Meteora


Tesalónica - Kakambaka, 24 de junio de 2015

El suave runrún del autobús me adormece. Victoria me despierta, estamos frente al macizo del Olímpico, unas montañas no muy espectaculares pero en la mente de todos porque era alli donde Zeus vivía a imagen y semejanza de un mundo idea en donde los celos, el amor, las venganzas o los deseos humanos todos elevados a su máxima expresión tenían su lugar de privilegio. Grandioso, en sus mentes, habitáculo de montañas donde Homero y sus descendientes urdieron la fantástica mitología griega en la dioses y diosas fornicaban sobre nubes cubiertas de flores y se odiaban o amaban con toda la fuerza de su divinidad. El viajero sin embargo no está para mitologías, el viajero tiene sueño, durmió mal por culpa de un ventilador de la ciudad de Roma, el ventilador y la saludable costumbre del caminante de dormir en porretas bajo sus aspas; vamos, que debí coger frío y ahora mi garganta apenas me sirve para hablar débilmente y comer con cierto sufrimiento. Así que cuando me desperté el paisaje era de paja y olivos enanos dispersos por colinas que apenas se levantaban perezosamente sobre el terreno dos centenares de metros. De hecho hoy no deberíamos estar en este autobús, hoy deberíamos haber enfilado hacia Litochoro, el punto de partida para subir al Olimpo, un pico de casi tres mil metros que prometía un par de días de caminata por un entorno privilegiado. Pero, el pronóstico del tiempo era tan adverso que a última hora decidimos cambiar de destino. Quizás retornemos a Litochoro más adelante, ya veremos.

Ahora nuestro destino son los espectaculares monolitos calcáreos de Meteora con sus monasterios desafiando las leyes de la gravedad en picachos y laderas, un insólito entorno que recorrí hace una década y que ahora me complace mostrar a Victoria. En mi blog de entonces dejé constancia de esta visita. Google me ha robado las fotos de entonces pero todavía queda el texto ( http://caminodecasa.blogspot.com.es/2007/09/kalambaka-19-de-setiembre.html?m=1 ).

En aquella ocasión regresaba de un largo viaje que había comenzado en Filipinas, atravesado Asia y recorrido de sur a norte África y Meteora; Corfú y algunas ciudades albaneses constituyeron el cierre de ese largo periplo.

Kakambaka, 25 de junio de 2015

Hay algo de postración en mi cuerpo en este principio de viaje. Me pregunto si este blog seguirá siendo una escritura pública o si en algún momento habrá de dar un giro importante para convertirse en algo privado. Cada vez se me apaga más la necesidad de escribir para otros. Los viajes más que otra cosa son, cada vez lo veo más claramente, un viaje interior en donde el alma del viajero y los elementos del viaje se funden para dar un producto que esencia es personal. Y si no es así así creo que debe de ser. La consecuencia de que de ello se desprende, ya lo aviso, es que a los que llegáis a estas líneas éstas os puedan resultar demasiado cargadas del subjetivismo del viajero y no encontréis en ellas esos detalles que los amantes de los de libros de viajes buscan corrientemente. En este caso, qué le vamos a hacer, lo mejor será no volver a acercarse a este blog. Es sólo un toque de atención, prefiero quedarme solo yo y mi escritura antes de convertir esto en un producto mis inquietudes personales. El placer de escribir no debería estar reñidos ni con los temas ni con los gustos de las personas, debería estar ahí como está el aire que respiramos o las pequeñas flores que nos encontramos en el camino, cosas que existen que acaso merezcan nuestra atención pero en las que tampoco pasa nada si no fijamos la vista. No es que tenga ganas de espantar a los posibles lectores, simplemente es que con el tiempo hay cosas que se desgastan y una de ellas es el interés por que a uno le lean. A partir de aquí todo son ventajas, se gana en libertad y en espontaneidad, sólo será materia de escritura aquello que me plazca escribir, aquello que ayude a mantener en mi memoria las gotas de esencia que de vez en cuando deparan los viajes. Es lo contrario que hacen los escritores de libros que buscan el interés del lector.

