A 200 kms. al norte de Brisbane, Estado de Queensland, Australia, 5 de abril de 2016
Llovía discretamente y el tráfico era denso, pero no importaba, dentro del coche había un ambiente de discoteca en ese momento y los altavoces largaban a un volumen respetable la voz de Jim Morrison que en aquel instante interpretaba el inolvidable tema de Riders on the storm. Y yo andaba golpeando sobre el volante el ritmo recordando aquellos años, cuando Pynk Floid, Led Zeppelin... cuando mi hijo Guille hacía sonar en los altavoces de toda la casa, precisamente, durante horas a los Doors; cuando va la hortelana y por encima del fragor de la música me suelta: Oye, ¿tú crees que nosotros vamos a poder estar siempre juntos hasta el final? No tuve más remedio que volver la cabeza para ver la jeta que había puesto. A un servidor el rubor enseguida le sube por las mejillas y necesitaba verla para comprobar de qué iba aquello. Y Jim Morrison embebido en su Riders on the storm repetía el estribillo y a mí , que en ese momento lo que estaba haciendo era intentar sacarle el parecido a este tema con la Cabalgata de las valkirias de Wagner, lo que me salió de repente fue: Bueno, haciendo un esfuerzo, quizás. Y me acordaba, mientras el volumen de la música no bajaba un ápice, del post que había escrito aquella misma mañana sobre la idiotez del tal Azúa, pero también sobre las otras muchas idioteces que a veces surcan las procelosas aguas de la convivencia conyugal.
Ese hasta que la muerte nos separe que imponía el rito, de parecida manera a como el primer mandamiento de la ley de Dios imponía notarialmente amar a Éste sobre todas las cosas (y no puede haber disparate mayor ese de que por ley debas amar a alguien... Mira que la Iglesia tenía también gente chaveta, ¿eh?), nos había sonado siempre tan ridículamente impositivo y retórico que dicho así, después de (oye, cuantos año llevamos casados, le pregunto) sí, cuarenta y uno, me dice, casi me pilla de sorpresa. Uno entiende que después de tantos años es como si a uno le hubiera crecido en el cuerpo esa otra parte del yo, perdida, que decía Platón, aunque no separadas en otras vidas y reunidas después, como parecía que creía el filósofo, y como a un geranio, que siendo uno se convierte en dos mediante un esqueje, termina por ocupar la misma maceta sin que la dueña de la planta tenga que preguntarse cuando va a regarla si en algún momento cada esqueje saldrá pitando a hacer su propia vida.
La verdad es que el asunto es críptico del todo cuando uno decide alejarse de las convenciones y, tratando de reflexionar con los hechos que se derivan de la ternura y el amor en el trato con las personas que quiere o ha querido, se encuentra frente a sensaciones y sentimientos que nunca hubiera pensado que existían inmersos como estamos en una moral tan rígida y convencional como la nuestra. No sé, yo tuve una novia no hace mucho con la que gustaba pensar que pasaríamos la vejez juntos si la hortelana accedía a cederle una de las habitaciones de nuestra casa, un bonito puzzle difícil de llevar a cabo pero que nos prometimos encajar. El caso es que como auguró alguien de mi familia, esas cosas salieron mal y el noviazgo se disolvió de parecida manera a como sucede en los matrimonios. Sin embargo, sigue habiendo una cosa que me intriga, me intriga que la gente que se quiere, incluso la que se ha querido, se separe. Lo que decía más arriba con un poco de coña sobre los esquejes del geranio puede ser la pura verdad. Quien ha estado verdaderamente enamorado y se ve forzado después de un largo tiempo a una separación me parece imposible que pueda llegar a vivir sin más, sin sentir esa parte de sí mismo que ya no está como una amputación de su propio cuerpo. Cuando se ha vivido cierto grado de intimidad pareciera que fuera imposible hacer desaparecer la presencia del otro de ningún modo.
En este punto me sería difícil seguir ya mi charla con la hortelana, compañera de viajes y un largo etcétera más en el ámbito de la broma en que solemos movernos; pero dado que el desenfado es uno de los mejores recursos para aprender a ver la realidad global de la convivencia, digamos que sí, que Unidos hasta que la muerte nos separe, aunque de tanto en tanto alguna pequeña idiotez de las que hablaba ayer se obstine en meter palos en los radios de la rueda del día a día.
Debería terminar esto aquí porque el viaje se ha convertido en hacer y hacer y kilómetros sin más por un paisaje sin demasiados atractivos, pero esta mañana volví a leer una noticia relacionada con...
Sí por cierto, y para terminar, me llamaba la atención de nuevo en la prensa, me asombraba, que una cabeza llena de chorlitos como la del tal Azúa sea incapaz de entender que hay cosas en las vidas de las personas y las sociedades que no se resuelven asistiendo a la universidad, que es lo que le parece a este señor donde está la fuente de la catecumenización para entrar en la feligresía de los elegidos, además de tener padrinos, pasta, y un obispo que certifique que nunca has tenido concubinato con los entonces llamados rojos o con aquellos que luchan por que haya una mayor justicia en el mundo. Viene a cuento lo anterior a raíz de una nueva intervención de este lumbreras en los medios, para hablar de los escasos estudios de esa mujer en la que hoy hay puestas tantas esperanzas de cara a la regeneración política y económica del país.
A este imbécil del sistema, como a tantos bufones del franquismo, no se le pasa por la cabeza que para llegarle a la altura del zapato a la Colau tendría que haber pasado antes por tan innumerables universidades de la vida, de la solidaridad, del sentido de la justicia, que sería imposible ni siquiera con varias decenas de reencarnaciones cubrir la mínima parte del plan de estudios que este señor necesitaría para estar a la altura de la alcaldesa de Barcelona.
Eso, que Dios los cría y ellos se juntan. Es extraordinario que en un país civilizado con casi dos millares de años de historia se pueda dar voz en instituciones culturales a semejantes esperpento. Le decía a Santiago Pino hace un rato en un comentario de mi post anterior, que estas cosas ya no me cabrean, que lo que me provocan es una sonrisa de condescendencia, como la que me provocaría tropezarme con algún ser antidiluviano que pretendiera darnos lecciones sobre la realidad política y social del país, sobre quién está o no preparado para llevar los asuntos de la comunidad.
Hoy es nuestra última noche de dormir en la tienda. Hemos adelantado dos días la entrega del coche y pasaremos estos, mientras sale nuestro avión, en Brisbane haciendo vida urbanita. Hemos puesto la tienda en un área de descanso donde suelen acampar y pasar la noche lo viajeros y mañana meteremos todos nuestro material de cocina, camping, mesa y sillas dentro de la tienda con un cartel fuera ofreciendo todo ello a quien quiera llevárselo. Material completo de camping para dos personas. Si algún madrileño lo quiere puede venir a por ello. Volveremos a quedarnos con ese pequeño macuto con el que salimos de casa. Estamos deseando volver a la simplicidad de nuestro equipaje.