"Peace Piece", de Bill Evans

Bakú, Azerbaijan, 10 de septiembre de 2015

Al fin nos ponemos en marcha. Estos días tengo he vivido la sensación de estar varado en tierra de nadie, como esperando que una ola más gruesa de lo común se me echara encima y me arrastrara de nuevo a la corriente del viaje, al trajín de esto y aquello, al encuentro con nuevas gentes y nuevos  paisajes. Hoy habíamos decidido que no íbamos a esperar más por el visado de Uzbekistán; hacia más de una semana que esperábamos una llamada de la embajada con la conformidad y no podíamos esperar infinitamente a que nos concedieran o no el visado, cuando en el restaurante donde comíamos sonó el teléfono: podíamos ir a por nuestro visado, todo estaba conforme. Teníamos una hora y media para retirarlo pero antes teníamos que hacer un pago de ciento cincuenta dólares en un banco en el otro extremo de la ciudad. Taxi aquí taxi allá logramos llegar a la embajada media hora antes de que cerraran.

De hecho la tarde anterior la habíamos dedicado a ver los pormenores de un viaje alternativo que consistía en rodear en tren Uzbekistán hasta alcanzar Almaty, en donde tomaríamos un avión a Dushanbe, la capital de Tayikistán. Tengo que decir que Tayikistán se había convertido en mi imaginación en los últimos días en lo más sustancioso de esta parte de la aventura cuando descubrí las posibilidades que ofrecían las montañas del Pamir. A mí me habían entrado las prisas pensando que ese nos echaba encima el mes de octubre y allí hay que atravesar varios puertos que superan los cuatro mil metros. Si llegaban las nevadas quedaría bloqueado el paso a través del País y las montañas de Tian Shan, más al este, lugares que albergan algunos de los valles y montañas más bellos de la Tierra. Voy a dejar aquí un ejemplo fotográfico que encabeza el artículo de Wikipedia sobre el Pamir.

Así que a las cinco de la tarde con el visado en nuestro poder y con el sello también de Tayikistán sacado hace días, cambiamos de planes y buscamos un vuelo que nos pusiera en la otra orilla del mar Caspio. Mañana volaremos a Aktau, en Kazakhstan, donde trataremos de tomar un tren que nos lleve a Kungirot, ya en la tierra uzbeca.

Baku, una ciudad en donde los Ferrari y los negocios de Tifani conviven con las chabolas de las afueras de la ciudad, donde una periodista que empueza a destapar sucintamente negocios sucios que llegan a alcanzar al presidente del país es condenada a siete años de carcel, un lugar donde los que tienen pasta levantan su emporio como si el centro de la ciudad fuera parte de su cortijo mientras es difícil encontrar pueblos en el país que estén asfaltados, es una ciudad que ha terminado cansándome. Es demasiado evidente cómo la gente de dinero es capaz de organizar un país a las medidas de sus necesidades. No conocemos demasiado en detalle cómo funciona el país pero habría que ser ciego para no ver cómo esa fuente de riqueza que es el petróleo, y que es propiedad del Estado, va a parar directa o indirectamente a servicios e infraestructuras esencialmente destinados a la gente más adinerada. Unas cuantas fotografías tomadas en distintos ambientes del país podrían hablar sin necesidad de esgrimir muchos argumentos en este sentido. La parte moderna de Bakú perfectamente puede ponerse a la altura de cualquier otra ciudad moderna de Estados Unidos o Europa; en contraste los pueblos que visitamos en las estribaciones del Caucásico pueden compararse con los lugares más misérrimos de India o América Latina. Cosas que claman al cielo y que dicen de qué va la clase gobernante en este país... Como la nuestra, vamos, pero todavía más.

Cómo indigna constatar que los mamones de siempre, a todas horas de corbata y chaqueta, sigan acogotando al mundo. Un día deberíamos verlos a todos como en aquella foto en que un poli agarra del cogote a Rodrigo Rato para introducirlo en el coche que le llevaría al juzgado.

Me llega hace un momento un mail de un caminante gallego que para ayudar curar mi inquietud o el aburrimiento que me producen la diplomacia de los países de Asia Central me regala un tema de Bill Evans, "Peace Piece"
( www.youtube.com/watch?v=Nv2GgV34qIg.). Lo dejo aquí como recuerdo de de esta tarde de espera. Se lo decía a Sergio hace un momento, Bill Evans me sonó enseguida a Eric Satie en un disco que llevaba el título de "Aprés la pluie" y que oíamos en casa hace años cuando hacíamos alguna sesión de reiki. Música para serenar el ánimo, una pizca de paz para terminar la jornada de hoy. Gracias, Sergio.