No sé si la postración a la que me refería al principio del párrafo anterior tendrá que ver en el estado de ánimo con que escribo estas líneas. Quizás haya algo de ello en el asunto. Por una parte que mi cuerpo no funciona con la regularidad acostumbrada y por otra que la vida diaria exige de momento de pequeñas formalidades que llevan más tiempo del que cabe esperar. Determinar un itinerario, informarse sobre los transportes y localizar alojamientos acorde con nuestro presupuesto se lleva a veces tanto tiempo que echo de menos uno de esos amanuenses que además de cargar con las formalidades te resolvieran todos estos asuntos cotidianos para que tú ricamente pudieras dedicarte a la lectura, a la higiene personal o a consumir una gran jarra de cerveza en una terraza mientras la tarde se desvanece por encima de tu cabeza. Uno puede llegar a hacerse tan perezoso que fuera de largas caminatas y visitar aquello que suscita su interés no quisiera hacer otra cosa.

Hoy los viajeros se dieron un madrugón de padre y señor mío. Cuando salimos de Kakambaka, la calle era boca de lobo y las sombras de los enormes monolitos de Meteora se recortaban en el cielo como grandes fantasmas dispuestos a echarlmse a volar, fue encontrarse con el viejo gusto de oír a los ruiseñores pregonando la cercanía del alba, vieja estancia que siempre me ha animado a ser madrugador. A quien madruga Dios le ayuda, dice el refranero. Hoy no iba a ser un amanecer espectacular, estaba todo cubierto, pero el camino era bonito y nuestras piernas se veía que echaban de menos estas caminatas matinales. En lo alto de una una de esos espectaculares picachos descubrimos, qué casualidad, que apuntaba un cuarto de luna que aparecía como hincado sobre la cumbre. Continuamos caminando entre las encinas y unos minutos más tarde, date, descubrimos "otra luna" asomando por encima de otro de los pináculos. Era inverosímil, pero lo que habíamos confundido con la luna eran dos enormes focos que señalaban la posición de dos monasterio. Los monjes alpinistas de siglos atrás, además de intentar protegerse contra fenicios y otros pueblos invasores, habían tenido el gusto estético de construir sus monasterios precisamente ahí, en la cima de pináculos totalmente inaccesibles. Si lo llevas a nuestras tierras ¿podrías imaginar a los monjes cistercienses o a los benedictinos astures construyendo un monasterio a resguardo de las invasiones del Islam sobre la cumbre del Naranjo de Bulnes o acaso sobre la cimas del Almanzor o el Torreón de los Galayos? Pues algo asi hicieron los monjes en Meteora, monjes y monjas, por cierto... y sobre todo muchos siglos antes de que el Cainejo y su marqués acompañante ni soñaran con que el Picu pudiera subirse.

El espectáculo de los monasterios sobre estos monolitos montserrateños, tanto recuerdan a aquellas serradas y espléndidas cumbres, es un bello paisaje para para la larga caminata de hoy que dejó de ser agreste entrada la mañana cuando alcanzamos la carretera que recorre para los turistas los monasterios. Elegimos lo alto de un gran pedrusco para desayunar. Ni soñando pensamos que a hora tan temprana íbamos a tener una multitudinaria visita que convirtió nuestro tentempié en un espectáculo. Nosotros en el patio de butacas y los japonesitos, un autocar entero, en el proscenio; el escenario eran los picachos y los monasterios del fondo. Los japoneses en masa son siempre un curioso espectáculo. La última vez que los fotografié fue el pasado otoño en el valle de Ordesa, era una procesión en toda regla con japoneses de todas las edades. Cada vez que el cabeza de fila encontraba una flor, una curiosidad, el centenar de japoneses se paraba y tras las exclamaciones de turno sacaban sus cámaras o sus teléfonos, todavía no se había inventado el palito de los selfies, y se dedicaban laboriosamente a hacer fotografías. Los de hoy más que fotografiar el entorno se fotografiaban a sí mismo con la ayuda del palito famoso. Todo un símbolo ese palito que en los últimos meses ha invadido el mundo. Lo siento, pero una sonrisa condescendiente apunta en mis labios cuando veo a alguien manejando ese dispositivo. Quince minutos permanecieron allí con sus palitos y sus cámaras trabajando a todo trapo como el maquinista de la película de Buster Keaton. Muchos de ellos levantaba el palito, sonreían a la cámara, hacían el signo de la victoria con el índice y el dedo medio y disparaban varias veces. Sería interesante saber que podrían deducir los sociólogos de este escenario ya tan corriente en todos los lugares turísticos.

Tras abandonar el escenario de los japoneses logramos localizar una pequeña trocha que nos alejó definitivamente de la carretera, una camino que correteaba entre bojes y encinas enanas bajo las paredes que sostenían los monasterios. A las diez de la mañana ya nos estábamos regalando con un capuchino y un chocolate un segundo desayuno en una terraza con la que tropezamos en nuestro descenso.