Dolores Ibarruri y Alfredo Distéfano

Khojand, Tayikistán, 20 de septiembre de 2015

Usualmente en todos estos países cuando a alguien le has dicho que eres español, lo que va a continuación es una sonrisa de connivencia seguida de las palabras Real Madrid, Ronaldo, Barcelona, Messi, lo que más o menos quiere decir que ellos y nosotros somos primos hermanos y que estamos unidos por algo mucho más importante que la sangre o una cultura o historia común; sí, estamos unidos señoras y señores por un trozo de cuero lleno de aire y el ferviente deseo de introducir ese cuero a base de patadas por unos individuos llamados futbolistas a través del puente formado por tres palos. Ese es el vínculo que pone hoy en comunión a medio universo. Lo que antes era el imperio mogol o turcomano o sasánida, o persa o ooó hoy es imperio de Ronaldo y compañía. El tirano y corrupto primer ministro de Uzbekistán, Rashidov, que se forró con los tejemanejes del algodón, mucho mucho dinero, sigue considerándosele como un héroe nacional porque tuvo el acierto de construir varios estadios de fútbol en el país, lo cual probablemente le valió una buena parte de ese noventa por ciento largo de votos que recibió en las elecciones "democráticas" de hace años.

Usualmente. Sin embargo hoy sucedió algo insólito. Después de llegar a Khojand y comer alguna cosa habíamos dado un largo paseo por la ciudad y, siguiendo el curso del río Syr-Darya, y ya de noche, en la Ciudadela, habíamos pegado la hebra con el encargado de uno de los mausoleos, cuando, al enterarse de que eramos españoles, en vez de la consabida referencia al fútbol nos mencionó a Dolores Ibarruri con una expresión de profunda deferencia. ¿Cómo no va a sentir uno tan lejos de casa, en un país del que probablemente un noventa y cinco por ciento de la población del planeta desconoce su existencia, cuando le hablan de un personaje tan entrañable como Dolores Ibarruri, cierto ramalazo de emoción? No teníamos una lengua común, pero solamente el sonido de los nombres propios como éste ya era capaz de levantar en Victoria y en mí un sentimiento de solidaridad. Era un hombre de mi edad, regordete, afable y con cara de buena persona. El otro día en una película que vimos, Mi nombre es Kan, una madre que alecciona a su hijo sobre la vida le dice: aprende hijo que en el mundo sólo hay dos clases de personas, los que son buenos y los que son malos. Ersu Uzala (de la película de ¿Kurosawa?) decía algo parecido, en el mundo hay buena gente y mala gente. Este hombre era sin lugar a duda buena gente.
Fue un día movidito el de hoy. Discutir y regatear con los taxistas es un trabajo duro que requiere una gran dosis de humor y cinismo, amén de estar dispuesto a tirarte de un coche en marcha si fuera necesario. Voy por orden. Llegas a la parada de taxis y antes de pisarla ya tienes diez o quince individuos a tu alrededor de los cuales dos o tres te tiran de los brazos intentando arrastrarte hacia sus respectivos vehículos. How much? Bueno, ya puedes estar preparado para que te digan un precio ocho o diez veces superior al que cobran a la gente del lugar. Después de quince minutos de regateo y amago de coger tu equipaje y salir pitando de allí, llegas a un acuerdo, pongamos de quince dólares para dos personas hasta la frontera. Metemos los macutos en el maletero, cierra el capó, hacemos intención de subirnos al coche y nos dice que no, que hay que esperar a otras dos personas. Otros cinco minutos de teatro, que abras el capó tío, que nos llevamos nuestros macutos. Y todos esto sabiendo que el precio es de diez y nosotros ofrecemos quince. Al final accede, pone cara de ser gran amigo tuyo y se hacen las paces. Durante la primera hora del viaje no cejará sin embargo de enseñarte en la pantalla de su teléfono esa cifra que le obsesiona: veinte dólares. Ah, si no eres contundente estás perdido. Con el tercer taxista, el primer coche se había parado en mitad de la carretera como aquejado de un infarto y hubo que llamar a un segundo, ya al otro lado de la frontera, en Tayikistán, la cosa fue todavía peor. Después de acordar el precio tras quince minutos de una performance que habría merecido la sala de un teatro, y acordado el precio con palmaditas en la espalda y apretón de manos como señal del acuerdo obtenido, cuando llevamos tres o cuatro kilómetros, ya en plena carretera, va el tío y se nos pone cabezón de nuevo y dando por sentado que le vamos a pagar casi el doble de lo acordado. Íbamos a cierta velocidad pero no se me ocurrió otra cosa que de golpe y porrazo abrir la puerta del coche gritandole reiteradamente stop stop. Jo, que frenazo pegó el tío. Lo debí de hacer muy bien porque en la siguiente hora no volvió a insistir en la subida de precio. Lo hizo ya llegando a Khojand, pero ya le faltaba la fuerza de la convicción. Pretendió dejarnos en algún lugar no deseado, pero hubo de comportarse como un grandullón al que el maestro arrastra de la oreja camino del encerado. Tuvo que seguir dócilmente las indicaciones que le daba a través de mi navegador. Estaba tan resignado al final que poco le faltó para que añadieramos algo de propina a un precio que ya estaba excedido. Nos dejó en medio del bazar que en aquel momento era un morrocotudo y pintoresco lugar para codearte con un variopinto enjambre de atareados vendedores de toda clase de mercancías. Por cierto, podéis ver la jeta del último taxista más abajo. Seguro que coincidiréis conmigo en que tenía un aspecto algo inquietante. Contaba un viajero en la Lonely Planet, que en una de estas carreteras, en un largo trayecto, el taxista y su acompañante habían parado en un lugar desértico, le asaltaron y le robaron todo lo que llevaba encima. En estos viajecitos suelo llevar a mano una navaja automatica con una hoja de un palmo, pero la verdad es que no sé muy bien qué podría hacer con ella en caso de que nos asaltasen en mitad de la estepa. Quizás en algún momento además de ser un elemento estético sirva también como herramienta disuasoria.

