Bishkek. Kirguistán, 6 de octubre
En el mundo hay mucha más gente de la que uno pueda imaginar, una verdad de perogrullo que por mucho que la podamos apreciar racionalmente es difícil de asumir como realidad tangible y física. Digo esto porque sucede algo curioso cuando uno día tras día se cruza con gente tan diversa y tiene trato con jóvenes, niños o adultos de tan diversas culturas. Si yo tratara de expresar qué percepción tenía de las gentes de estos países de Asia Central hace unos meses, siendo como son países fuera de las rutas corrientes del turismo y poco o nada considerados por la prensa occidental, diría precisamente que esta lejanía me impedía siquiera hacerme otra idea que no fuera aquella que se pudiera derivar de la poca historia que conocía de esta zona, el paso de Genghis Kan, Tamerlán, la bestia negra de Stalin, en definitiva algo tan remoto y oscuro que me era imposible formarme siquiera una idea aproximada. De hecho la gente aquí no tiene cuernos, ni rabo, ni son tan diferentes a nosotros, sólo sucede que en Occidente nos miramos tanto al ombligo, nos creemos tan el centro del mundo que no atinamos a creer que en este planeta haya gente exactamente iguales a ti a lo largo y ancho de él, en África, en América, al norte de Canadá o en la Conchinchina; todo lo que no seamos nosotros mismos tendemos a subestimarlo; el mundo somos nosotros y lo otro o no existe o nos comportamos como si no existiera. Y sin embargo todos somos iguales con mínimas diferencias. Todos igualitos a nosotros aunque el color de la tez o la inclinación de los ojos sea diferente. Aunque sean sirios o procedan de Tombuctú. Sí, una realidad que muchos jamás querrán entender de hecho. De ahí la necesidad de airearse, quitarse la boina y viajar un poco para que yendo de acá para allá se produzca una ósmosis capaz de hacernos permeables a otras culturas y a otras formas de hacer y pensar. Estos días, cuando hecho un vistazo a la prensa de España no deja de venirme a los labios con frecuencia una cierta sonrisa condescendiente al ver cómo esa corte de los milagros de Iberia que ya ilustrara Victor Hugo en "Nuestra Señora de París", sigue su curso a través de los juzgados, las elecciones autonómicas o los desvaríos de la siempre dolosa prensa amarilla. Perdón, pero desde aquí se ve más claramente el cariz de imbecilidad de montones de esos personajes que aparecen constantemente en las portadas de los periódicos. Vuelvo al tema: todos igualitos a nosotros.
Quizás pudiera tratar de explicar la razón de por qué esa necesidad de airearse para poder ver el bosque, pero prefiero dejarlo ahí; sucede. Tengo la impresión de que todos necesitamos un poco de este baño de tierras y gentes que dan los viajes para llegar a comprender mejor las pasiones de los hombres, su historia entera, las chifladuras que como una enfermedad mortal aquejan a tantos cerebros de las "altas esferas", por aquí en forma de autoritarismo despótico disfrazado de democracia, en nuestra tierra simplemente tomando la madre patria como si fuera el cortijo de unos pocos.
Y no es ajeno a esto de que hablo la necesidad de una percepción global de las gentes de este mundo; la estrechez de miras, el occidentalcentrismo con el manejo que de la opinión pública se hace por los grupos de presión interesados es todo menos objetivo. En esta línea ayer pillé en la novela de Skármeta una cita de Oscar Wilde que era para cortar la respiración. Pertenece a "El crítico como artista". "Lo único grande que ha hecho Inglaterra es establecer la opinión pública, que no es si no el intento de organizar la ignorancia y elevarla a la condición de fuerza pública". Una opinión pública cuidadosamente controlada que tanto sirve para para hacer del tío Sam un aspirante a los altares y a Venezuela un demonio con rabo y cuernos como para hacernos creer que con Franco se vivía mejor.
Así más o menos nos formamos juicios sobre el Islam, los gitanos o la Biblia en verso; nada que tenga que ver con la realidad pero que sirve perfectamente a los intereses de estos o aquellos grupos de presión.
La moraleja que a mí me asalta en este instante tiene que ver con la dificultad de acercarse a otras culturas de una manera objetiva atosigados como estamos por tabúes, lugares comunes y la manipulación de conceptos tales como Islam, en donde la complejidad de una cultura y religión se simplifican hasta llegar a hacerlo sinónimo de barbarie y terrorismo en ocasiones, confundiendo como tantas veces el culo con las témporas.
Uno puede ser un total ignorante pero cuando se decide a ir de un lado del mundo a otro, después de algunos meses llega a entender que las cosas no son con mucha frecuencia como aparecen en los periódicos ni como en nuestro cerebro se ha ido configurando cierta realidad. La realidad, que tan compleja es, necesita ser vista, olida, compartida, constatada. Sólo después de esto creo que sea posible hacerse un juicio ponderado. Y no me refiero a la adquisición de un conocimiento enciclopédico sino a esa clase de conocimiento que el sentido común recoge en las calles del mundo y que es completamente imprescindible para complementar aquel otro que nos llega por el estudio o por los medios de comunicación.
La cita de Oscar Wilde debería estar siempre presente en nuestras mentes a modo de filtro a la hora de formar juicios sobre asuntos concretos. Hay demasiada gente interesada en que nuestro conocimiento sea pasto de una fácil propaganda.