Entre Goreme y Diyarbakir


Diyarbakir, Turquía, 30 de julio de 2015

El autobús atraviesa la noche de la Capadocia camino de Diyarbakir. En el cielo hay luna llena. Mis pensamientos mareaban la perdiz de la muerte en este principio de viaje nocturno. No tengo ni idea de por qué, es algo que me sucede de vez en cuando, una constante que como una brisa inesperada corre la tarde desde los tiempos en que murió mi madre. Nada en absoluto que tenga que ver con el pesimismo o con un estado de ánimo bajo. Hacía un rato un enorme sol como pella de fuego desplomádose sobre el horizonte vestía el escenario del final del día de naranja y caramelo. Quizás ese morir a diario del sol en la lejanía tuviera la culpa. Es un pensamiento que me resulta grato; me suele llegar en momentos de recogimiento, al final de una larga caminata, cuando tengo por delante la noche, un final de proyecto, o como hoy, un tiempo vacío de doce horas de autobús de no hacer nada que me dispone a la reflexión. Según han ido pasando los años noto que mi relación con la muerte se intensifica, cada vez tiendo a mirarla de frente con más normalidad, como si se tratara de una vieja amiga con la que te sientas a conversar una tarde de verano en una solitaria playa del Mediterráneo. Desde que comencé este aprendizaje de familiarización con la muerte aprecio el encontrarme con situaciones o asuntos que me llevan a este estado de meditación tan especial. En mi último post, creo, porque con frecuencia pierdo la memoria de lo que voy escribiendo, hablaba de un tipo de situación o imagen que es capaz de soliviantar mi libido o hacer que caiga de hinojos ante los encantos feminiles; en este otro asunto de la muerte sucede algo parecido, algo cruza mi campo visual o emocional y enseguida, como en el caso anterior, me encuentro imaginando el ambiente de ese último momento. Acaso el sexo y la muerte tengan elementos que por concomitancia u oposición suscitan en el individuo momentos de especial intensidad.

De cualquier manera dejo aquí una cita que me gusta en relación a la muerte y que me encontré en un libro sobre budismo del que perdí el rastro. Dice más o menos así: "Mientras tanto (mientras llega la muerte) bebe tu sake, vaga como un león, y muere también como un león cuando llegue tu hora, sin dejar rastro." Como siempre la sabiduría oriental alumbra el camino. A fin de cuentas, aquello de ese haiku que he citado alguna vez: "Esto es todo lo que hay / el camino acaba entre el perejil". Y ya para dejar atados algunos cabos más por si alguno no ha entendido del todo de qué va la vida, citemos otro famoso haiku que completa el asunto: "Llueve. El patito está contento".  El sincretismo oriental no puede ser más explícito. El que tenga oídos que oiga.

El autobús corría por medio de la oscuridad un tanto agitado. Nos habían tocado los últimos asientos del autocar y la idea que teníamos de ver Andrei Rubliev de Tarkovsky que teníamos pendiente para completar el ciclo de arte bizantino sobre el que habíamos estado leyendo los últimos días, se fue abajo. No se puede ver una película de Tarkovsky en esas condiciones. En aquellas circunstancias lo más fácil que podía pasar mientras la oscuridad de fuera era atravesada de poco en poco por las luces de algún pueblo o gasolinera, era que me quedara dormido, lo que sucedió media hora más tarde después de que terminara de leer Gilgamesh. No lo dije anteriormente pero quizás mis reflexiones sobre la muerte estuvieran motivadas también por el tiempo que había dedicado por la mañana a la lectura de esta obra. El anhelo que mueve durante toda la segunda parte de la obra a Gilgamesh de librarse de la muerte, siendo que la inmortalidad se consideraba un don exclusivo de los dioses es una locura que acaso todos los hombres querrían mitigar de una u otra manera, de ahí el nacimiento de las religiones y sus numerosos adeptos. Por cierto, que es asombroso que la Biblia, habiendo copiado casi al pie de la letra algunos pasajes de la que es la obra literaria más antigua de la Humanidad, Gilgamesh, nos la hayan querido vender durante siglos como obra original. Las atribuciones de Salomón, además del derecho a yacer con sus setecientas esposas más trescientas concubinas, eran tales que a dicho rey le debió de quedar poco tiempo para indagar por el origen del mundo, con lo que se limitó a copiar de aquí y de allá todo lo que pudo, añadiendo de su imaginación, entre polvo y polvo (mil mujeres debían de darle un terrible trabajo al susodicho), alguna que otra floritura poética; eso si acaso él escribió algo del Génesis, que según estudios modernos (Harold Bloom, El canon occidental) se atribuye con bastante seguridad a su madre Betsabé. Sorprende sí, encontrarse el diluvio y otros asuntos corrientes de la Biblia por tierras caldeas y asirias mucho antes de que Salomón o su madre naciesen.

Otro asunto que llama la atención en Gilgamesh es la amistad entre éste y Enkidu, de unas características tan exaltadas y parecidas a la amistad entre Aquiles y Patroclo, que hace pensar que probablemente Homero se pudiera haber basado en la arrobadora amistad de aquellos personajes para construir el tandem Aquiles-Patroclo.

Los viajes largos en autobús si no te preparas para ellos pueden dejarte el cuerpo molido. Así que desde el primer momento (mi asiento no se podía reclinar) decidí la vieja postura de las grandes distancias tantas veces experimentadas en largos viajes de tren y autobús: es sencillísimo, sólo hay que proponerse ni adoptar posturas raras ni pretender que un asiento de autocar es una cama. Por ello pasé toda la noche sentado con las piernas juntas, el tronco recto, el culo tocando el respaldo y las manos en los bolsillos del chaleco. Cualquiera que haya viajado mucho tiempo en autobús durante la noche sabe lo complicado que es encontrar una postula confortable. Yo puedo llegar a dormir toda la noche casi de un tirón en esa postura, y lo que es más importante llegar al amanecer sin que me duela la espalda. Desperté cuando el sol levantaba en el horizonte, exactamente frente a mi ventana, en el mismo sitio en que lo vi ocultarse ayer.

Llegamos al hotel a las siete de la mañana así que perfecto para recorrer la parte vieja de Diyarbakir. Dos mundos, la nueva y la vieja ciudad que como en Nicosia hacen pensar que estuviéramos en países diferentes. Flaneamos por estrechas calles durante horas y no perdimos tiempo en convencer a unos y a otros para que se dejaran fotografiar. Algunas mezquitas, una iglesia armenia, un bazar. No, no me caben más asuntos en mi post de hoy. También quiero hacer otras cosas, así que hasta mañana.