¿Nos tocará dormir a pelo a 4000 metros?


Osh, Kirguistán, 1 de octubre de 2015

El todoterreno donde viajamos ha hecho popooooo y se ha parado en medio del páramo. Montañas, desierto, matas, desolación y un frío que pela. Ahmed, de nuevo nuestro taxista, ha levantado el capó, ha mirado en el motor, ha tirado de una goma rota y enseguida se ha visto en su cara que aquello no tenía solución. Tampoco hay cobertura de teléfono. Sólo cabe esperar a que pase otro vehículo. Victoria y yo nos hemos dado una vuelta por la carretera pero nos hemos tenido que refugiar en el coche, hace frío y el viento sopla con alguna violencia. Somos cinco los pasajeros, un anciano que viaja a Alay, cerca de la frontera y dos hombres jóvenes, uno de ellos es kirguí y nos decía ilusionado que está esperando a su segundo hijo, vive en Osh, la ciudad de Kirguistán a donde nos dirigimos. El panorama de momento no es grave dependemos de un coche que pueda pasar durante el día. Es una carretera en absoluto transitada.

Después de media hora para un todoterreno en el sentido que llevamos nosotros. Tras diez minutos hay movimiento de equipaje, parece que el anciano ha encontrado acomodo en el otro vehículo. Ya quedamos cuatro. Dentro del coche reina un paciente silencio. Ahmed ha puesto música, el viento mueve ligeramente el vehículo.

Hacía bonito esta mañana nada más levantarnos, se estaba bien al resguardo de los cristales en la sala de estar leyendo algo de poesía y un libro de viajes que hablaba de la Ruta de la Seda. Mañana liviana. Esperábamos a Ahmed que había ido al bazar a ver si encontraba más pasajeros para nuestro viaje a Osh. Viajar por esta zona en esta época es siempre azaroso, no hay otro medio de locomoción que taxis compartidos y hay que echarle paciencia. A veces no es posible completar el pasaje en todo el día. De hecho ayer tuvimos una larga "negociación" con Ahmed, siempre tan difícil cuando no se tiene una lengua común para determinar si asumíamos el costo total del vehículo o esperábamos un día más a que llegaran más pasajeros, que pueden llegar o no. Esperar indefinidamente a cuatro mil metros de altura en una casa no preparada para el frío, a que alguien vaya a hacer el mismo viaje que tú no es una situación muy halagüeña que digamos.

De momento la cosa va bien, con las puertas del coche cerradas la temperatura es buena y tenemos la escritura o los libros para afrontar el día. Lo peor será si pasan las horas y no aparece ningún vehículo. Otra media hora ha pasado sin que la calma del páramo sea alterada por ningún ruido de motor.

Una hora más. Nada. Seguimos esperando. El tiempo que he dedicado a leer la historia de Kirguistán, su situación política, su economía, esas cosas. Inauguro mi segunda hora de espera con un libro de Skármeta "La velocidad del amor (match ball)". Siento el gusto de encontrarme con una voz conocida, el lector de la ONCE, una voz apacible y sin prisa que parece recrearse en la lectura y en los acontecimientos que va narrando, es una de esas personas que uno no conoce pero con la que ha recorrido caminos de literatura entrañables. La voz y sus juegos de luces y sombras, la manera en que los asuntos van brotando y creciendo párrafo tras párrafo en la cadencia de los sonidos que a veces parece una música, tienen una importancia capital para el lector (escuchador en este caso). Un lector mediocre puede arruinar una buena novela, hacer tedioso un ensayo e imposible de seguir un libro de poemas. Lo contrario puede ser la celebración de una pequeña fiesta si el libro es bueno; y el libro de Skármeta, del que no tengo ninguna referencia, lo parece después de diez minutos de lectura.

