Tbilisis, Georgia, 28 de agosto de 2015
Viajar hace también que el alma se te conmueva al contacto con los hechos del mundo. Desde hace semanas los actos relacionados con el genocidio armenio nos persiguen. Es fácil decir un millón y medio de muertos, hambre, torturas, inanición, los actos más execrables cometidos con un pueblo. Eso, dicho así, apenas deja rastro en el lector, acaso una cierta conmoción. Son fríos datos que nos suministra la razón y que desde la razón han de pasar, si las circunstancias y la empatía lo permiten, al corazón; un tránsito a veces difícil en este mundo en que vivimos donde los shows de televisión nos hacen confundir realidad y ficción o donde la frivolidad llega a extremos tales de hacernos olvidar el sufrimiento ajeno y todo aquello que no esté directamente relacionado con nuestro yo.
Hoy cada vez que pasamos junto a una iglesia ortodoxa entramos, miramos, nos sentamos un rato y hacemos nada. Escuchar, ver, dejar vagar al alma entre los iconos, las voces de los cantos o las luces parpadeantes de las candelas. En la última que entramos se celebraba un oficio, las mujeres musitaban alguna oración entre dientes, tres jóvenes cantaban frente a un atril, el prete yacía de hinojos más allá de una pequeña puerta en el frente del templo. Esos pocos minutos habían creado un climax en mi ánimo, algo que yo no sabía en qué consistía, pero que estaba ahí. Sentí necesidad de abandonar la iglesia y salí al jardín que rodeaba ésta. Bajo la copa espigada de un ciprés había un banco de madera. Me senté en él sin saber qué hacer, pero enseguida recordé que tenía una lectura a medias en el teléfono. Se trataba de Varujan. Existen dos Varujan, Daniel Varujan, poeta asesinado por los turcos en 1915, uno de los intelectuales más notorios del país y por ello masacrado por los turcos, y Varujan Vosganian, rumano armenio, autor de El libro de los susurros, una obra poética que narra la historia de la familia del autor y que recoge minuciosamente los hechos en torno al genocidio armenio. Encontré a estos autores merodeando en la historia de Armenia y ahora estoy apresado entre sus manos. Del primero sólo he conseguido leer unos pocos versos diseminados por Internet, del segundo he rescatado tres capítulos de su novela que me tienen con el alma en un puño. No existe edición digital y la sola lectura de estos tres capítulos ha dejado mi ánimo empapado de consideración (voy a dejar aquí los enlaces de dónde lo he conseguido por si os interesa a alguno. Capítulo 1: http://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=1268 . Capítulos 7 y 8: http://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=1268 ), el primero por su maravillosa escritura, que tanto recuerda a García Márquez, aunque también bien distinto, y el séptimo y octavo por la estremecedora fuerza testimonial de los hechos que relata, el exterminio sistemático de todos lo modos concebibles de la tercera parte de una nación; entonces los turcos encabezados por los llamados Jóvenes Turcos, un movimiento que clamaba por la extinción total de lo armenios; pero después, en otra latitud y unos años más tarde, serían los alemanes de la mano de los nazis. Es muy duro leer estas cosas, muy duro, pero es algo que deberíamos hacer cada cierto tiempo. Leer, absorberlo, digerirlo, tenerlo presente bajo la piel para entender un poco más de cerca la Humanidad y su historia; para comprender también de qué material está hecho el hombre y así dejar de discutir sobre el sexo de los ángeles a cada momento. Últimamente he dejado una vez más de leer la prensa de España. El hecho tiene que ver con esto que digo. La absoluta necedad de la derecha y su revolverse contra la evidencia de que el mundo tiene que cambiar para dar juego a la gente de la calle, a la mayoría que sostiene y habita el país es un espectáculo que me niego a presenciar. Mediocres, zafios, oportunistas, trileros, imbéciles que merodean por los estudios de televisión como si fuera su casa, meapilas, sinvergüenzas, caraduras, criminales, todos ellos con sus voceros de turno disputándose los titulares de los periódicos, intentando convencer al personal para que les voten en las próximas elecciones. Imposible seguir el curso de esta bazofia sin que a uno le den ganas de vomitar. Sí, y todos caben en el mismo párrafo porque hablamos de cosas similares, esa zafiedad, esa encarnación del Mal que en algún momento puede convertir a un país en un río de sangre; y ahí está muestra pasada guerra civil cuya memoria histórica la derecha desea enterrada para siempre, como ejemplo oportuno.
¿No es la estupidez humana y nuestra ingénita capacidad para generar el Mal el eje sobre el que se mueve la historia de la Humanidad? Preguntemos a la señora Merkel, a un ciudadano alemán de a pie, si ellos serían capaces de crear un infierno similar al que crearon sus padres o sus abuelos, capaces de acabar con la vida de cien millones de personas, y seguro que considerarán tal cosa imposible, una idea totalmente loca. Ergo, la terra si muove. Y sin embargo eso es lo que sucedió hace algo más de medio siglo. Igualmente ningún turco consideraría posible que su gente pudiera generar tanto horror, tanta impiedad. Y sin embargo es algo que volverá a suceder, que volverá a suceder, que volverá a suceder irremediablemente... No están lejos las atrocidades de los estadounidenses en Vietnam, en Irak; las acciones contra natura del IS.
Sentado en un viejo banco de madera frente a una iglesia ortodoxa al sur del Cáucaso pienso en estas cosas de mano de Varujan Vosganian. Un par de capítulos de su novela incluidos en los planes de estudios de todas las escuelas y aprendidos como antiguamente nos hacían estudiar el catecismo Ripalda bastaría para inocular de por vida en los futuros ciudadanos la conciencia de lo que un ser humano bajo ciertas circunstancias puede llegar a hacer. Inocular este saber en el alma humana quizás podría llegar a retraer el Mal, podría ayudar a un futuro torturador de los años de Pinochet, a un diseñador de cámaras de gas alemán, al responsable de la matanza de Hiroshima y Nagasaki, a los inspiradores de las matanzas con napal, a los asesinos turcos a considerar los horrores de que puedan ser responsables con una mentalidad más consciente. La pedagogía tenga quizás mucho que ver en la prevención futura de los horrores que nos esperan, que esperan a las generaciones venideras y que inevitablemente la estupidez humana difícilmente podrá evitar si no emplea todas sus fuerzas en protegerse a sí misma del Maligno, de la capacidad destructiva de su propia naturaleza.
Sobre este tema podéis leer más en el post de Victoria de hoy mismo ( http://victoria-heitzmann.blogspot.com.es/2015/08/el-libro-de-los-susurros-leido-en.html?m=1 ). Ambos viajamos juntos y leemos parecidos o iguales libros, así que no es raro que nuestros relatos se entrelacen en algún momento. Hoy es el caso.