Junto a la Gran Barrera de Coral, Australia, 3 de abril de 2016
Dice mi hijo Mario en un elocuente whatsapp, que últimamente el gris le empezó a parecer muy bonito color, tanto blanco y negro cansa, decía, demasiadas movilizaciones anímicas; y entonces empezó a pensar en las virtudes de una tristeza mesurada, su estabilidad y ritmo le hacían encajar más sanamente las venturas y desventuras de cada día. Todavía ando tratando de recuperarla. Recuperarla, probablemente se refiriera a la tristeza. Y como hoy Mario se había levantado especialmente brillante, añadía un pensamiento que le había susurrando el día anterior su chica, Ana desde su estado de buena esperanza después de haber visto su última película: "Conócete a ti mismo y no te asustes demasiado". Y terminaba el filósofo-cabrero con este magnífico aserto: Reconciliarnos con nuestra fealdad revitaliza nuestras hermosuras (clac, clac , clac, un aplauso para el cabrero).
En otros tiempos recuerdo que guardaba muy cautelosamente nuestra correspondencia con nuestros hijos y, especialmente, cuando los largos viajes nos tenían separados durante meses. Eran los primeros tiempos de Internet y aquella maravilla de tenernos todos tan cerca estando a miles de kilómetros, sólo a la distancia del suave contacto de las yemas de los dedos con las teclas de un viejo Compaq que con sus tres kilos de peso acarreábamos en nuestro macuto como un preciado tesoro del momento, me encariñó hasta tal punto con el hecho de tener toda la correspondencia familiar reunida que no dudé cuando llegué a casa en recopilar y ordenar todos los emails para convertirlos en un hermoso libro que también recogían nuestras respectivas correrías fotográficas.
Ahora sin embargo es distinto, es difícil tener a mano cartas y pensamientos que cruzamos en algún momento de la última década, todo se lo va merendando la velocidad con la que vivimos, ya no tenemos tiempo de releer correspondencia alguna entre otras cosaa porque es imposible tener ordenada una correspondencia donde se mezcla todo, propaganda, notificaciones de las redes sociales, facturas, todo. Todavía no se ha inventado un programa que de toda la correspondencia que se guarda en el mail del Google o en nuestro inflado disco duro sepa separar aquellas sentidas líneas que recibiste no sé cuando de tu hija, o aquello que les escribiste a tus hijos en un momento de inspiración, o... De ahí que cuando me encuentro con algo que quisiera conservar me rinda a la evidencia de que ya no hay tiempo para ello. La única manera de conservar algo en mi caso es darle un lugar en alguno de mis blogs. Allí seguro que volveré a encontrarme con ello tarde o temprano. Es una de mis pocas debilidades, si alguien me preguntara la razón de la tan prolífica escritura con la que acarreo desde los tiempos en que dejé mi trabajo la razón más plausible que podría aducir sería que para poder leerme más adelante y recrear así la propia vida y la de aquellos que me son caros. Bueno, también debería añadir que porque me place y porque la escritura ayuda a la reflexión sobre la realidad.
De niño gustaba coleccionar cromos, de parecida manera ahora me gustaría tener a mano pensamientos, escritos o noticias de mis hijos que llamaron mi atención en algún momento.
En el contexto de las líneas de Mario le contestaba yo que el gris vendría a ser ese justo medio en que se sitúa la virtud de San Agustín. Me lo pensaré, le contestaba, a ver si a mí ese gris me apacigua o no. Me temo que la sal de la vida suele estar muchas veces alejada del centro, aunque también es cierto que una equilibrada gama de grises puede proporcionar una excelente fotografía. Quizás, y por razones que no viene a cuento mencionar aquí, me refería ahora a una vieja historia del pasado en que mi ánimo rondaba esa tristeza de la que hablaba Mario con cierta frecuencia. Y el tema se me apareció de repente como digno sujeto de atención en una supuesta reunión familiar como aquellas que nos ocupaban a toda la familia en especiales momentos en que conversar era sorber a tragos lentos una espumosa y fría cerveza en una templada noche de verano. Sí, algún día podíamos, me decía, hablar de las bondades y desdichas de los períodos de tristeza o pena. Reflexioné muchas veces sobre ese tema y en mi caso personal, siempre reconocí en ese estadio un paradójico y extraño placer. El gran pesimista Cioran aborrecía de ella, pero han sido estados de ánimo para otros muchos que siempre agradecieron por la fertilidad que ella engendraba, un estado propicio en donde de la profundización del propio yo pueden surgir percepciones, sensaciones e intuiciones capaces de ayudar mucho al ejercicio de comprender la vida en esas brisas de fugacidad que suelen atravesar al afligido. Descubrí en la edad madura que la tristeza, en su aparente aspecto de indeseable compañera encerraba delicadas y sutiles cadencias que hacían que la música de mi propio yo se enriqueciera con matices que hasta entonces no había sabido captar. Quizás a ese dueto que suele formar junto a la soledad se le pueda atribuir una parte interesante de lo que constituye la esencia de algunas personas. Acaso permanecer en ella en exceso hubiera sido perjudicial, quizás, pero hay una medida, como la hay en la soledad, en que puede ayudar mucho a descubrir y vivir esa parte auténtica del yo que suele andar adormecida en apartados rincones de la conciencia.
Es una mañana hermosa entre los manglares que se abren al mar, un mar que hace un momento rozaba nuestros pies y que ahora poco a poco se aleja de nosotros para en unas horas dejarnos a la orilla de un río que durante la noche la marea se había tragado. Corre un brisa deliciosa y hoy dedicaremos el día a oír a los pájaros, a leer y poco más, día de merecido descanso después de dos semanas locas de hacer cientos de kilómetros a través del desierto. Los mil kilómetros que nos quedan hasta Brisbane los haremos con cuentagotas, como quien pasea a la orilla del mar buscando en las paradas un rincón de sombra donde las olas lleguen hasta nuestros pies.
Ahora todo es suave y placentero. Cada día nuestra app nos va diciendo donde vamos a encontrar un lugar agradable y gratuito para acampar, y como la temperatura es suave y la densidad de población de la costa es baja, Australia sólo parece estar poblada en una mínima parte de su territorio, las expectativas son de una absoluta tranquilidad, días de mar y playa mientras llega la madrugada del día nueve en que volaremos de nuevo a Indonesia para seguir viajando por algunas de ese más de millar de islas que tiene el país y que constituyeron el escenario de tantas novelas de aventuras, serias unas como las de Joseph Conrad, ligeras otras como las de Salgari. Lugares ideales para ponerse a esperar a que alguna intuición literaria salga de las junglas, los ríos o las montañas a alimentar nuestra escritura y nuestra cámara fotográfica.