Dilijan, Armenia, 24 de agosto de 2015
Mañana de viaje. Las colinas están envueltas en una pesada cortina de nubes. Llovió toda la noche y el campo viste un esponjoso y mortecino vestido de otoño. La marshrutka, nuestro renqueante y habitual microbús en Armenia, rueda camino de Dilijan donde después de unos días de ciudad estiraremos las piernas camino de alguna cumbre o monasterio. Aprovecho la ociosidad del momento y echo una ojeada a mi teléfono y me encuentro con una entrada en Facebook de África, una antigua alumna de mis primeros años de escuela que me dedica unas elogiosas lineas relacionadas con mi trabajo de entonces y que adormecen esta mañana un tanto la sensación de insignificancia que suele acompañarme cuando pienso en la vida; tan pequeños somos, tan poca cosa... y no se entienda esto ni mucho menos en sentido despectivo o negativo, que, como afirmaba el otro día un personaje de la novela que leía hablando del tiempo, es decir, que el tiempo era una gota de agua en el mar, algo parecido podemos decir de nosotros, cosa que según me voy haciendo mayor cada vez siento más en mi piel; esa levedad del ser de que habla Kundera se acrecienta según uno se va acercando al final del viaje, el de la vida, quiero decir; tan leve tan leve me siento que a un servidor se le suben los colores a las mejillas cuando recibe este tipo de sorpresas. Gracias de todos modos, África, los años de trabajo en la escuela fueron el gran viaje de una parte considerable de este andar por el mundo que es la vida.
Fantástica mañana de nubes cabalgando como walkirias sobre los lomos plateados de las colinas, sobre las aguas tristeazulencas del lago Sevan que duermen a sus pies pacíficas y adormiladas. ¿Será que se acerca el otoño? Cuando el viaje se llena de nubes uno no sabe qué pensar, le da por recordar el invierno y entonces con el proyecto por delante de atravesar Asia Central el asunto da cierta friolera, un mundo de altísimas montañas y valles solitarios que el viajero imagina inhóspito más allá de las grandes ciudades y que, como todo lo que uno desconoce, le apura y le deja un tanto excitado . El viajero ha corrido muchos caminos pero cuando se acerca a un mundo nuevo de lenguas y costumbres que le son ajenas, cuando el tiempo se aborrasca siempre mira con recelo el porvenir. Tan de veranillo es nuestro atuendo que basta que bajen las temperaturas unos grados para que el cuerpo te pida un poco de ese sol que ayer o anteayer te abrasaba. El viajero recuerda algunos viajes por los valles altos del Himalaya y se siente inquieto por lo que pueda encontrar con mal tiempo al norte de Afganistán o en las tierras altas de Kirguistán, inquieto aunque esté deseando estar allí; esos lugares en que el viaje se hace aventura y uno no sabe nunca donde podrá dormir o tomar un plato de sopa caliente. ¿Cómo es posible que nuestro ser contradictorio pueda anhelar al mismo tiempo dos cosas tan contrapuestas como el deseo de comodidad y la asunción de algún dudoso reto? Estas cosas que pasaban cuando, frente al empeño de escalar una hermosa y riesgosa pared en la que habías estado pensando durante toda la semana en las horas de trabajo, sucedía que cuando te despertabas de mañana en el refugio de los Galayos, por ejemplo, podías llegar a sentir en ti un lejano deseo de que fuera del refugio estuviera lloviendo, lo que permitiría aplazar el riesgo, la aventura, el miedo.
Viajar también excita el sistema nervioso y despierta en ocasiones a la adrenalina que anda por ahí dispuesta a poner en guardia a nuestro organismo para mejor afrontar las veleidades a que queramos someterlo.
Dilijan es una pequeña aldea que la guía señala como un importante centro de excursionismo; los alrededores son parque nacional. Pensando que podríamos tener problemas de alojamiento, días atrás hicimos una reserva para tres noches en un B&B por Internet. Según la web el alojamiento estaba a cuatrocientos metros del centro del pueblo y tenía de todo lo que puede ofrecer un hotel de cinco estrellas; la enumeraracción de los servicios del alojamiento llenaban dos pantallas del teléfono. Nos bajamos del microbús, ponemos el gps en funcionamiento y tiramos carretera adelante siguiendo las indicaciones de la página de Booking. A cien metros la señal hacia el hotel de marras nos mete por un camino de tierra embarrado, recorremos un par de kilómetros, preguntamos, nadie conoce el establecimiento, nos comunicamos por gestos, alguien señala ambiguamente hacia adelante, continuamos caminando, llovizna, llegamos a una pista asfaltada; al fin, en una pensión, localizan a una cocinera que habla inglés. A esta altura ya lo único que queremos es darnos media vuelta y buscar otra cosa para pernoctar. La cocinera propone llamar un taxi para hacer el camino de vuelta. Llega el taxi y en vez de volver al pueblo, nos entran ganas de investigar la localización del "hotel" que hemos reservado. Yendo de acá para allá con el taxi al fin damos con el "hotel" que buscamos, una casa corriente en un fondo de saco a donde el taxi llega penosamente dando tumbos. La casa está rodeada de trastos que hay que sortear, lo que en las características del local debería ser el jardín y el aparcamiento privado es un talud de 30 grados cubierto por espeso barro. Se acerca corriendo un joven diciendo por señas que sí, que ese es el "hotel". Mi hija Lucía nos contaba antes de salir de viaje de la buena experiencia que tenía ella con Booking; le voy a mandar la referencia de este post para que se haga una idea de lo que te puede caer encima con una reserva sin garantías. Reservas un alojamiento y si después éste es una mierda y no tiene las instalaciones que ofrece no puedes volverte atrás, pagas la totalidad de lo hayas reservado y si quieres deshacer el entuerto ya tienes diversión para varios días, incluido el coste de las llamadas telefónicas que aquí no son de broma.
En esta ocasión ni siquiera nos enfadamos, nos dimos media vuelta y nos metimos en el taxi camino de un alojamiento en el centro de Dilijan. Una anécdota más para dar a conocer a los potenciales viajeros cosas que pueden suceder con webs como las de Booking. Hemos usado esta web sin problemas muchas veces, pero hoy la cosa no funcionó. Espero que no nos pasen factura por la anulación de la reserva.
El taxista nos dejó frente a Nina B&B, un lugar acogedor con un jardín cuajado de flores donde pasamos la tarde apaciblemente leyendo en un porche mientras fuera la lluvia tañía su melodía en los rincones de la tarde.
Las imágenes son de Yerevan. Tomadas en el complejo de La Cascada. Por allí andaba el inconfundible Botero. La última corresponde al regalo de África y al que me refería más arriba.