Almaty, Kazajstán, 11 de octubre de 2015
Hace un par de días descubrí que la emoción que me producía la presencia de un rabioso otoño rodeado de grandes montañas nevadas era comparable a cualquier otro acontecimiento susceptible de emocionarme hasta la médula de los huesos. Bajábamos de Ala-Archa y había hecho detener el taxi frente a un espectáculo de colores que me recordaba mis correrías del pasado otoño en el norte de España. Las emociones son entes escurridizos que como truchas en revoltosos ríos de montaña se dejan atrapar difícilmente, señoritas exigentes que para dejarse ver necesitan condiciones muy especiales amén de un poderoso motivo que las haga salir de su hibernación. Bajando de Ala-Achar habían despertado un poco, pero cuando el valle se abrió y los bosques se extendieron por los bajíos su belleza se hizo magnífica. El otoño, que ya es espectacular casi siempre en cualquier paisaje, en las proximidades de las montañas puede ser extraordinariamente hermoso.
Si nombráramos qué asuntos levantan en nosotros honda emoción probablemente nos bastarían los dedos de la mano para contarlos, merecería la pena pues dar un repaso para ver cómo funciona esto de las emociones para saber a qué atenernos. No es que uno tenga que indagar a cada momento, que ya el cuerpo es suficientemente listo para saber lo que le gusta o no y cuando llegan las lluvias sabe que algún día tendrá que subir a la Pedriza a coger níscalos o calzarse los esquís cuando empieza a nevar. Saber que los ojos y el alma se pueden alimentar de determinados manjares ayuda a estar atento a las estaciones de manera que no se nos olvide visitar tal o cual hayedo o darnos una vuelta por Ordesa en determinada época. El pasado año le dediqué en exclusiva dos semanas al otoño y fue una experiencia magnífica que ya había repetido más se una vez. Si a uno, además, le gusta la fotografía ya tiene el festín preparado.
Yendo de un lado para otro el otoño se nos echó encima sin que apenas nos diéramos cuenta, lo empezamos a observar tímidamente atravesando el Pamir, grandes álamos blancos entre cuyas ramas asomaban glaciares y altas montañas, pero allí era tal la desolación que, salvo esas raras excepciones, apenas el paisaje podía recoger el tránsito de las estaciones. Fue descendiendo de la alta montaña, a la altura de Osh, cuando nos encontramos con este paisaje dorado que ahora cubre el paí. En Bishkek, y especialmente en Almaty, el otoño baña toda la ciudad, una ciudad llena de arbolado y grandes parques donde son raros los edificios altos y que se hace muy agradable de pasear en esta época.
Habíamos leído en la guía que para los dos trenes que hacen servicio semanalmente entre Almaty y Urumqui, en China, casi treinta horas de viaje, había que coger los billetes con dos semanas de antelación, así que dedicamos la mañana a la tarea de conseguir los billetes para China. Los conseguimos para la madrugada del próximo domingo. Habíamos planeado varias excursiones de montaña al sur de Almaty, pero el tiempo se ha puesto de repente cabezón. Veremos.