Las narices del mono probosti o de cómo todos los caminos llevan a Roma

Kuala Lumpur, 11 de abril de 2016

La voz popular dice que todos los caminos llevan a Roma. Bien, es una expresión que puede indicar una realidad, pero me temo, lo descubrí hoy, que el tal dicho lo que en realidad encierra es una metáfora de otro rango, no precisamente espacial. Hacía un rato que habían golpeado en la puerta de la habitación y me había levantado sobresaltado pensando que andaría el día por el amanecer cuando el encargado del hotel me sacó definitivamente de mi sueño diciendo que eta mediodía. Jo. El tanto vuelo del día anterior me había dejado el cuerpo roto. El caso es que me volví a dormir y a la una y media me despertó un whatsapp de mi nieta que había encontrado ya el nombre del mono del que yo le había mandado anoche una fotografía. Dentro de unos días volamos a Borneo y allí visitaremos por unos días el Bako National Park donde habita un curioso mono de grandes narices anaranjadas del que yo había olvidado su nombre. Le había encargado a Ainara que indagara y ése fue el encuentro nada más despertar, había dado con él enseguida, se trataba del mono  probosti. Y como Victoria es curiosa  ya había indagado sobre el mono en Wikipedia, descubriendo entre otras cosas, oh "extraña" coincidencia, que las tan notorias narices del probosti no eran otra cosa que un elemento sexual de primer orden. Resulta que cuando este mono se excita por la presencia de una hembra su gran nariz cambia de color, se le pone roja y se hincha, vamos, actúa como un segundo pene en medio de su rostro advirtiendo de esa manera a la hembra sin ningún tipo de ambages lo que su cuerpo le está pidiendo.

Así que si ayer hablaba de tetas, de lo que hoy correspondería hablar es de narices y ya de paso venir a confirmar lo que todo el mundo sabe, eso, que tratándose de seres vivos todos los caminos llevan a Roma, que hagas lo que hagas, pienses lo que pienses, como le sucede al probosti y a todos los miembros del género humano, inevitablemente donde todo te va a llevar tarde o temprano es a buscar sin ninguna dilación la proximidad de la hembra. Vamos, que, de una manera u otra todos los caminos llevan a Roma.

Las primeras luces de la mañana del día siguiente filtran perezosas tras el telaje violeta de las anchas cortinas que cubren la entera longitud de una habitación hecha para una fiesta de medio centenar de feligreses. Mientras, el rumor liviano del tráfico se apuesta sobre el alféizar convertido a esa altura casi en rumor de arroyo con su arremetida de motores que frenan o que cambian de marcha mientras el solo más agudo de una moto petardea como un violín afónico por una de las calles laterales. El suave roncar de la hortelana se suma a la concertina matinal aportando como un carrasqueo su sonido de gaita en una escala menor. Mañana de hotel de una pereza sin domesticar en la que apenas, aparte de haber tocado la flauta sin mover un sólo músculo, soy capaz de echar una ojeada a la apretada prosa de Alejo Carpentier, tan llena de palabros y revueltos modos de complicar el tránsito a través de los párrafos, que más que una novela me parece estar, tan de mañana, debatiéndome para atravesar un laberinto impropio para un viajero que apenas acaba de despertarse. Pero es que la música había terminado y no había manera, en la posición en que estaba, de decúbito supino, de hacer otra cosa que leer a la espera de que mi compañera de viaje dejara de roncar y se decidiera a, iba a decir preparar el desayuno, pero como tal sonaría como impropio de un servidor que se considera liberal y nada misógino, diré simplemente se decidiera a despertarse. Lo de preparar el desayuno ella, para los curiosos, es una costumbre de esas que acompañan los hábitos conyugales que se ha consolidado tanto durante años que si al viajero le dejan solo es capaz de no desayunar con tal de no calentar la leche y huntar la mantequilla en el pan.
Hemos caído en una parte de la ciudad tan poco humana y tan de dominio de los automóviles, y eso nos pasa por bajar de las escalerillas del avión y querer un dormitorio a pie de la pista, que ayer, saliendo del hotel, siguiendo la flecha del gps como si esta fuera los garbanzos del cuento nos metimos en un berenjenal de calles inhóspitas arrasadas por el inclemente sol del medio día, estuvimos a punto de perecer. Como en compensación al desayuno yo tenía que ceder en algo no nos quedó otro remedio que elegir como primera visita de Kuala Lumpur, cómo no, el National Museum, esa clase de delicias que mi compañera de viaje, licenciada en historia y amante de visitar piedras, herramientas del año la pera y momias y esqueletos de los tiempos de Matusalén, ama con el furor de una arqueóloga que hubiera tomado en matrimonio, llegado el caso, a la momia de Tutankamon o a alguno de esos ejemplares del hombre de Cromagnon o de Neanderthal.

Pasé por esta ciudad hace diez años y, como les sucede a tantas ciudades de Asia, la encuentro irreconocible, los rascacielos, las zonas comerciales, el tráfico se han apoderado de Kuala Lumpur hasta hacer complicado el tránsito de los peatones por sus calles.

Mi chica ha despertado, se ha duchado y ahora me mira de reojo de tanto en tanto pensando pacientemente en cuándo le dará a este señor, ensimismado con sus golpecitos sobre la pantalla del teléfono, por levantarse de la cama y disponerse a desayunar. No me queda más remedio que levantarme y dar por terminado mi post matinal.