La narcotización del dolor

Junto a Kings Canyon, Australia Central, 23 de marzo de 2016

¿Que dónde estamos? Pues en el mismísimo centro de esta descomunal isla; poned el dedo en el centro del mapa de Australia y justo ahí mismo, un sitio donde los lugareños viven bajo tierra en verano porque a nivel de suelo no hay quien lo resista. Si a ello le añades los centenares de moscas que te rodean en todo momento ya podéis haceros una idea de cómo está la cosa. De las moscas algo nos salvamos después de haber comprado en la última gasolinera un mosquitero de cabeza; del calor no tanto y eso que oficialmente ya hemos dejado el verano atrás hace treinta o cuarenta horas. Aquí ha empezado la carrera del otoño pero en este país esas cosas son relativas. Hace cuatro días tiritábamos de frío al norte de Melbourne, por la mañana y por la tarde teníamos que ponernos el plumífero, y ahora la noche es tan cálida que sin poner el doble techo tenemos que dormir totalmente desnudos bajo las estrellas. Por cierto que es una gozada dormir sin el doble techo, desnudos, sólo separados de la luna y las estrellas por el liviano mosquitero que es la parte interior de la tienda. Quedaron también atrás los diluvios del sur, ese clima que cambia cada diez minutos pasando de cielos despejados a lluvias torrenciales en un plis plas.

En estos días estar todo el día al volante me produce una enorme fatiga visual, al punto que hoy hemos tenido que parar definitivamente al medio día para dar descanso a mís ojos irritados. Dicen mis ojos que eso de mantener todo el día la vista fija en el eje de una carretera que apenas se desvía a izquierda o a derecha unos metros, que nanáis, que les proporcione otra diversión me dicen, y como no les hago caso empiezan a hacer chiribitas y a darme la coña. Después de parar tres veces, ahora en una carretera más estrecha y sin arcén que nos lleva al Kings Canyon, porque el ancho de la carretera no era suficiente para mis destreza y ese deambular de mala pasada de mis ojos, he tenido que desistir y parar a la sombra de unos árboles. Me eché una dormida fenomenal en el regazo del aire acondicionado; después salimos a enfrentarnos al calor y a hacer la comida, tras la que vino una fenomenal siesta. Pero antes me enchufé en los oídos el "Humano", la obra de Nietzsche que tenía empezado desde los tiempos en que andábamos por Indonesia. Antes de quedarme sopa me dio tiempo a escribir una nota que decía: "Narcotización del dolor", ver. Hablaba Nietzsche de cómo cuando nos sentimos afligidos por un mal podemos acometer éste bien ignorando la causa o bien modificando el efecto que produce sobre nuestra sensibilidad. Cuanto más se inclina un individuo en justificar una acción menos tomará éste las causas del mal como verdadero problema. Se parecerá a ese ave que no queriendo ver la realidad que le incomoda se tapa con el ala los ojos. La anestesia momentánea tal como se encuentra, por ejemplo, en el dolor de muelas, ha sido siempre el método preferido de muchos para evitar ver la cara a los conflictos y no enfrentarse a la verdad de lo que les está sucediendo. Afirma Nietzsche: Un ejemplo son los sacerdotes que no han vivido hasta aquí sino de la narcotización de los dolores humanos.

Cuando más terreno pierden las religiones y todas las artes narcotizadoras, concluye el autor, más arduamente se proponen los hombres la verdadera supresión de los males.

Cazar una idea tan brillante en los umbrales del sueño es una lástima, pero no había otra, me caía de sueño; menos mal que alcancé a escribir una breve nota que volví a recuperar a la hora del té después de despejarme con un lavado gatuno. Las moscas siguen igual de pesadas pero una vez protegida la cara con el mosquitero el mal es menor. Sin embargo las hormigas, unas diminutas que muerden desagradablemente, y que hasta ahora merodeaban a cientos por el suelo, cuando se han olido las pastas del té han encontrado el modo de subirse a la mesa y han invadido la parte superior; suben por las patas de la mesa, por nuestras piernas. En unos minutos han dejado el lugar impracticable. Hemos tenido que huir a un centenar de metros de allí. Pero sólo nos han dejado en paz unos minutos, tras los cuales ya estaban pantorrillas arriba dando mordiscos. En el suelo, donde no hace nada veías una docena de hormigas ahora vuelve a haber millares. Hemos optado de nuevo por refugiarnos en el coche bajo el confort del aire acondicionado.

Las familias, los grupos humanos y las personas en particular solemos comportarnos de maneras muy dispares ante los conflictos que se nos vienen encima, pero es fácil encontrarse con que hay una generalidad que prefiere la fácil solución de ignorar la raíz de los conflictos. Ante ellos suele primar la idea de que las cosas son del color de rosa, solemos torear los conflictos dando largas, huyendo de su causa real hasta ese preciso instante en que la física entra en juego, la presión aumenta y en determinado momento todo salta por los aires.

Las veces que he tenido estas situaciones delante de mi vista han sido bastantes numerosas, sea en el trabajo o fuera de él y la experiencia que he sacado de ellas es que es extremadamente difícil hacer comprender a la gente que a veces es necesario atravesar por en medio del dolor antes de seguir manteniendo contra viento y marea que todo está bien, que el conflicto ha sido tan sólo un pequeño incidente. El miedo a afrontar el dolor y las causas profundas de cualquier tipo de problemas, y en especial de los de convivencia, es uno de esos lastres que de no cortar por lo sano enfrentándolos de raíz nos pueden llegar a perseguir de por vida. Uno de los ejemplos más dolorosos de este tipo de situación lo puede ofrecer una persona que, esgrimiendo un concepto sobre el amor totalmente edulcorado y falso, puede llegar a los umbrales de la tumba sin enterarse de que ha vivido un mundo totalmente ficticio que en absoluto comparten sus hijos o su familia en general.

Queda por averiguar por qué el dolor, la descarnada actuación de los personajes de las tragedias, constituyen obras de arte de gran aprecio por parte del público. Creo haber leído en Nietzsche alguna explicación que trata de justificar nuestro comportamiento, nuestra emoción en base a que la asistencia a uno de estos espectáculos libera en nosotros una clase de emoción que nos hace pasar a través de las emociones propias de las situaciones de conflicto sin vivir éstas directamente. No estoy seguro de que esto sea así, me inclino a pensar que en el fondo lo que nos emociona es descubrir un tipo de exagerada pasión en los otros que acaso hayamos entrevisto en algún momento en nosotros mismos.