Yogyakarta, 7 de enero de 2016
Hoy me encontré con un artículo de Savater en El País, del que conociendo su fría e irónica acogida al movimiento del 15M, ya podía adivinar lo que podía venir en un asunto que titulaba Ni podemos ni debemos relacionado con el referéndum catalán. A Savater lo he leído discretamente, en el tiempo, quiero decir, y me gusta porque encuentro en sus páginas ideas que cuando voy caminando (siempre le leí en estas condiciones) me alertaban sobre cuestiones vitales en donde acaso yo mismo había hurgado en busca de claridad, pero sobre todo me gusta su prosa, su prosa independientemente del contenido que alberga. Esta fue la razón de picar en su artículo. Aunque el mismo Savater afirme que una buena prosa levanta en él efluvios orgásmicos, que es lo que le sucede a un servidor, sin embargo ideológicamente con él me sucede lo mismo que con Vargas Llosa, no los trago, ambos son tan apasionadamente de derechas que me asombro de que la derecha pueda dar mentes tan brillantes a la hora de manejar la pluma; la derecha egoísta, la derecha de los privilegios, los mamones de siempre, quiero decir; me asombra que una derecha que sólo parece pensar en alimentar su estatus y sus bolsillos, condición muy propia para sufrir una hipertrofia creativa de por vida, da a luz a pequeñas obras de arte. No tuve paciencia para terminar con el artículo, hacía la mitad todavía no había entrado en materia liado como estaba, mamporrazo aquí mamporrazo allá, contra los que no pensaban como él, liada como estaba en hacer de su verdad la verdad universal. El caso es que, y es lo que me interesa, este hombre escribe bien y ello es algo que merece mi aprecio pese a los aires de listillo que nada se guarda en arropar. Si escribiera sin decir absolutamente nada, expresar ninguna idea concreta, quizás también le podría leer.
Hoy, leyendo en la hora de la siesta un libro de un autor desconocido, Diario de las cinco de la mañana, es su título, me sucedió algo de esto. El capítulo hablaba de un par de excursiones nocturnas en donde dos mujeres, que acompañaban al autor en separadas excursiones nocturnas con el ánimo de ver amanecer sobre alguna cumbre del Guadarrama, servían al autor para confeccionar un puñado de sabrosos párrafos en donde sus fantasías, siempre enamorado de cualquier hembras que se le cruzara, no tenía más remedio, después de su fracaso en alcanzar cierta conformidad, que quemar la madera que había acumulado en torno a sus oníricas expectativas para transformarla en un acto de escritura. Creo que es algo que llaman sublimación, cuando no alcanzas a las uvas dices que están verdes y entonces gastas las energías que usarías para alcanzarlas en hacer música con las palabras. Es esa música la que oía o leía hace un momento.
Esa idea del placer del texto fue la que me hizo olvidar hoy cuáles habían sido los derroteros de nuestra jornada, y a la que necesariamente hay que dar salida porque si no se me acumulan las fotos y las circunstancias. ¡Tiempos aquellos! Sí, la vida avanza que es una barbaridad… pero para mal. Hace diez años, la última vez que estuve aquí, Borobudur, el más grande de los templos budista del mundo, era un lugar concurrido, pero medianamente visitable. Borobudur, a algo más de una hora en coche desde Yogyakarta, se ha convertido hoy en un lugar de peregrinaje turístico, un sacacuartos; en torno a él se ha montado una parafernalia que aunque todavía no te impida inhalar el perfume del jazmín que reina en el lugar ni escuchar a los pájaros de la jungla, es imposible encontrar en este ambiente el mínimo de recogimiento necesario para poder conectar con el espíritu del lugar. Una pena.
Como el turismo da dinero y hay unos cuantos tópicos que alimentan los bolsillos de los espabilados locales, en estos años se les ha ocurrido habilitar las laderas de un monte cercano a Borobidur con un caminillo que, subiendo por la apretada jungla en quince minutos, previo pago del peaje correspondiente, te deja sobre un promontorio que ellos llaman, jugando a rizar el rizo del marketing turístico, Nirvana sunrise, un punto realmente interesante para ver amanecer. Llegamos allí a las cinco de la mañana. El día no era el más apropiado, pero aún así pudimos asistir a la salida de un sol desteñido sobre una jungla en la que la niebla rielaba en los bajíos creando bellos planos de luces y sombras y entre cuyas masas sobresalían el monolito oscuro del templo budista de Borobudur y la débil silueta del volcán Merapi, que si no se tuerce la cosa escalaremos alguna de las noches de los próximos días. Por cierto que días atrás apareció en la prensa una noticia de la erupción de un volcán en las Islas Célebes, actualmente Sulawasi, un lugar que estaba en nuestra agenda de viaje. Para nosotros, y mientras estemos en Indonesia, los volcanes van a ser el principal atractivo viajero, una marcha nocturna para ver amanecer sobre la jungla en los labios de un cráter es un atractivo que tiene mucha fuerza para dejar de intentarlo. El de esta mañana era un bello panorama aunque fuera formando parte de una pequeña expedición de turistas que esperaban expectantes con las cámaras y teléfonos en las manos la salida del astro rey.
¿De Borobudur? El que quiera saber más que se lo busque en la Wikipedia, seguro que allí va a encontrar una información más precisa e ilustrada que la que le pueda dar yo, que no soy muy dado a las descripciones.
Todavía nos agobia el calor, incluso con el aire acondicionado a tope, a no ser que estés directamente bajo el chorro de aire. Sales con la camiseta recién lavada y cuando vuelves de la calle aquella viene empapada en el acre olorcillo del refrito sudor callejero. Pero se está bien, se está bien en la habitación después de haber comido bastante decentemente en un restaurante cercano llamado Esta casa es tu casa. Es un país donde se puede vivir bien y con poco dinero; un día bien comido y bien dormido no sale por más de veinte euros por persona, o treinta en el peor de los casos.