El tiempo soy yo


Diyarbakir, Turquía, 31 de julio de 2015

Mientras dormía la siesta, Victoria ha escrito su post, sus ganas de dejar pequeños recuerdos, dice, de nuestro paso por el mundo que la sirvan después para, leyéndolo en un futuro, poder reconstruir y viajar de nuevo en la memoria. Cuando me he despabilado me pregunta: ¿te lo leo? Me lo lee.

"El tiempo soy yo"; cita a Jaime Sabines en lo que me lee, un Sabines que nosotros no habíamos leído y que descubrimos viajando precisamente por México. El tiempo soy yo; Hemingway pensaba de modo diferente, Hemingway decía que el tiempo era el río en donde él solía pescar. En definitiva parece que nada de lo que existe lo hace más allá del horizonte de lo que es nuestra propia vida. Lo demás, por mucho empeño que pongan en hacernos ver nuestra insignificancia, de hecho esa es la realidad más plausible con la que nos podemos encontrar; nuestro yo y el río donde pescamos y hacemos nuestra vida son el eje central del universo. Lo otro podrá o no existir pero su existencia será solo posible gracias a que nuestro yo, nuestros sentidos, le otorguen esa calidad de existencia. De hecho lo que existe fuera de cada uno es tan relativo que probablemente dejará de existir al final de nuestra vida. Al menos desde el punto de vista experiencial individual, claro. Los otros, los lugares que jamás visitaremos, los tiempos históricos que no hemos conocido, la gente que vive más allá de nuestra experiencia, de nuestro barrio, nada más que vive en potencia, como posibilidad.

Hoy estuve indagando en los problemas burocráticos que supone querer atravesar este planeta por tierra, descartando, claro está, los países en guerra o los lugares más o menos conflictivos (llevamos años pensando viajar por ese hermoso país que es Siria, por ejemplo), y el resultado sigue siendo decepcionante. Siempre habrá un puñado de países cuya burocracia le hará a uno desistir de visitarlo. Sucede con Turkmenistán, Azerbaiyán, Uzbekistán, Tijikistan y Kazajstán que interceptan nuestro camino hacia China y Mongolia. Así que, aunque el tiempo sea yo o los lugares y el cierto río donde pesco o vivo, de hecho el mundo de más allá, en este caso los países de Asia Central, aunque no existan dentro de ese concepto en que lo que existe realmente en el mundo soy yo y mis circunstancias, de hecho están ahí en un segundo plano, como la veintena de aplicaciones de mi móvil que no uso pero que están ahí ralentizando el trabajo de éste, haciéndome la puñeta y recordándome que, aunque me crea el centro de una realidad universal de hecho hay otra realidad externa que me mediatiza de continuo. ¿Qué hacemos entonces si no podemos atravesar el mar Caspio, nos lo ponen complicado o no nos da la gana contratar los servicios de una agencia de viaje que nos lleve de la mano por el país como si fuéramos infantes de cuatro o cinco años ? En eso estamos para cuando hayamos visitado Georgia y Armenia. Luego está la cosa de la estética que también tiene su importancia. ¿Cómo alguien que desea patear el planeta puede cada vez que la burocracia hace acto de presencia tomar un avión y aterrizar al otro lado del mundo? Una cuestión de estética y una cuestión de amor propio también. Así que después de todo nos tendremos que rendir a la evidencia de que al fin y al cabo la realidad es algo mucho más amplio que uno mismo y el patio de su casa y que hay imperativos que hay que afrontar. Ya en más de una ocasión hemos dejado de visitar algún país por razones burocráticas; sin embargo en esta ocasión empezamos a inclinamos por lo contrario, quizás tengamos que pasar bastantes horas si no días mendigando por embajadas y consulados que nos dejen pasar, además de tener que destinar buena cantidad de dinero en visados y gestiones de todo tipo.

Nuestro trabajo de turistas hoy, trabajo fue, consistió en visitar las murallas de la ciudad consideradas por la Unesco patrimonio de la Humanidad. Las murallas, que rodean la ciudad casi en su totalidad, no tienen especiales atractivos, pero a las almenas subimos para que no se diga, y eso que hacía un calor del carajo. Las almenas eran un buen miradero sobre la ciudad, que se extendía a nuestros pies decrépita en el tramo que hicimos. Una docena de calles del centro de Diyarbakir ofrecen el atractivo extraordinario de las ciudades con historia con sus mercados, mezquitas, iglesias y calles animadas, pero saliendo de ellas, la pobreza, la suciedad y los olores de materias orgánicas en descomposición son la tónica.

En el restaurante donde comemos ya gozamos del servicio y los parabienes de los clientes fijos. El inglés ha desaparecido casi definitivamente en esta parte del país, pero nos apañamos bien. Aprendemos mirando a nuestro alrededor. En algún momento tenemos que ir a la cocina, a algún mostrador o incluso señalar en la mesa de otros comensales para elegir nuestros platos  pero no hay mayores problemas. Sentirse tratados con tanta deferencia y amabilidad y además comer bien y barato es un lujo. Tanto cuando entramos como cuando salimos es obligado dar un efusivo apretón de manos al empleado que nos recibe. ¿Cómo no sentirte así como si estuvieras en tu propia casa?