Nuestro primer día de viaje


Girasole, Cerdeña, 10 de junio

A la sombra de un laurel. Sorprende la manera corriente y vulgar con la que comienza un largo viaje. Se ve que ya cuesta resucitar las novedades, ese gustillo que te corría por el cuerpo, nervios, intriga, la incertidumbre que se instalaba por dentro cuando tu avión se dirigía a algún país lejos de casa, "qué va a ser de ti lejos de casa. Nena, qué va a ser de ti". Eso parecía cantar tu yo deseoso de aventuras pero a la vez un tanto contrito por la incertidumbre, la seguridad que dejabas a la puerta de embarque del aeropuerto. Hoy no, hoy las cosas rodaron de manera tan normal que pareciera que no nos marchábamos, Dios mediante, por un larguísimos periodo de tiempo. Sólo las lágrimas de mi hija y la emoción subida al pecho de Victoria eran las notas de que algo diferente se estaba fraguando para este tiempo por venir. Cosas de la edad, amigo, diría alguien. Sí, creo que son cosas de la edad, uno está tan trasteado que evidentemente la reiteración deja un poso en el ánimo que se manduca una parte importante de la curiosidad, de esos paisajes que atraviesan frente a tus ojos. Recuerdo que una vez que viajaba con mi amiga María Lopez Carmona, allá por los veinte años, en que después de no pegar ojo durante toda la noche en el expreso de Barcelona-Génova, eramos entonces endiabladamente jóvenes y la cercanía de nuestros cuerpos en un largo recorrido nocturno por la Costa Azul nos había dejado con falta de sueño, al día siguiente no fuimos capaces de evitar dormitar durante todo el trayecto en el autobús que atravesaba las Dolomitas. Un viaje en el que precisamente había depositado todas mis expectativas. Me arrepentí un montón de aquella somnolencia mía. Pues bien hoy no, aquella ganas que siempre amenazaban mis viajes en avión intentando localizar paisajes y ciudades desde el aire habían desaparecido. El sueño que, también hoy, llevaba
dentro, no tuvo ningún empalago en hacerse profundo mientras las algodonosas nubes atravesaban junto a los pasajeros como enormes seracs de un extraño glaciar aéreo. Pasé el vuelo dormido ajeno a todo esto.

Ah, con que facilidad lo nuevo deja de ser nuevo para convertirse en pura prosa prosaica, la poesía se esfuma y quedamos entonces a merced de la rutina. Bua, bua, sí, que yo quiero seguir esperando con toda la ilusión del mundo a los Reyes Magos. Pero los Reyes ya no vienen, el tiempo los ha devorado y ahora sólo queda el plano reflejo de la cotidianidad burlándose de nuestras ilusiones y de nuestras ganas de recobrar un tiempo ido que como en los versos de Jorge Manrique nunca ha de volver atrás.

Nos acechaban esta mañana dos huelgas, una de controladores y otra de empleados de Ryanair. Afortunadamente sorteamos ambas sin dificultad, los controladores dejaron partir nuestro avión y en éste el único inconveniente fue el equipaje que entró a empujones por todos los rincones como si estuviéramos embutiendo morcillas. Tampoco era para quejarse, un servidor entiende a los huelguistas hasta el punto de que no le hubiera importado esperar unas cuantas horas con tal de que a la tarde o la noche hubiéramos aterrizado en la isla de Cerdeña.

Cerdeña. Cerdeña fue un proyecto que habíamos postergado durante muchos años. Mi adición a Italia desde los tiempos que hice amigos alli, apenas tenía yo veinte años y ya andaba trepando discretamente por las verticales paredes de las Dolomitas, me ha hecho recorrerla en todas las direcciones a lo largo de cuatro décadas. Amo este país tan irremediablemente mediterráneo como España, lo que significa cierta anarquía y una buena dosis de informalidad imposible de encontrar en los países nórdicos o germanos. El recuerdo de las decenas de viaje durante nuestras largas vacaciones de docentes es uno de los mejores recuerdos de mi vida.

Hoy lo único capaz de evitar sumirme en una profunda siesta tras el recorrido de una parte de la costa este y sus montañas limítrofes , uno está especialmente dormilón últimamente, es precisamente esta curiosa necesidad de contar y de dejar constancia de lo que pasa en esta primera jornada de viaje. Un hábito que se hace un tanto puñetero y que en ocasiones me obliga a robar alguna hora a mi sueño nocturno o me despabila  como hoy de mi acostumbrada siesta.

Durante esta semana, antes de volar o coger un ferry hasta Italia, vamos a gozar de un pequeño Panda que hemos alquilado para pasearnos por la isla y para acceder a algunos de los senderos más atractivos de Cerdeña. Una novedad, porque la rusticidad de los viajeros no cuadra con estas cosas. Ya se ve en la imagen de más abajo el restaurante en que paramos para la comida del mediodía. La sombra de un pino y un raquítico riachuelo que discurría perezoso por un
cauce medio seco. Fuimos a parar a un B&B donde la amabilidad del dueño y su cantarín italiano acompañaron el final de esta tarde tarde mediterránea.