Yakarta - Yogyakarta, 5 de enero de 2016
Día de tren, atravesamos la isla de Java de oeste a este. Cielo cubierto y mucho calor. En el vagón se está bien, es un viaje apacible. Ahora hemos dejado las afueras de Yakarta, lamentablemente cubiertas de basura, y viajamos por un paisaje amable cubierto de arrozales. El cielo nublado deja sobre el paisaje una sensación de suavidad, una luz tamizada que se posa blandamente sobre el campo y las manchas de agua. Campesinos y campesinas aran, fumigan, introducen en la tierra nuevos plantones; sus cuerpos, inclinados sobre una tierra oscura de color tabaco, animan el vistoso lienzo tropical de los arrozales. Pequeños tractores de grandes palas a modo de ruedas, tras los cuales hay montada una plataforma destinada al conductor, recorren sistemáticamente los rectángulos encharcados preparando la tierra para la próxima siembra. Las aldeas que atravesamos presentan un aspecto limpio con casas que ofrecen cierto aspecto de bienestar. Calles de tierra batida a cuyos lados se levantan construcciones pintadas de alegres tonos cálidos. En muchas viviendas, en un pequeño patio frente a la casa, las flores gozan de un espacio propio sobre macetas y pequeños arriates.
Mientras el tren corría desde temprano por este paisaje intemporal, que probablemente no ha cambiado en algunos siglos, pasé un rato repasando los periódicos. Estos días me pica la curiosidad más que de constumbre. Desde que se ha abierto con el 20 de diciembre ese ventanuco de esperanza sobre el panorama nacional no pasa día sin que me asome a ver qué sucede en la corrala, cómo va la lucha por el poder en las filas del PSOE, si Susana Díez sigue atizando el fuego de desencuentro y encono picando bajo los pies de Pedro Sánchez a ver si se termina de hundir y ella asume el mando del cotarro; qué pasa por Cataluña tras la campanada de la CUP; cómo digiere la izquierda del PSOE la línea roja de Podemos sobre el referéndum; qué nuevas críticas inventa la prensa amarilla de la tan bien venida Manuela Carmena; cuánto vinagre traga la gente del PP. En fin, ese tipo de cosas, pero sobre todo me intriga la irresistible ascensión de esa mujer a la que empiezan a dirigirse las miradas de tanta gente en este país.
Sí, allí estaba también por la mañana esta heroína de lengua vivaz y actitud resuelta alentando los tiempos nuevos que se avecinan. Ah, admirable Colau, símbolo ya y paladina de ese cambio de mentalidad tan necesaria en nuestro país, sangre nueva, cantaora de rumbas, animosa promotora de una democracia de verdad; admirada Colau. Su historial, su valentía para enfrentarse a los bancos llamando a las cosas por su nombre, el cariño que va levantando cada vez más en sus seguidores, y especialmente el cariz que van tomando sus avances en las urnas, más ahora con el cuadro político a que ha dado lugar la CUP, todo ello hace prever un irresistible ascenso que puede dar con ella, quién sabe, en la presidencia de la Generalitá, si no en la del mismo Estado. Coño, que alegra el ánimo comprobar como dos alcaldías como las de Madrid y Barcelona están gobernadas por dos mujeres de armas tomar.
Cuesta tanto encontrar en nuestro país políticos honestos, que la aparición de esta mujer me parece simplemente un milagro. Superar la barrera mediática en un país tomado por la derecha más soez, por los aprovechados de siempre, por la prensa amarilla o simplemente por cierta clase de subnormalitos tipo Inda o Alfonso Rojo, me parece lo más parecido a un milagro. La repercusión que va teniendo no sólo en Cataluña y en todo el Estado, sino también a nivel internacional, puede hacer de esta mujer de aspecto tan de la calle, tan sencilla, un ariete contra ese cinismo institucionalizado de políticos de tres cuartos y listillos de toda la vida que llevan décadas en el poder amañando la economía en provecho de unos pocos.
Bendito acompañamiento el de Ada Colau en esta mañana de viaje que frente a esa sensación de que todo va a seguir igual por los siglos de los siglos, levanta la esperanza de que va a ser posible en algún momento vivir en la racionalidad de un país donde haya más justicia y una democracia que todavía está por estrenar. Estamos tan necesitados de esperanza y de creernos que el cambio es posible que si un día nos faltara esta clase de expectativas más valdría desaparecer por una década y esperar tiempos mejores.
Levanto la vista del teléfono: Colinas plateadas,/grises alcores, cárdenas roquedas... Monotonía de lluvia en los cristales. Efectivamente, llueve, colinas, las cárdenas roquedas de Soria transformadas en tenues verdes al final de la tarde; la monotonía del balasto y las traviesas bajo el cuerpo de hierro. El mundo se repite en su infinita variedad. Trato de envolver mi viaje en tren en el telaje de otra década, otro viaje en tren por la India, pero es un ejercicio imposible. Un tren en donde absorto contemplaba en algún tiempo pasado, en el apretado pasaje del vagón, el color de los saris, los turbantes de los siks, la blancura de nieve de los dhotis, el colorista ir y venir de rostros morenos. Tracatrá tracatrá tracatrá, paciencia. Trato de recuperar un viaje a Urbión de la mano de Machado, es inútil. Monotonía a secas, arrozales, la niebla sobre las colinas, un flequillo de palmeras dibujado sobre la nada gris del horizonte. Unos bueyes aran la tierra.
Estaríamos en Yogyakarta antes del crepúsculo, y cerca de la estación, en un laberinto de estrechas calles donde es difícil orientarse encontraríamos el hotel que me había servido de hospedaje diez años atrás, una joya de la que dejé constancia en un post de aquella época. No quedaba más que una habitación sin ventana, así que callejeamos un rato hasta dar con el aire acondicionado y las ventanas que necesitábamos. Luego fue echarse a la calle a mezclarse con la multitud que a esta hora ocupaba por completo los alrededores; la calle, ese especial lugar donde en oriente se cuece el noventa por ciento de la vida social. Tiendas, músicos, ricksaws, coches, una barahunta humana en la que, curioso, esta tarde nos sentíamos muy a gusto.
Las imágenes que aparecen más abajo pertenecen al escultor indonesio Purjito. Una muestra que se exhibía en la Galería Nacional y que era muy digna de ver (no los gatos, claro, que esos están ahí para el gusto de mi chica, la hortelana).