Brisbane, estado de Queensland, Australia, 7 de abril de 2016
Decía Manuel Hoyos, el amigo del Navi, que siempre que le llega la nostalgia necesita darle salida de alguna manera, y en este caso él había recurrido a antiguas fotos de juventud para compartirlas con los compañeros de las redes sociales. Yo le contesté que con la nostalgia se pueden hacer excelentes platos de cocina, incluso obras de arte. La nostalgia es como el suave regazo de un amor temprano.
Hay quien de la nostalgia echa pestes porque dicen que debilita la materia gris que habita bajo la coraza craneana. No debería ser así, si uno es lo que es, de alguna manera lo debe a lo que fuimos de niños, en la adolescencia o en los años de la juventud; un pasado en cuyos momentos después nos recreamos y que provoca en nosotros lo que llamamos nostalgia guarda cierta similitud con el universo de los corales. De parecida manera a como el universo de los corales es producto de sucesivos añadidos, nuevas vidas que van creciendo sobre el elemento primero, así, puestos a imaginar y a hacer cabriolas con las ideas podríamos ver a las personas, una complejidad de acumulaciones de experiencias, pensamientos, actos, vicisitudes interaccionando entre sí. Si vistiéramos uno de esos trajes de neopreno que se ven por aquí, ahora que hemos atravesado junto a la Gran Barrera de Coral, y nos echáramos a la espalda una botella de oxígeno y a continuación nos sumergiéramos a ver qué veíamos por ahí abajo, tendríamos un magnífico espectáculo que contemplar, el tiempo, en su lento pero fructífero discurrir, ha creado un fantástico paisaje donde algas, peces y todo tipo de vegetación ha encontrado el idóneo microecosistema en donde desarrollarse.
Nosotros mismos en las sucesivas cimentaciones que se han producido en nuestras carnes a lo largo de la vida, rincones olvidados, memorias pérdidas de la infancia, tiempos memorables en los que probablemente se han asentado nuevas algas, donde el coral, nuestra propia sustancia, se ve visitado por bandadas de peces de colores que adornan nuestro propio pasado dándole una nueva dimensión. Jacque Cousteau paseando en su batiscafo por los alrededores de ese mundo submarino. No hay nada más bonito que imaginar el pasado como ese paisaje coralino rodeado de la elegancia multicolor de sus peces y plantas. De acordarse de los malos ratos, a esos ni un vaso de agua, pero a los buenos, vamos, todo mimos, todos los colores, aunque uno se muera de nostalgia frente a la jarra fresca del atardecer mientras se columpia en la hamaca y piensa en lo enamorado que está de ese tiempo que brota de tanto en tanto entre las rendijas de la vida cotidiana.
El tiempo escultor, es el título de un libro de ensayo de Marguerite Yourcenar en que el flujo del tiempo que ha acompañado a la historia de su vida y vivencias se remansa en la edad de la madurez para revivirse de nuevo al soplo de la memoria y del impulso de la pluma. Ese ejercicio de hacer memoria en donde brota la nostalgia como un perfume de madreselva que nos trae casualmente la brisa.
Hoy visitamos en la Art Gallery de Brisbane la 8th Asia Pacific Triennial of Contemporary Art. Fue una excelente decisión. El encuentro con esta ciudad desde Roma Street Station es tan caótica, trenes elevados, calles de tráfico rápido en distintas direcciones, bajadas y subidas, el río capricho al que necesariamente debe ceñirse el diseño urbano, que ya de entrada nos hicimos a la idea de que se trataba de una ciudad hecha a trozos e improvisada en razón de un precipitado crecimiento. Algo de eso hay, pero, sólo hay que caminar un poco hacia levante para encontrarse ya un propósito mucho más funcional y estéticamente agradable. En el centro de ese entorno, junto al río y frente un paisaje de rascacielos que no han logrado ni mucho menos el equilibrio armónico entre ellos que nos haga mirarlos con delectación, como es el caso, por ejemplo, en Shanghai, se alza el Queensland Museum, un hermoso complejo en donde como en las antiguas calles medievales donde los oficios se agrupaban en barrios, se han juntado los museos de ciencia, arte contemporáneo y el edificio destinado a la trienal, todo ello en un conjunto urbanístico destinado al ocio y al recreo y que se une al centro económico de los rascacielos por un puente peatonal de fantasía.
Paseamos por el museo hasta que la espalda empezó a chillarme. Un paseo de los más agradables que hemos tenido durante este viaje, paseo de encuentro con las corrientes artísticas más significativas de esta parte del Pacífico. Parece que tuviéramos siempre que ir buscando nombres conocidos, artistas consagrados en todas partes del mundo cada vez que ojeamos en internet o en las guías las páginas de una gran ciudad, y nos olvidamos de los nuevos creadores, que muchas veces muestran una fuerza nueva y extraordinaria, una frescura que no encontramos en nuestras produciones artísticas de Europa. Pasear por las salas de un museo sin poder poner nombre al autor de ninguna obra produce al principio una curiosa sensación de extrañamiento que poco a poco, como si una débil luz fuera cobrando intensidad, nos va introduciendo en un mundo original donde el artista busca suscitar sensaciones nuevas y complejas a través de esculturas, vídeos, fotografías o pinturas. Dejo más abajo un pequeño muestrario fotográfico de nuestro paseo.
Mañana pasaremos la noche en el aeropuerto, como casi siempre nuestros vuelos son intempestivamente tempranos. Entre un vuelo a las cinco de la mañana y otro a las diez la diferencia de precio si te descuidas puede doblarse, así que a madrugar se ha dicho. Esperamos encontrar algún rincón en el aeropuerto donde podamos dormir sin molestias.