Cuatro horas de espera más y aparece, lejano, envuelto en una nube de polvo, lo que será un camión de ganado que se dirige a Kirguistán a recoger una carga de carbón. Tras la acostumbrada negociación y una vez establecido el precio del porte trasladamos nuestro equipaje a la caja del camión ocupada solamente por unas pocas cabras. Nuestro equipaje bailará de un lado a otro durante todo el viaje; también las bolsas del tercer viajero, el que está esperando un bebé, ocho o nueve bultos tendrán tiempo de descoyuntarse y llenarse de porquería. Yo ocupo una cama tras el conductor y Victoria y el otro pasajero irán delante. Pero no tardo en aterrizar en la parte delantera cuando veo asomar las grandes montañas cubiertas de nieve. Mi condición de fotógrafo y de amante de las montañas me disculpa de las molestias que origino tratando de hacer algunas tomas desde el frente de la cabina. Hacer algunas fotografías en estas condiciones se asemeja a la tarea de fotografiar algo desde la grupa de un caballo salvaje. Pero es que es tan hermoso todo el recorrido... La tarde va cayendo poco a poco mientras atravesamos un paisaje rabiosamente bello e inhóspito. El camino, esto que llaman la Highway del Pamir, en ocasiones es un ancho sendero difícil de reconocer y que algún alma generosa ha señalizado con hitos. Otras veces las riadas han arrasado la pista y el camión debe descender al lecho del río, atravesarlo dando bandazos y emprender una ardua subida para incorporarse a la pista. Cuando mis disculpas para ir delante ya no son válidas paso a ocupar la cama trasera. Las montañas desaparecen en la oscuridad y las débiles luces del camión parecen una candela en aquel desierto de piedra y nieve. Atravesamos el Kyzyl-Art Pass, algo más de cuatro mil seiscientos metros, completamente de noche, la cuneta de la carretera está cubierta de nieve y el hielo cubre las superficies encharcadas de los alrededores.

Antes nos detendremos un buen rato en el puesto fronterizo tají, unas casuchas perdidas en la noche en uno de los lugares más inhóspitos que pueda pensarse. Y una hora más tarde, cerca de la confluencia con la carretera que lleva a Khasgar, en China, emplearemos otra media hora en los trámites del paso de frontera de Kirguistán. Mientras se ventila el papeleo, es pasada la media noche y el frío es intenso, los soldados nos invitan a entrar a un cubículo de hierro rescaldado con una estufa de carbón. Hablamos de fútbol, naturalmente... y de gastronomía, curiosamente, y también del museo del Prado que uno de los soldados dice que gustaría visitar.

Habíamos convenido con el conductor que en Sary-Tash, ya a mitad de camino de Osh, nuestro destino, que allí dejaría el camión que debería cargar carbón en su camino de regreso, y continuaríamos viaje en su coche hasta Osh. Hasta aquí todo bien, es la una de la madrugada, paramos en Sary-Tash, tomamos una sustanciosa sopa compuesta por carne, patatas y pimientos, era nuestra primera comida desde la hora del desayuno, y tras el té el conductor se enzarza en numerosas llamadas telefónicas ninguna de las cuales parecen dar el resultado que él busca. . . Al rato, en la oscuridad aparece un coche con tres individuos. Conversaciones sin acuerdos a la vista. Se largan. Cerca de las dos de la mañana y todo está como boca de lobo. Hemos propuesto hace un rato buscar una guesthouse y hacer noche allí. Nada. La carencia de una lengua común... Empezamos a desconfiar. Parece que el conductor no está dispuesto a perder parte del precio del pasaje, lo que sucedería si nos quedáramos allí. Terminamos por hacerle entender que se acabó, que nos vamos. No le gusta pero acaba llevándonos a un pequeño hotel donde al final pasaríamos la noche después de acordar un precio conveniente a todos.

En el cielo brilla una luna fría y silenciosa. Hace frío. Nos metemos en la cama después de un té que nos ofrece la chica encargada de la guesthouse. Son cerca de las tres de la mañana.