Bukara y Samarkanda

Samarkanda, Uzbekistán, 19 de septiembre de 2015

Esta mañana me ha dado cierto vuelco el ánimo. Mañana abandonamos Uzbekistán camino de Tayikistán y antes de dormirme estuve estudiando un poco la ruta y las posibilidades para caminar en la alta montaña. Lo llevo rumiando hace tiempo, el otoño se nos estaba echando encima y había comenzado a temer que el frío llegara de repente al Pamir, un paso obligado para seguir nuestro viaje. Las posibilidades para caminar y experimentar la alta montaña son extraordinarias, pero...

Por la mañana amaneció lloviendo. Nuestra ropa de veranillo, la única que tenemos de momento, definitivamente ya no nos sirve para continuar viaje. Consulté el tiempo para uno de los puntos en que queríamos hacer alguna caminata: el pueblo de Murgob; de aquí en una semana allí las máximas serán de siete grados y las mínimas de seis grados bajo cero. Este brusco cambio de escenario me pone algo nervioso. Primero que no es recomendable meterse en un viaje que de repente atraviesa puertos de más de cuatro mil metros, a veces el mal de montaña puede hacerte alguna jugarreta si no te tomas el viaje con más calma; además tampoco nos apetece pasar tan de largo, preferiríamos una tranquila aclimatación haciendo algunas excursiones en el intermedio. Y después, que desconociendo el medio y previendo mínimas de bajo cero en cualquier momento una bonita nevada nos puede dejar colgados en algún inhóspito puerto. Siento que me estoy volviendo un poco aprensivo, lo que no deja de joderme porque me gustaría ser de otra manera, pero es lo que hay, de golpe añoro el calorcito del verano, los años me han hecho un tanto friolero y ahora viendo esas mínimas de siete bajo cero en mi ruta cuando sólo estamos a mitad de septiembre, me deja cierta temblaera en el cuerpo, más todavía pensando en todas las montañas por atravesar que nos quedan por delante.

En fin, siempre sucede algo parecido cuando uno se encuentra con algo que desconoce. ¿Cómo será o dejará de ser lo que te espera? Recuerdo que cuando estábamos organizando nuestro primer viaje al desierto,  el Sáhara de Argelia, hace ya cuarenta años, no era capaz de imaginar aquello, el posible calor, la arena interrumpiendo la carretera, el comportamiento de mis hijos, Mario y Lucía cumplían un año entonces. Y llegó el verano y atravesamos Marruecos y después la Kabilia, en Argelia, y no pasó nada, fue un viaje espléndido en que acampábamos al final de la tarde entre las dunas mientras un sol dorado rociaba bellamente las arenas de ámbar y la temperatura se hacía suave como el cuerpo de melocotón de una jovencita. Resistíamos bien el calor en pleno mes de julio y de vez en cuando nuestra sed era saciada por la hospitalidad de algún bereber o unos vecinos de un oasis que nos ofrecían sandía fresca y té. Otro viaje del que colgó también una incógnita tuvo lugar en Tierra del Fuego y a lo largo del sur de la Patagonia al final en un otoño tardío en que las carreteras estaban cubiertas por una delgada capa de hielo y el aliento te salía de la boca como una bocanada de humo. También aquel viaje lleno de frío fue memorable, especialmente porque al frío se le sumó el hecho de que que el coche en que viajábamos dio dos vueltas de campana al tomar una curva sobre el pavimento de macadán. Rasguños y un poco sangre, no hubo más. Y después todo aquel desierto delante de nosotros con sol, pero con un frío que pelaba, todo el día caminando hasta que al final de la tarde nos recogió un destartalado minibús. Me digo que si uno no hubiera tenido este tipo de experiencias en el cuerpo probablemente uno no sería uno, sería uno muy otro.

Habiendo visitado estos últimos dos días las legendarias ciudades de Bukara y Samarkanda parecería de cajón que me extendiera aquí en elogios de estas ciudades que fueron el epicentro de Asia Central durante tantos siglos, plazas claves del tránsito de la Ruta de la Seda, pero me temo que el ánimo no me dé para ello. Internet está lleno de materiales donde el curioso puede satisfacer su curiosidad si le place.

En previsión pues de lo que nos espera estos días próximos hemos dedicado la jornada a comprar ropa de abrigo, jerséis, anoraks y dos pares botas de montaña y después nos hemos vuelto al hotel. Anoche había dedicado un buen tiempo a preparar alguna excursión en Fann Mountains a dos horas de coche pero ya en Tayikistán. Hoy de casualidad nos hemos enterado de que sólo hay un par de pasos fronterizos abiertos en el sur de Taskent. Así que cambio de programa, una enorme vuelta que tendremos, una vez más, que salvar en taxi.

Como en otras ocasiones dejo abajo una colección de imágenes que sirven para mostrar nuestro paso por Bukara y Samarkanda.


BUKARA




SAMARKANDA