Los trazos de la canción

Junto a Mount Beauty, Estado de Victoria, 16 de marzo de 2016

A veces es difícil hacerse una idea de en qué consiste esto, esto, los países, la gente, los aborígenes, el arte, un chulo de gimnasio, todo lo que nos rodea. Hay personas que nacieron con una mente preclara y una inteligencia a prueba de bombas y quizás para ellos las cosas, esto que llamamos realidad, se les presente con una inusitada armonía totalmente razonable, pero uno, que es corto de entendederas, cada dos por tres no deja de tropezarse con paradojas, contradicciones o asuntos que no entiende; la realidad se presenta entonces tan críptica e inasequible que llegas a anhelar tener una masa gris un poco más abultada.

Abres un libro y plas, el tipo de turno te ilumina con su personal sabiduría, hila un discurso tan bien trabado que a ti no te toca otra cosa que abrir los ojos de par en par y decir, joder, que tío listo éste. Sucede cuando descubres una verdad que habías tenido delante durante media vida y no habías sabido verla hasta ahora. Sucedió hoy con la historia de los aborígenes australianos que me llevó a considerar la vida de un petirrojo que habita en nuestra parcela como un buen ejemplo para reformar nuestro régimen de propiedad privada. Ahí es na. Tenía que haber leído Engels, el autor de El origen de la familia y la propiedad privada, claro, el libro de Chatwin, Los trazos de la canción; quizás le habría iluminado para añadir consideraciones importantes a su trabajo de investigación.

Me había desvelado al amanecer, Victoria dormía profundamente así que eché mano a mi ebook y me puse a leer. Las cacatúas chillaban como condenadas en las ramas de los árboles. Ya se sabe que el "canto" de las cacatúas no es precisamente la melodiosa voz que puede servirte de fondo para un rato de lectura, pero aún así me enganchó el tema; Chatwin contaba la historia de un exmisionero benedictino bastante heterodoxo llamado. Flynn que había vivido con los aborígenes y cuyo encuentro aprovechaba para tirar poco a poco de la lengua a un interlocutor no muy dado a soltar prenda. Chatwin trataba de aclarar un concepto aborigen, el de propiedad de la tierra, un concepto que no coincidía en absoluto con el de los "invasores", que con sus abogados y un sentido de la ley correcto en su entorno en absoluto cuadraba con el de los indígenas de estas tierras.

Los aborígenes tenían una filosofía apegada a la tierra. Ésta daba vida al hombre: le daba su alimento, su lenguaje y su inteligencia. El "terruño propio" del hombre, aunque sólo fuera un erial poblado de hierbajos espinosos, era en sí un icono sagrado que debía mantenerse incólume. La construcción de carreteras, las minas o las vías férreas eran pues un rotundo altercado contra un principio esencial del sentir de los aborígenes. Herir la tierra era herirse a sí mismo. "La tierra debe permanecer intacta: tal como era en lo Tiempos del Ensueño cuando los antepasados dieron vida al mundo con su canción. No, no hubo para ellos ningún dios que creara el mundo, la canción se erige en estos pueblos en el elemento a partir de esa creación en una constante que servirá para nombrar una determinada tierra pero también para identificar el canto a modo de escritura de propiedad. Sólo el propietario, y después sus herederos, conocen la canción que identifica una tierra propia.

Su vida religiosa tenía un sólo objetivo: conservar la tierra como era y como debía ser. Así como, en el Tiempo del Ensueño, no había existido hasta que los antepasados lo cantaron, de la misma manera los aborígenes no podían creer que existiera ninguna tierra antes de que ellos la hubieran visto y cantado...

De modo que la tierra debe existir primeramente como un concepto mental. Después hay que cantarla. Sólo entonces se puede decir que existe.

Los hombres blancos, le explicaba Flynn a Chatwin, cometían todos el error de suponer que, puesto que los aborígenes eran nómadas, no podían tener un sistema de tenencia de tierras. Esto es falso. Los aborígenes, eso sí, no atinaban a imaginar el territorio como un bloque de tierra limitado por fronteras, sino que lo veían más bien como una red intercomunicada de "líneas" o "caminos de paso". La mayor parte de la llanura interior de Australia es un matorral árido o un desierto donde la lluvia siempre cae muy esporádicamente y donde a un año de abundancia podían seguirle siete de penuria. Desplazarse por semejante paisaje equivalía a sobrevivir; permanecer en el mismo lugar era suicida. La definición del "terruño propio"  de un hombre era "el lugar donde no tengo que pedir". Sin embargo el sentirse "cómodo" en dicho terruño dependía de la posibilidad de abandonarlo. Todos esperaban contar con otras vías por las cuales se pudiera transitar en casos de crisis. Cada tribu, les gustara o no debía cultivar relaciones con sus vecinos a fin de intercambiar productos con éstos. De ahí que esas rutas que los aborígenes se ven obligados a recorrer se constituyan en los Trazos de la Canción que anuncia el título del libro, porque el principal medio de intercambio son las canciones, no los objetos. Comerciar con objetos era la consecuencia secundaria del intercambio de canciones.

Antes de que llegaran los blancos a Australia nadie carecía de tierra, porque todos  heredaban, como propiedad privada, un tramo de la Canción del Antepasado y el tramo concreto sobre el cual discurría la canción. Los versos de cada individuo eran sus títulos de propiedad sobre el territorio.

Todo esto, comenta Chatwin al final de la larga exposición de Flynn, se traduce en algo muy parecido al canto de un pájaro. Los pájaros también cantan sus demarcaciones territoriales.

Hermoso concepto de la propiedad que a esta hora temprana con una débil lluvia sobre nuestra tienda hace pensar, a modo de cómo se siente propietario un petirrojo que habita en nuestra parcela marcando su territorio con sus trinos y acaso con el llamativo color de su plumaje bajo su pico, que posiblemente si adoptarámos como título de propiedad del entorno en donde vivimos nuestro amoroso canto y nuestras locas ganas de vivir en paz, acaso sería posible una convivencia aceptable para nosotros y nuestros vecinos.

Imágenes
Las tomas urbanas pertenecen a la ciudad de Sydney. El resto son de aquí y allá de trajinar por los aires,  las carreteras o los museos.