De todos modos la aventura real de hoy vino dada por el pasaporte de Victoria que tenía el cuerpo de hojas algo desprendido de la cubierta y que el policía del primer control en un movimiento brusco terminó de desprender. Un hecho que al pasar por las manos de cinco personas diferentes en la frontera de Uzbekistán debía darnos problemas. A mí ya me habían sellado la salida del país. Le tocó el turno a Victoria y date, llamadas telefónicas, consultas, argumentos en uzbeco que, claro, no entendíamos. Apareció por allí un viajero ruso que actuó de intérprete. Nos decían que con el pasaporte así no podíamos pasar, que teníamos que regresar a Tashken, ir a la embajada y conseguir otro pasaporte porque si al pasar la frontera de Tayikistán teníamos problemas no podríamos regresar a Uzbekistán porque teníamos un visado de sólo una entrada. Vamos, que si no nos dejaban pasar al país vecino nos tendríamos que quedar a vivir el resto de nuestras vidas en aquel corredor entre Uzbekistan y Tayikistán sin remedio. Y los tíos nos lo decían con toda la seriedad del mundo. Terminamos por hacerles comprender que asumíamos el riesgo y que pasaríamos bajo nuestra entera responsabilidad. A principios del pasado siglo, antes de la llegada de los bolcheviques, en todo Centro Asia se viajaba sin documentación, las fronteras apenas existían, pero llegaron los rusos y lo jodieron todo; ahora estos países son los más difíciles de atravesar de todo el mundo. La burocracia hace penoso el paso por todo centro Asia. Al final a uno de los policías la cosa le debió de parecer excesiva y nos dejaron pasar. Hay que explicar que el problema era muy singular: mi pasaporte estaba sellado con la salida, lo que quiere decir que con un visado de una sola entrada ya no podía regresar a Uzbekistán, mientras que Victoria tendría que regresar obligatoriamente a Uzbekistán para conseguir un pasaporte nuevo, que le podría tardar un par de semanas. Si está gente hubiera leído Romeo y Julieta o seguido la partitura de Tristán e Isolda de Wagner habrían comprendido enseguida que a un par de enamorados (jajaja... ya verás cuando lea esto mi chica, seguro que se parte de risa. A la vejez viruelas... ) sólo la muerte puede separarlos. ;-)

Bueno, que tras una asamblea en la que participaron no menos de diez personas entre policías y aduaneros, nos dejaron pasar. Al otro lado de la frontera de la enemistada Tayikistán (con Uzbekistán. Estuvieron en guerra no hace mucho) nos esperaría algo parecido pero en tono menor. Ya sólo nos quedaba litigar con taxista del que hablaba más arriba.

Hoy caímos derrumbados en la cama a causa de la guerra con los taxistas, los soldados, los policías y los aduaneros de la frontera. Mañana dedicaremos la mañana a nuevas gestiones y nuevos pagos para registrarnos en las oficinas de la policía.

Vamos, que ni soñando vuelve un servidor a ninguno de estos países y eso pese a tanta gente maja con la que hemos conversado y tomado fotografías hoy. Un encanto de gente, sí.

Para hablar de Distéfano, que también mencionó el guarda del mausoleo ya no me quedan fuerzas. Buenas noches.