Shanghai, 1 de noviembre de 2015
Llueve. Leo junto a la ventana a Henry Miller, me tomo un descanso para relajar la vista; me voy al Wikipedia para continuar con la lectura del artículo dedicado a China, leo durante un buen rato; vuelvo a descansar, hago un té, me lo tomo mirando la calle y viendo pasar a los viandantes bajo sus paraguas. Después me voy con la lectura de "Un jubilado en los Alpes" , esa peculiar vida de un ciudadano que decide pasar un trimestre atravesando en solitario a pie los Alpes. En alguna parte de aquellas montañas la niebla es muy intensa y el caminante medita, se siente identificar con lo místicos de épocas pasadas, y a última hora piensa en sus hijos y en la gran distancia que media entre su vida, sus intereses, su forma de vida y la de ellos, y entonces siente que hay una tensión en estas cosas que no acaba de resolverse. Uno quisiera integrar en su mundo, compartirlo también, a su familia, a las personas más cercanas, pero tarde o temprano vendrá a descubrir que ello no es posible. Todos guardamos una cierta apariencia que habla de una cercanía en este sentido que no existe realmente porque, nuestros mundos y formas de pensar son muy diferentes y segundo porque no nos llegan las ganas mucho más allá de cubrir lo que puede ser una convención nacida al amparo de un concepto ideal de lo que entendemos por familia, la asunción de que todos estamos interesados en lo que los otros hacen, cuando los hechos muestran algo diferente. En nuestro caso la única persona que sí se interesa de hecho por los demás, sus hechos o circunstancias, es la hortelana. Los demás "hacemos que" solamente; bueno, no tan asi, pero casi.
Reflexiones que salen de las nieblas, las tormentas y la soledad del pasado verano y que ahora en otro día de lluvia se me aparecen con más claridad cuando observo desde la distancia mi aislamiento de entonces. Quizás tan sólo echo de menos la posibilidad de compartir con mis hijos esas experiencias tan enriquecedoras y que ahora resucito con la lectura de mi relato del pasado año.
Me pregunto si la vida es así y si nuestras mutuas individualidades hacen lo que pueden para salvar las apariencias, y si esto es norma o sólo sucede en unos pocos casos. O si como insisten tantos filósofos nuestra soledad es una condición esencial de la vida que sólo en apariencia se deja ver como cálida acogida familiar. No, tampoco creo que sea así. Estoy echo un lío. Recuerdo ahora cómo añoraba mi vuelta a casa junto a mi familia al final de mi primer viaje a la India. Había viajado durante cuarenta días por aquellas tierras y al final del viaje los últimos días se me hicieron muy cuesta arriba, tuve una necesidad de vuelta a casa tan grande entonces... hoy me sorprendí pensando en aquellas circunstancias, viajando interminablente en incómodos autobuses entre Bombay y Delhi. Bueno, también hay que decir que son cosas diferentes el que tengas una gran necesidad de ver a tus hijos, a tu familia, después de una larga separación y el que eches de menos una preocupación y afición de todos por compartir lo que a cada uno le interesa.
Se deduce de ello que mi soledad es una soledad matizada que, a la vez que se puede bastar a sí misma, echa de menos el calor y la cercanía de los demás. La cantidad de sensaciones y vivencias que acumulo cuando atravieso macizos montañosos o las tierras de la Península raramente tengo la posibilidad de compartirlas con alguien que no sea tangencialmente algún ocasional lector de alguno de los blogs en los que trabajo. Algo que hoy, a miles de kilómetros de mi casa y de mi familia, me produce un cierto cosquilleo de tristeza. Este u otros blogs los podría enterrar bajo algunos metros de tierra sin que en absoluto la cosa repercutiera en la mayor o menor inclinación de una brizna de hierba. Pero de hecho a mí seguirían prestándome igual servicio, la constatación de lo poco o mucho que uno va viviendo es suficiente recompensa por el trabajo que da la escritura. Sin embargo si alguien sustituyera al sujeto de estas escrituras, especialmente en lo que tienen de expresión vivencial, por uno de mis hijos siento que sería incapaz de dejar de leer ni una sola de las páginas de ese diario.
No soy capaz de sacar ninguna conclusión. Cuando he intentado ponerme en las circunstancias de mi padre fallecido hace ya años dentro de su condición de ciego, mi incapacidad ha sido tan grande de llegar a producirme un intenso dolor interior. Si mi padre hubiera tenido alguna predisposición a la escritura y yo hubiera podido leer algún hipotético diario suyo estoy seguro de que su lectura habría sido una buena herramienta para conocerle y conocernos. Estoy seguro de que me habría ayudado a tener con él una relación más empática y real.