Picton, Nueva Zelanda, 31 de enero de 2016
Metido como estoy en la lectura de Joseph Conrad, venía preguntándome si un diario de viajes como es éste no debería incluir lo más sustancial de lo que en él sucede, siendo, como todo el mundo sabe, que si algo sustancial hay en la vida ello no puede estar nunca muy lejos de las preocupaciones diarias del sujeto sea éste viajero, troglodita o amante de hacer hoyos en un campo de golf. Sucede que desde hace un par de días, casi desde que hemos aterrizado en Nueva Zelanda, he perdido un poco esa tranquilidad de que estaba rodeado desde que comenzamos esta segunda andadura. Las circunstancias a veces presionan sobre alguna parte especial del cerebro produciendo un cierto desagradable e ineludible nerviosismo. En esta ocasión el asunto parece, creo, girar en torno al dinero. El nivel de vida, como cabía esperar, entre el país que dejamos y este en el que hemos aterrizamos, se ha disparado de tal manera que no me las veo todas conmigo. Primero nos hemos tropezado con que es sumamente complicado encontrar un hotel de nivel medio, ya bastante caro para nuestro presupuesto; respecto a los precios de los alquileres de coches parece un juego, anteayer podías alquilar un coche por 35 euros, ayer no bajaba de 65, después fueron 100 a última hora, y si vas directamente a la empresa en el puerto del ferry te encuentras con que el precio se puede multiplicar por tres o por cuatro, añadiendo la particularidad de que hay un mínimo de 3000 euros que pagar por el simple hecho de que el coche lo devuelvas con cualquier roce. Somos viajeros de bajo presupuesto, jubilados, estamos muy atentos a los gastos y con esta mentalidad queremos seguir viajando durante mucho tiempo. Pero es que dos meses en este país, como teníamos programados, en estas circunstancias nos deja el presupuesto tan mermado de tener que pensar casi de inmediato en volar a otra parte del mundo.
El viaje no puede ser un cúmulo de presiones, no puedo estarse todo el día pendiente de estas cosas porque entonces acaso no merezca la pena. Acaso no merezca la pena pasear por determinados fiordos, montañas o parques nacionales cuando alguna parte de ti tiene que estar permanentemente preocupada por cuestiones prácticas que son ajenas al viaje. Eso o hacerte a la idea de que cuando visitas determinadas partes del mundo tienes que triplicar tu acostumbrado presupuesto, lo cual también es difícil de asumir por un alma austera, y quizás ingenua, que en cierto modo menosprecia el dinero hasta el punto de hacer culpable a éste de la mayoría de los grandes males de la humanidad, pero que viéndose acorralada por el extraño comportamiento físico de la pasta, la manera en como ésta se estira, se encoge, pierde valor o se hace desmesura, no sabe a qué carta quedarse desamparado en medio de una calle cuando pensando que con X dólares puedes vivir un par de días y te encuentras que para ese par de días necesitas cuatro o cinco veces más.
Pero sí, la culpa es mía evidentemente. Los ciclistas con los que nos encontramos meses atrás atravesaban Asia Central con un presupuesto de cinco dólares diarios, lo cual les daba una magnífica libertad porque prácticamente dependían exclusivamente de ellos mismos; poco les afectaba una diferencia de precios de un país a otros, porque sus compras eran mínimas. Pero, cuando pretendes diversificar tus compras, alquilar un coche y usar restaurantes y hoteles, amigo, estás perdido si las diferencias de precios son sustanciales. Y entonces, claro, te pones nervioso; nervioso porque quires vivir como un puñetero burgués pero al bajo precio de países menos desarrollados.
Así que aquí estamos, con problemas de alojamiento, porque estamos en temporada alta y es sumamente difícil encontrar algo, y con un desfase presupuestario que no sé si va a nublar un tanto el entusiasmo que hasta ahora nos acompañaba. Cuando alguien desde que era chico ha vivido con austeridad y ha hecho de ello casi una bandera, la verdad es que cuesta mirar los precios con tranquilidad, aunque tengas algo de dinero en la cuenta corriente,. No sólo somos como somos porque hemos nacido así y porque nuestra propia crianza ha seguido determinados derroteros, también las creencias que uno va adquiriendo conforman a los individuos y hacen que la comodidad o incomodidad de tu sistema nervioso dependan de factores que no sospechabas pudieran afectarte.
Hay inquietudes sanas que aunque te dejan el organismo un poco temblón merece la pena afrontar, pero junto a ellas hay inquietudes memas para las que nuestra frustración tiene escasas defensas y que te pueden aguar parte de la fiesta por mucho que intentes zafarte de ellas. Esto hay. Tratando recuperar la tranquilidad y asumiendo ese pedazo de realidad que no me gusta pero a través de la cual tendré que abrirme paso. Algo no muy diferente a eso que se vivía en mi casa de niño cuando después de mitad de mes ya se hacía esperar la inquietud de que el dinero no llegaría. En este caso sientes que el dinero llega pero también que tu vida no va con ese volumen de gastos, que tú has nacido para cosas más sencillas y humildes. Sí, me temo que el problema es mío, que no estoy suficientemente preparado para asumir determinada realidad. Pelillos a la mar, sí, pero que siendo como uno tiene mucho de pobre diablo no tiene más que aguantar.
Hoy hicimos las cuentas acostumbradas de fin de meses. Ningún problema y sin embargo así están las cosas; por cierto algo que no le sucede a mi chica la hortelana, que está más fresca que todas las cosas. Se ve que ella proviene de una familia de la antigua clase media mientras que en la mía raramente el dinero llegaba a fin de mes (veremos qué dice que lea esto). Hay heroicidades en el mundo de hoy, y que casi todo el mundo hace, yo lo veo así, que yo jamás habría sido capaz de asumir, como por ejemplo meterse en una hipoteca. No creo que mi organismo hubiera resistido treinta o cuarenta años bajo el peso de esa carga; seguro que me habría destrozado el sistema nervioso. Quizás ese desprecio por la afición al dinero tenga que ver con el susto que se me mete en el cuerpo cuando entreveo que el asunto de la pasta puede cruzarse en mi camino. Ni sé lo que gano ni lo que me gasto, para eso está mi chica que asume esa labor en el reparto de funciones de la pareja; me basta con saber más o menos que no voy a estar mañana con el culo al aire. Pero huelo las cosas y eso ya es suficiente para que se me encienda la luz de alarma.
Estoy completamente seguro de que dentro de años, cuando haya olvidado la mayoría de los detalles de este viaje por Nueva Zelanda, la inquietud esta que me ronda sobresaldrá por encima de cualquiera de los paisajes que vaya a visitar en los próximos días. Quizás esto que me pasa tenga también que ver con los años. También cuando me encuentro con ciertas dificultades en la montaña mi inquietud se alerta de un modo que no lo hacía de joven. Quién sabe.