Aktau, Kazajstán, 11 de septiembre de 2015
Después de todo lo más interesante de Bakú para mi gusto lo encontramos ayer en el Museo de Arte Moderno, un edificio que exteriormente apenas llamaba la atención confundido con otros pisos de los alrededores pero que nos sorprendió tanto por la calidad de las obras como por el diseño de su espacio interior. Por la tarde encontraríamos otras muestras de parecido arte en la arquitectura de las afueras de la ciudad.
Esta es la idea: Cuando pisamos Turquía y empezamos a pasar frente a grandes ciudades de corte moderno, esos paisajes de bloques de pisos que atoran la vista y hacen pensar que en definitiva el mundo es un enorme hormiguero en donde cada hormiga ha de encontrar su espacio en alguno de esos paralepípedos de hormigón que afean el paisaje de la mundo, cuando eso sucedía uno enseguida echaba mano de la memoria y empezaba a clamar por el hacinamiento de las viviendas, las viejas ciudades y su espectáculo de bazares, zocos, mezquitas, esas intrincadas calles donde el perfume de las especias puede llegar a confundirse con el olor de los restos orgánicos en descomposición pero que no mermando su encanto por ello nos remiten a un tiempo antiguo que sigue siendo un referente para los que medio siglo atrás habíamos visitado previamente estas tierras. Echaba mano de lo que el olfato y la vista había almacenado en el alma como santo y seña de un país, de modo que todo lo que no fuera aquello y se levantara ante nuestros ojos como infecto hormigón debía recibir cuanto antes la excomunión. Esa era la idea a la altura de nuestro paso por algunas modernas ciudades turcas.
Sin embargo, más adelante el discurso se complicó cuando en las ciudades que atravesamos, Erzurum en Turquía o Batumi en Georgia, empezamos a encontramos con un paisaje urbano aquí y allá que podíamos calificar de fascinante, un paisaje restringido a una parte de la ciudad y que servía a ésta como carta de presentación a sus visitantes, pero suficientemente notable como para servir de enseña a la ciudad; no de otra manera aparecían éstas al turismo, leves y armónicos edificios, rascacielos que emulando los caprichos del pintor levantaban en el suelo de la naciente ciudad moderna un emporio de belleza y asombro ante los ojos del recién llegado viajero que, habiendo atravesado minutos antes los barrios circundantes, casi siempre algo cochambrosos se encontraba de repente inmerso en un fantástico mundo de cemento y cristalería que retaba el vacío y convertía la ciudad en un inmenso y atrevido, y bello por supuesto, cuadro de hormigón.
Evidentemente no es el binomio moderno-antiguo el que hace que encuentres una ciudad atractiva y habitable; se trata más bien de que la ciudad sea bella o una simple acumulación de cemento. Si hay ciudades feas o anodinas, frente a otras que resultan bellas habrá que buscar la razón. En un mundo globalizado como el nuestro si se hace algo feo a lo único que cabría echar la culpa es al presupuesto. Probablemente casi siempre fue así, donde hay dinero hay posibilidad de gastarlo en "estrafalarias" y costosas construcciones, donde no lo hay o no se quiere gastar, las ciudades pueden resultar funcionales pero casi nunca bellas.
Con todas estas ideas acosando el paisaje urbano poco a poco al viajero no le va quedando otra solución que bajar la cabeza y aceptar que es precisamente el dinero el que hace posible una ciudad bella, o al menos en gran parte. El aeropuerto de Bakú, en el que pasamos buena parte de la tarde de ayer, es una muestra de lo que digo. No conozco un aeropuerto que me haya llamado tanto la atención como éste, un bello y funcional edificio en donde el arte y la armonía de sus formas hace que te sientas cercano a esas situaciones en que descubres en las salas de un museo un buen espacio para tu gozo. De camino al aeropuerto también pasamos frente a edificios que pueden estar junto a lo más representativo que se ha hecho en el mundo en arquitectura.
