En tren: Tbilisis - Bakú


Tbilisis - Bakú, 31 de agosto de 2015

Noche de tren entre Tbilisis y Bakú. Recuerdo de otros trenes y otros viajes; hacer grandes recorridos en tren aviva una memoria que tarde o temprano dejará correr riachos de viejos recuerdos relacionados con el traqueteo amigo, los paisajes pasando perezosamente a través de la ventanilla, las apreturas, incluso el hacinamiento de algún lejano trayecto entra Agra y Calcuta, el paso de las horas en el Transiberiano rondando a una chinita de cuerpo pequeño y mirada antiguamente cómplice, otro tren atravesando entre Chendú y Urumki al sur del desierto de Gobi una tierra rojiza de barrancos y arena, uno más de época entre Puerto Mont y Santiago de Chile con sus cortinajes y cobres relucientes que hacía pensar en ese Oriente Express de Agatha Christie en donde tras los terciopelos y el brocado de los compartimentos se escondía el autor de un crimen nefando.

Nuestro tren es un tren modesto que ha de sufrir pacientemente las penalidades de la burocracia posbolchevique varado en las vías muertas de una frontera en mitad de la nada entre Georgia y Azerbaiyán. El tren paro, esperamos veinte minutos, pasaron unos guardias recogiendo los pasaportes, transcurrió otro chorro de tiempo, sudamos como pollos un buen rato y terminaron por dejarnos salir a tomar el aire. Trenes herméticos de ventanas clausuradas pero donde el aire acondicionado y sus rejillas nos miran desde el techo con el aspecto de no haberse puesto en funcionamiento nunca. El pasaje yace aquí y allá de las vías intentando cazar al vuelo una brizna de aire que no llega. Cuando el tren se pone de nuevo en marcha la temperatura se alivia un tanto, pero no tardamos en parar de nuevo, esta vez en el lado de Azerbaiyán. Aquí no no permiten salir, tenemos que recurrir a las toallas, un cartón, cualquier cosa que pueda proporcionar un poco de aire o aliviar el sudor. El vagón se llena de policías, de ocupados aduaneros que tan pronto ponen todo el equipaje de un pasajero manga por hombro vaciando maletas y bolsos como pasan de largo indiferentes al pasaje. En la cabecera del vagón se ha instalado un policía con una maleta que resulta ser un sofisticado equipo informático con una cámara en su parte superior. Los pasajeros posamos uno a uno frente a la cámara mientras el policía manipula nuestros pasaportes y mira inquisitivo el rostro del pasajero que tiene enfrente. Mientras tanto una azafata se dedica a abanicar al policía como si le fuera la vida en ello. El poli ni pestañea, sumergido en su máquina y en la identidad de los pasajeros recibe aquella ventolera como si proviniera de un anónimo ventilador colgado en el techo. Un movimiento de sus párpados después de haber sellado tu pasaporte es la señal para que te marches.

Leman es el nombre de nuestra joven y animada vecina con la que charlamos nada más ocupar nuestro sitio en la vagón. Viaja con su madre, maestra de profesión como nosotros. La hermandad  del trabajo sirve para encontrar temas comunes. Leman es una buena parlanchina, no tarda en ofrecerse para hacernos de guía en los próximos días después de su horario de trabajo. En pocos minutos nos ha organizado una gira por todo el país. Fue hablando con ella que resolvimos a posteriori el problema de atravesar el mar Caspio. No entendía que nos obstináramos en alcanzar la otra orilla por barco, algo que no hace casi nadie, dijo, todo el mundo va en avión. No tardamos en descubrir en Google que efectivamente a la otra orilla, en Aktau, Kazajstán, llegaba un vuelo que salía de Bakú, y no sólo eso, el precio del vuelo era notoriamente inferior a un barco hipotético de salida infrecuente que podía demorarse en el viaje entre uno y tres días en función de las condiciones del tiempo. Así que un problema menos: volaremos sobre el Caspio en vez de navegarlo.

Las once de la noche, la música de fondo de un apacible traqueteo invita a la contemplación. Hace calor. Desde mi asiento veo asomar los pies desnudos de los pasajeros del vagón, un espacio sin compartimentos donde como vecinos de una corrala todos derrochamos una cortesía casi exagerada. Al comienzo del vagón una máquina mantiene caliente un termo de agua que los viajeros usan para hacerse un té de vez en cuando. Es una máquina que ni falta en ningún tren chino. Allí la usan también para prepararse una sopa de fideos previamente deshidratada que sirve a los pasajeros como plato fuerte durante el viaje. El té siempre fue el gran compañero de viaje de los viajes por China, el té y una toalla para secarse el sudor que los pasajeros secan en las barandillas cromadas que hay junto a las ventanas.

Acunado por el suave traqueteo del tren la noche se hizo deliciosamente apacible. Tra-tra-tra, horas y horas. De vez en cuando me despertaba en una parada, agitaba mi sueño alguna vecina roscadora, aliviaba mi ganas de orinar en mi orinar portátil, me volví a a dormir llevado en volandas sobre el balastro y las viejas traviesas de leño. Alejarse. A la mañana siguiente despertaría en los arrabales de Bakú.


IMAGENES DE TBILISIS



NATIONAL MUSEUM: LA OCUPACIÓN SOVIÉTICA 

TBILISIS 


TBILISIS, MUSEO ETNOLÓGICO



TBILISIS MERCADO


TREN TBILISIS - BAKU

BAKU