Labuanbajo-Bali-Wellington, 29 de enero de 2016
Volamos sobre las islas de Nusa Tenggara, un avión de hélices que hace el servicio entre la isla de Flores y la de Bali. Entramos y salimos de las nubes, avistamos pequeñas islas, ahora volamos sobre la más grande, la de Sumwaba. Nubes alargadas flotan sobre el verde terroso de la isla. Al fin parece que no perdemos la conexión aérea con Wellington. Ayer, cuando supimos que las cancelaciones de estos vuelos no eran raras, estuvimos haciendo gestiones para adelantarlo al día previo y asegurarnos la conexión pero fue inútil. Todo ha funcionado con regularidad y esta tarde tomaremos el vuelo para Nueva Zelanda después de aterrizar en Bali.
Hasta ayer Nueva Zelanda era un país lejano del que apenas conocíamos unas pocas cosas, amén de que tiene unas espléndidas montañas que recuerdan a los Alpes. Empleamos parte del día en entrar en contacto con el país. De momento, buenas noticias, hay lugares para acampar por todo el territorio, lo que nos va a hacer posible mantener a raya el presupuesto si alquilamos un coche y compramos material de camping. Cientos de senderos, valles, montañas, playas y costas para hacer el salvaje todo lo que queramos. Ya estamos entrando en calor.
Es un hecho curioso, de pronto abandonas los libros que estas leyendo y sumergiéndote en un mundo del que lo ignorabas casi todo, éste se convierte sin más en una pequeña pasión. Ya me veo abandonando nuestro lugar de acampada a las cuatro o las cinco de la mañana para incorporarnos una vez más a ese tipo de vida que tanto amo. Despertar al alba con los pájaros y el rumor de los arroyos camino de alguna cumbre o algún remoto valle es lo más hermoso que mi cuerpo puede desear.
Días atrás coincidimos con una pareja mayor de canadienses mientras cenábamos frente a la bella bahía de Labuanbajo. No tardamos en pegar la hebra, pasaron a nuestra mesa y poco después ya estábamos enzarzados en las clásicas charlas de los apasionados por los viajes. También ellos caminaban. Salió en algún momento a colación la maldita afición de tantos por el dinero cuando una vida sencilla puede proporcionar placeres tan sofisticados. También la pereza o la falta de decisión para embarcarse en algo poco habitual como un largo viaje. Y hablaban ellos de amigos a los que habrían querido arrastrar a alguno de sus viajes y caminatas, habían hecho no hace mucho el Camino de Santiago, pero, decían, tras la jubilación habían entrado en una fase de sedentarismo tan grande de no salir de su hogar más que para regar el césped que rodeaba sus casas. La pasión les había abandonado, o acaso nunca la vivieron, y ahora era imposible inyectarles ni siquiera pequeñas dosis de esa ilusión que ellos vivían avanzados ya los setenta. Él nos contaba con gusto cómo todavía seguía escribiendo a mano en su diario de viajero y cómo de tanto en tanto alimentaba su memoria leyendo viejos diarios de otras épocas de andar también por el mundo.
Un misterio de la vida ese de que haya gente que parece haber nacido para estar pegado a la pantalla de la televisión y otros, culos inquietos ellos, para degustar un día sí y otro también todo lo que nuestro planeta nos ofrece de bello. Jugarreta de los genes, seguro. Habría que investigar cómo estás cosas suceden, cómo en el momento de la fecundación aquel bichito de larga cola sortea los obstáculos en los rincones de una de las trompas de Falopio, cómo se organizan los cromosomas (manos a la cabeza si esta organización fuera al modo en que se busca formar gobierno en nuestro país durante estos días), cómo no sólo el color de los ojos y el parecido del rostro se incorporan a la fisiología del nuevo ser, sino también sus disposiciones, su tendencia a la abulia o al entusiasmo, su necesidad de estar en movimiento mientras otros heredan una soberana pachorra que los mantiene atados a un sedendentarismo vinculado a algún sillón de su casa.
En el aeropuerto, pasa frente a nosotros una moza patilarga arrumacada a un chico espigado y rubio. Esta mañana mi acostumbrada admiración por las féminas está de capa caída, a todas les saco defectos. Y enseguida se me ocurre que cuando no idealizamos las cosas estamos jodidos, o dicho de otra manera, que cuando ves las cosas como no son todo va de puta madre; cuando idealizamos y todo lo vemos de color de rosa a la chica patilarga de hace un momento la podemos convertir fácilmente en una silfide o si tu hijo recién nacido es feuchito y tiene la cabeza algo deformada por los forces, lo que verás es un lindo y mofletudo bebé (es curiosísimo cómo casi todos los padres ven en el recién nacido una belleza cuando de hecho en la mayoría de los casos los recién nacidos son feuchitos a rabiar :-))
Y cuando la chica patilarga ha desaparecido de nuestro campo de visión, mi moza se sumerge en una larguísimo monólogo sobre la transexualidad que no me interesa en absoluto pero que resisto estoicamente hasta el punto de hacerle alguna preguntits para que no se mosquee. Disimuladamente le he dicho un par de veces que el tema no me interesa pero el asunto le puede y continúa una y otra vez metiendo caña con cierto programa de Carne Cruda en donde especialistas de esto y lo otro etc. Cosas que suceden entre las parejas. Sólo he conseguido terminar con el tema diciéndole que tenía que ir al baño: ufff.
Después de la cena en el vuelo entre Balí y Brisbane, en Australia, leo a Joseph Conrad, Victoria, una novela ambientada en las islas que acabamos de visitar. Y enseguida, recordando esta afición mía a escribir y el hecho de que alguien pueda tener afición a leer este blog, lo que me sale de dentro es que es una soberana gilipollez perder el tiempo leyendo cosas como estas que escribo yo cuando uno tiene tan a mano tan buena literatura donde elegir. Sí, tanta admiración me sigue provocando la lectura de Conrad. Eso es lo que pasa por el magín cuando llevo ya un rato leyéndolo. Eso y saber cuanta otra basura se lee por ahí cuando uno sólo tiene que alargar la mano al estante de los libros para encontrar maravillas. Sería algo parecido a comerse un día y otro también un plato de arroz a secas teniendo a nuestro alcance los más exquisitos platos de la cocina universal. Toda una incógnita esta de que perdamos el tiempo en lecturas baladíes pudiendo apurar los días en compañía de buenos libros. Pero en fin, también hay una mayoría que vota la bazofia y la corrupción del PP, pudiendo votar a alguien que vele por sus intereses y los intereses de la comunidad. La verdad es que considerados como parte de un conjunto todos somos un poco raros.
En esta ocasión, ya andamos en el último vuelo rumbo a Nueva Zelanda, experimentamos la nada divertida actividad de rodar por los aeropuertos, dormitar en los aviones y tratar de recuperar algunas horas de sueño en los sillones de una solitaria sala durante la noche. Esa ha sido la experiencia de las últimas horas en las que con tres aviones en el cuerpo moviéndose de un lado para otro ya hemos perdido la noción del sueño, del tiempo, del día o de la noche.