Ese desdén que sentía en Turquía frente a la modernidad urbana de los barrios nuevos, frente a la fealdad de los bloques de hormigón soviéticos de Georgia o Armenia destinados a viviendas, se desvanece paseando por las calles de Bakú. Por cierto, que no está en contradicción lo que escribía días atrás sobre el mundo que se fabrican los ricos para su acomodo, y subsidiariamente para los otros, con esto que escribo hoy. Es jodido reconocerlo, pero no le cabe al pueblo llano, que apenas ha tenido posibilidades económicas nunca, la gloria de haber gestado los grandes pilares del arte de todos los tiempos, algo que de un modo u otro ha correspondido al desarrollo de una sofisticada cultura que siempre estuvo alejada del pueblo llano carente de recursos elementales. La Iglesia, la aristocracia, la alta burguesía han sido con mucho los agentes que han dado vida a la mejor arquitectura que conocemos.
El viajero no sabe a que carta quedarse, porque, reconociendo que la riqueza debe repartirse de una manera mucho más equitativa y, sabiendo que antes de hacer gastos faraónicos en infraestructuras arquitectónicas y viarias, debería atenderse a esto y lo otro; sin embargo encuentra que de hacerse una lectura rigurosa de estos principios no sería fácil pasearse al mismo tiempo por esas ciudades modernas que expresan el gusto del savoir vivre en un consumado y costoso hacer arquitectónico. Ergo, que no sólo de pan vive el hombre, quiero decir, que vivir en un mundo en donde la belleza a todos los niveles no fuera un factor esencial iba a ser un mundo triste aunque todos tuviéramos nuestras necesidades esenciales cubiertas. Los comunistas pensaron en un mundo que habría de pasar calamidades antes de que la igualdad y la justicia alcanzaran a todos. Los resultados de tal ideología resultaron escalofriantes. Me pregunto si esto que hemos visto estos días en Bakú no será una de esas síntesis por las que ha de pasar el mundo en su camino hacia un mundo mejor en donde las necesidades corrientes y el desarrollo de la cultura tengan un trato holgado. ¿O acaso la esencia "cultural" del futuro del mundo será un enorme estadio de fútbol en donde los futbolistas, cual faraones de nueva estofa, ocuparán los cerebros del noventa por ciento de los habitantes de este planeta? No es broma, desde que hemos abandonado Europa, aduaneros, gente de la calle con la que conversamos, cualquiera que se interese por tu país de origen se referirán al Real Madrid, al Barcelona, a Messi o Ronaldo como los antiguos que tropezaban con gentes del Nilo se referían a Orus u Osiris. ¿Consistirá la cultura popular de décadas próximas en esto y acaso en engrosar más y más las redes sociales con toda esa "sustancia" (de sustancioso, quiero decir) que las inunda actualmente?
Anoche volamos por fin a la costa oriental del mar Caspio. Llegar cerca de medianoche a un aeropuerto de esta parte del mundo no es una cosa agradable, nunca sabe uno en que acabará la aventura del taxi, de encontrar hotel, de conseguir dinero del país. La pinta que tenían los veintitantos "taxistas" que nos asaltaron en el aeropuerto, vociferantes y queriéndonos cada uno meternos en su taxi era poco halagüeña. Si cuando llegas a un sitio de estos no sabes aproximadamente lo que cuesta un taxi estás perdido. Las chicas de información "no sabían el precio", nos dijeron mientras detrás de la ventanillas nos acosaban los "taxistas", quizás 4000 tenges. Nuestra guía, bastante atrasada decía unos 1000. No nos costó excesivo trabajo ajustar el precio en 2000 tanges (unos siete euros para un recorrido de treinta kilómetros). A lo largo del camino el conductor hizo alguna llamada a nuestro B&B y logró llevarnos a destino. Todo mucho más fácil de lo que pensábamos. Frente a B&B nos espera una joven con el teléfono en la mano a través del cual oía perfectamente mi nombre. No necesitamos más de dos o tres palabras de inglés antes de encontrarnos cómodamente instalados en una habitación con todo lo necesario.
Imágenes: Todas las imágenes pertenecen al Museo de Arte Moderno de Bakú, excepto la última que corresponde al aeropuerto.