Del taichí al selfie

Shanghai - Osaka, 4 de noviembre de 2015

Había puesto el despertador para poco antes del amanecer pero no lo oí, cuando subí a cubierta el sol ya estaba algunos centímetros sobre el horizonte; iba a tomar las escaleras que llevan a la parte más alta y me llamó la atención la presencia de dos pipiolas en la proa del barco que ya a hora tan temprana se hacían un seelfie tras otro ajustándose el cabello unas veces para aquí otras para allá, se miraban en el espejo del teléfono, adoptaban una pose, después otra; como si fueran modelos y un fotógrafo invisible les estuviera pidiendo sus sucesivas posturas así miraban al teléfono, con el embeleso de la complacencia que el propio rostro matinal, apenas recién lavadas las legañas, podría producir en una deidad. Los selfies a estas alturas se han convertido en una pandemia tan universal que por qué no pasar el resto del día llenando el teléfono con tropecientos de ellos. Lo siento pero no se me ocurrió pensar otra cosa que aquello de que la estupidez humana no tiene límites. Recordaba mi último viaje por China hace quince años cuando era corriente encontrarse por la mañana en rincones de la ciudad gente de toda condición concentrada en los elegantes movimientos del taichí, grupos acá y allá que inauguraban el día con ejercicios de noble armonía, cuerpo y espíritu danzando en los brazos del amanecer. Lo de estas chicas, esa fiebre que venimos observando este año en los lugares públicos por dejar la omnímoda presencia de nuestro yo desde el alba a la hora de acostarse en pequeños dispositivos de telefonía, se me antojaba esta mañana, en su exceso, un signo de idiotez. Desde una visión simplista de la realidad se me ocurría que la China de los selfies frente a la China del taichí era una China degradada por el contagio del llamado "progreso económico" y todo lo que éste ha traído consigo. Quizás las cosas marchen en el futuro de otra manera pero la visión que se tiene en un apresurado viaje de dos semanas a través de este país es que la capacidad que tiene China para ponerse a la altura de los países más desarrollados del mundo es directamente proporcional también a su capacidad para ir perdiendo poco a poco los valores de una cultura milenaria. Ponerse a la altura de los países más avanzados y superarlos parece no que conllevara la exportación de esos valores milenarios al resto del mundo, sino que su progreso consistiera en adelantar a Occidente en su propio terreno dejando poco a poco atrás, como quien suelta lastre para elevarse, un modo de ver la vida que venía de antiguo, eso y el abandono también de esos valores que la revolución de Mao quiso implantar. Pensar que aquí quedan rastros de comunismo está fuera de lugar. El consumismo ha entrado en este país con la fuerza de una riada que no hay nadie que la pare. Hablo desde el punto de vista de un viajero medianamente informado pero que abre los ojos y mira a la calle y comprueba asombrado los cambios que se han producidos en este país en el transcurso de quince años, es decir la última vez que lo visitamos. En aquella ocasión dedicamos dos meses para recorrerlo, un tiempo suficiente para adivinar lo que se estaba cociendo aquí, grandes ciudades en donde convivían decenas de rascacielos con grandes superficies de chabolas y en donde los retretes eran unas tapias en la calle donde se defecaba en un agujero en el suelo en amistosa compañía de otros usuarios, sin puertas ni tabiques de separación que dieran un poco de intimidad a la cosa. Es un ejemplo, pero sirve para hacerse una idea: hoy en el metro, los que nosotros hemos visitado, no había estación que no tuviera unos modernismos y limpios servicios (como en Madrid, ¿verdad?). Es difícil necesitar un servicio cuando paseas por la ciudad y no encontrarlo en unos minutos, servicios limpios y con excelentes instalaciones.

Así que bien por estas cosas aún a costa de la censura que atenaza el país, sin embargo me temo que junto a este progreso urbano y social China va a perderse inevitablemente en los vericuetos y en las trampas que el dinero y su afán por conseguirlo ya hizo que nuestras sociedades occidentales perdieran el norte en lo que se refiere a tratar de encontrar una justicia distributiva y una calidad de vida no necesariamente basada en tener unos abundantes ingresos. La cultura del dinero inunda las calles de Shanghai, me temo, con una fuerza imparable.

Un rato después del amanecer, tras mis ejercicios de estiramientos en cubierta frente al sol naciente (estábamos ya en aguas del Japón), alrededor de las siete de la mañana, paso por el salón de estar de la nave y me encuentro todo el pasaje de las jovencitas, unas diez, embobadas siguiendo uno de esos programas de televisión que pueden acabar con la salud mental del más pintado. Estampas de los tiempos que corren y que acaso lo sean del futuro democrático de una parte sustancial de los habitantes del planeta. La pleitesía del yo expresada en sus aspectos más triviales junto al embobamiento de la televisión. En dos días de apacible viajar, todo el tiempo del mundo para hacer lo que a uno le plazca, no veré un sólo libro entre el pasaje. Demasiadas curiosas coincidencias para que uno pueda contemplar el futuro con tranquilidad, si acaso los pasajeros de este barco fueran expresión de un comportamiento generalizado.

Osaka, 5 de noviembre

A las nueve de la mañana del día siguiente nuestro barco atraca en el puerto de Osaka. En la aduana nos hacen sacar absolutamente todo, cada bolsa, cada paquetito, pero los aduaneros y la policía se comportan de un modo tan cortés y amable que uno necesariamente tiene que sonreír y hablar con el funcionario como si éste te estuviera haciendo un favor. Su saludo, inclinando cortesmente el busto y cabeza resulta tan natural y elegante que uno ya se siente a gusto en este nuevo país. Nunca me había encontrado con unos aduaneros que me ayudaran a hacer mi macuto y que me pidieron disculpas por las molestias. ¡Qué tenga una agradable estancia en el país!, esa fue su despedida acompañada con la reverencia consiguiente. Oye, me decía Victoria un par de horas después, tenemos que aprender a saludar con ese candor y esa elegancia con que ellos lo hacen. Una camarera, dos empleados de un banco, un guardia y una empleada de un supermercado nos habían señalado durante muy poco tiempo el camino de estas afables y elegantes maneras de relacionarte con el projimo. Si nuestro primer contacto con China fue un tanto esperpéntico, esa sensación de que entras en un país donde vas a tener un policía a tu espalda a cada momento, aquí la impresión es, pese al control aduanero, de que te vas a sentir muy a gusto durante la estancia en Japón. Me