Mi chica estrena gorro


Península de Akamas, Chipre, 15 de julio de 2015

En la prensa de hoy: "Nuestra Eurozona es un lugar muy inhóspito para la gente decente”. De una entrevista reciente hecha a Varoufakis que leí esta mañana. Vivimos en un lugar realmente inhóspito para la gente decente. La rapiña, la mafia, la ley del más fuerte enmascarada en una falsa democracia es la que va a seguir gobernando la UE si alguien no pone coto a la situación. 

Anoche viendo el final de La mirada de Ulises me fue imposible no acordarme de Nostalghia, la película de Tarkovsky. No sé exactamente por qué , la lentitud de las imágenes que se movían en la niebla frente al improvisado concierto sobre la nieve suscitaban impresiones similares a las que me provocaron las primeras secuencias de Nostalghia hace años, allí unas mujeres trajínando a cámara lenta junto a un grupo de árboles con un caballo al fondo, una escena con una fuerza plástica imposible de olvidar. Por la noche busque en El Pirate Bay la película y la puse a descargar en la tablet. Sería la sesión de noche del día siguiente.

Con Tarkovsky igual que con Angelopoulus es difícil decir de qué trata algunas de sus películas. Uno se siente embaucado por la poesía, la música, los silencios, las lejanas referencias, los inquietantes planos fijos que, como aquellos del húngaro Bella Tarr  llegan a hacerle revolver a uno en el asiento, cercano a la exasperación de quien no soporta más la calma chicha que se cierne sobre la pantalla; secuencias expresionistas que parecen estar pidiendo una aclaración que definitivamente no llega, o que sólo entrevemos en flashback y en la sugerencia de vidas que descubrimos entrelazadas por el arraigo de alguna pasión común.

Gran placer el de mirar, sí, mirar, una película de Tarkovsky donde acaso el discurso tiene más que ver con la poesía, la música y la filosofía que con el hecho narrativo, por más que éste adquiera una poderosa relevancia, por ejemplo, en el final de la película en donde uno de los protagonistas se inmola en lo alto de una estatua después de haber arengado a un público mudo e inmovilizado que escucha tal rígidas estatuas. Una lata de gasolina vertida sobre su cabeza y el fuego posterior con una figura envuelta en llamas que cae desde lo alto como una tea ardiendo ante la impasibilidad de los espectadores.

En una película de Tarkovsky mirar y oír son dos hechos fundamentales que se complementan del mismo modo que pueden hacerlo la música y la poesía. En una de sus películas es posible decir como en una sinfonía o unos versos de Cesar Vallejo que no significa nada. Es posible, no siempre. Las sugerencias, las referencias al arte, a los significados vitales aparecen dispersas aquí y allá mezcladas con la búsqueda de una belleza plástica, un escorzo, una perspectiva que unas veces pueden recordar a Velázquez, a mí la larga secuencia a cámara fija en la habitación del hotel me recordaba a Las Meninas, y otras a una partitura de Debussy donde un fondo de olas sirve de soporte a la melodía principal.

Leía en una terraza esperando el autobús y de pronto una especial sensación térmica me vino de algún remoto lugar de Oriente. Un calor húmedo y pegajoso atravesaba los años para hacerme revivir una sensación experimentada en las calles de alguna ciudad de Vietnam o la India. Este tipo de sensaciones las viví muchas veces referidas a los olores, el olor de la pelliza de cuero de mi abuelo, el humo de su tabaco de pipa, el olor de los pañales de mi madre en sus últimos días de vida; sensaciones que me han sorprendido encontrármelas inesperadamente en lugares y situaciones diversas. Andar por una ciudad, una calle y de repente sentir la presencia de un olor que atravesaba algunas décadas recordándome su origen y las circunstancias que lo rodearon. Sin embargo nunca me sucedió esto a nivel de sensación térmica, ese calor húmedo y pegajoso en el que uno entra como si de un baño turco se tratara y en donde permaneces durante días como pez dentro del agua. Unas semanas de verano, por ejemplo, en Manchuria, al norte de China donde era imposible secar la ropa de la colada debido a una humedad que se mascaba.

En la parte más occidental de Chipre, como el punzón agudo de un hacha de sílex, se adentra en el mar la península Akamas, toda ella declarada parque nacional. En ella nos adentraremos hoy y mañana  a pie, más o menos cuando el sol, estirando el brazo estuviera a algo menos de un palmo del horizonte. El agua estaba deliciosamente tibia y tranquila. Era como nadar en una piscina solitaria. Al otro lado de la amplia bahía de Chrysochou, lejos, veíamos la ciudad de Polis.

Todavía anduvimos una hora y media antes de alcanzar la pequeña y coqueta cala de Fontana  Amoroza donde pensábamos montar nuestro vivac.

Ah, por cierto, mi chica estrena hoy gorro, uno de ala ancha que se compró el otro día en el mercadillo de Polis. Me lo ha dicho un par de veces, me gusta, me gusta. En esta ocasión comprar una prenda ha sido visto y no visto, algo bien raro en ella; todavía recuerdo los últimos pantalones que se compró, necesitó tres viajes a Madrid para comprar algo que le gustara; para las sandalias que lleva debió de emplear no menos de una semana mirando acá y allá en un centenar de zapaterías. Y eso que mi chica no es una fémina clásica que si no... para tirarse por un puente.