El arte de la seducción

Shanghai, 31 de octubre de 2015

Ya se sabe, leyendo a Henry Miller uno conoce de antemano de qué va a tratar más de la mitad de la obra. Henry Miller explotó el asunto del sexo hasta el aburrimiento, tanto que casi te entran ganas de saltarte tres o cuatro páginas cuando ves que se aproxima el polvo siguiente. Quizás de todos modos Henry Miller tenga razón y lo único que hace es hablar abundantemente de algo que está en la mente de la mayoría con mucha más intensidad de lo que nos atrevemos a expresar, y aquellos para los que parece no existir el sexo sea sólo apariencia o simplemente que el organismo les genera una cantidad menor de testosterona. La prevención contra la excesiva presencia que puede adquirir el sexo en las relaciones sociales puede ser tan notoria como para hacer del asunto si no un tabú sí al menos algo en que el margen de ambigüedad  sea tal de permitir a unos y otros, unas y otras, merodear constantemente por las cercanías de la seducción y exhibicionismo sin que nadie de atreva a decir esta boca es mía cuando el aspecto sumamente erótico de quien luce de manera un tanto "provocativa" sale a la calle a hacer el paseillo correspondiente.

Quizás sea ese erotismo refinado que se esconde tan frecuentemente en el modo de vestir, en los gestos, en la mirada o en el modo de contonear el cuerpo una de las manifestaciones culturales más sabrosas y sofisticadas que el mundo moderno ha producido. Amparada la calle y sus habitantes, especialmente mujeres, entre la ambigüedad y la "provocación", el arte de la seducción se convierte en uno de los espectáculos más sabrosos que la calle puede reportar. Y no cabe decir que esto es cosa de este continente u otro, de este país o el de más allá. Asombra descubrir que en países como los de Asia Central donde la austeridad por necesidad es más notoria, cuando uno pasea por alguna de las principales calles, encontrarse con la desbordante abundancia de negocios y empresas dedicados de una u otra manera a conseguir un alto grado de seducción. En cuanto uno de estos países, es decir la clase económica más favorecida, ha conseguido despegarse de los estándares de la uniformidad soviética casi lo primero que aflora son los productos de cosmética, vestidos, joyas, etc. Tras la austeridad los que tienen pasta parecen perder el culo en embellecer a sus mujeres y hacerlas deseables como jarra de cerveza en pleno desierto. Pero no se necesita llegar a tanto ni comprar la ropa en lugares privativos, la necesidad de sacar el mejor partido a un rostro o a un cuerpo es tan universal como la de satisfacer las necesidades primarias más elementales. Seducir al otro, gustar, encandilar. En China es fácil no solo ver mujeres remirándose frente a un espejo en un lugar público, también los hombres lo hacen con frecuencia. El espejo es una de las herramientas personales más recurrentes que uno puede encontrarse en el metro o en la calle, mirarse, echar a un lado unos rizos, corregir la posición de unas mechas, arreglarse el maquillaje, darse un poco de color aquí y allá y mirarse y remirarse hasta encontrar que todo está en orden.

En las novelas de Henry Miller podría parecer que todos estos rituales estuvieran abocados a concluir en un deseable revolcón de cama, que acaso son los prolegómenos, el sofisticado mecanismo de que se vale una sociedad bajo cuya superficie el erotismo tiene una fuerza inapelable, para con arte y discreción llevar a cabo esa necesidad primera que burlonamente Henry Miller llama jodienda y que no es otra cosa que el mandato bíblico de joder y multiplicaos ;-). Parece o lo es. Saberlo es indiferente, lo que si se puede constatar es que la humanidad, más o menos encorsetada a través de la religión, la moral o la política, que siempre intentó poner puertas al aire, se busca sus triquiñuelas para seguir religiosamente los mandados de la madre naturaleza.

Y de ahí a la proliferación en el planeta tierra de todo aquello que pueda contribuir a la seducción monda y lironda del otro no hay más que un paso. De ahí que bienvenidas sean esas alturas que el erotismo y todas sus manifestaciones han adquirido en nuestra a veces no tan dormida sociedad.

En estos días tenemos tanto tiempo para contemplar a la gente, y fotografiarla de paso, que por fuerza el final del día, mientras se acerca la hora de irse a la cama, es un desfile de rostros que unas veces se aglutinan alrededor de un tema y otros, como hoy, se te aparecen como sujetos y actores de un complicado andamiaje genético que a través de milenios de civilización ha logrado la maravilla de un sofisticado erotismo que hace las delicias de una enorme parte de la humanidad.

Shanghai era hoy una deliciosa pasarela de gente heterogénea en torno a la People's Square, un entorno moderno rodeado de espectaculares rascacielos que en su conjunto componían un cuadro admirable que hacía que uno se congraciara con estos escenarios de arquitectura moderna que van sembrando las principales ciudades del mundo con un arte recio de atrevidas líneas que terminan por derivar sinuosas hacia las alturas erguidas sobre grandes vitrales tintados.