU y Podemos acudan juntos a las urnas, voy a dejarlo reposar y voy a tratar de hablar de teología ;-).
Habíamos vagueado esta mañana tanto en la paz de la habitación que cuando decidimos echarnos a la calle para buscar un lugar para comer el calor derretía los sesos, y además era tan tarde que nos costó Dios y ayuda encontrarlo. En la terraza del restaurante que encontramos no quedaba ni rastro de algo que se pudiera comer, pero sin embargo un letrerón anunciaba que allí se vendía cerveza, el gótico letrero de la Carlsberg cubría la parte superior del dintel. No fue necesario insistir, la señora se ofreció a prepararnos unos fideos chinos. Mientras yo entré a localizar la cerveza y fue allí, junto al mostrador, donde encontré el tema para mi post de hoy. Un retrato de gran tamaño de Benjamín Franklin presidía en la semipenumbra el local, algo sumamente extraño en un país musulmán en las antípodas de EEUU, sin embargo no era el retrato lo que había motivado los honores de presidir la pared principal del restaurante sino la frase que cubría parte del retrato, algo que no sé si serían realmente palabras de Franklin, pero que de cualquier modo elevaba la condición de la cerveza a un estatus próximo a la condición divina al, en palabras del expresidente de EEUU, convertir a ésta en la prueba inequívoca del amor de Dios hacia el hombre: “Beer is living proof that God loves us and wants us to be happy”. La cerveza es la prueba viviente de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. Mi amigo Santiago Pino, que gusta de la cerveza como todo hijo de vecino no musulmán seguro que estará de acuerdo con las palabras de Franklin y, aunque creo que es tan ateo como yo, seguro que en esta clase de teología coincidimos plenamente.
Pienso que fue san Agustín aquel que enarbolaba aquellas diez pruebas irrefutables para demostrar la existencia de Dios. Mientras me comía mis fideos chinos y daba largos sorbos de cerveza, hasta el punto de que Victoria me llamara la atención porque “sin darme cuenta” ( me estaba trincando una cerveza de 670 mililitros yo solito, se me ocurrió que si san Agustín hubiera conocido la cerveza lo mismo podría haber utilizado la existencia de ésta, toda palpable, bebible, riquísima, para añadir una undécima prueba de la existencia de Dios tomando a la cerveza como principio generador del amor divino hacia los hombres, dado que, siendo la cerveza la prueba viviente del amor de Dios, difícilmente podríamos negar a Éste siendo la cerveza una manifestación de la divinidad ;-). Ahí dejo la idea para que la utilice si quiere algún teólogo o estudioso del hecho religioso, no cobro un duro por ello; quizás no se le haya ocurrido y pueda resultar de provecho para engrosar esa tozudez con que durante siglos han perseguido trascender la fe, algo totalmente aceptable, con argumentos imposibles.
Programa inmediato. Mañana visita al Cat Museum (curioso amor el de esta ciudad de Kuching por los gatos que todavía no hemos logrado descifrar) un lugar donde iba a ser imposible que no recalara mi amada esposa la hortelana ( después de la perra que cogió con los gatos hace un par de años. Ella no es de perros ni de gatos pero, ah, a veces el destino es una procaz paradoja que no deja títere con cabeza. Así ella, que los ha huido siempre, desde que aparecieron cinco huerfanitos en nuestra parcela rodeando a su madre que había fallecido la noche anterior se hizo una amante inseparable del género gatuno. Acogió a los cinco y desde entonces no ha dejado de amarlos con todo su corazón. Desde que entraron los gatos en casa se le habían acabado lo viajes, las salidas, todo, no era capaz de dejar solos a los gatos: pobrecitos, decía. Se entiende por qué, bastó que durante la hora de la siesta se le pusieran sobre el regazo, durmieran sobre su cama o la hicieran zalamerías con sus hocicos y las almohadillas de sus patitas para que la hortelana perdiera el tino. La única manera que hubo de sacarla de casa para este viaje fue encontrar a otra amante de los gatos que se ocupara de ella en su ausencia, encontrar a nuestra amiga Ana que cuidaría de ellos y de los perros fue la única manera de convencerla para viajar. Así que mañana al Cat Museum y pasado mañana un vuelo al interior de la selva, al Gunung Mulu National Park donde pasaremos algunos días, un magnífico lugar que ya conozco, un plato fuerte para los amantes de la naturaleza y los recorridos a través de la selva.