La obsesión reproductora de la naturaleza


Micenas - Argós, 1 de julio de 2015

Hay algo en este recorrer ruinas aquí y allá, hoy los restos del palacio de Agamenón y las tumba de Clitemnestra y Egisto en Micenas, que tiene que ver con cierta alteración que le sobreviene a uno en la percepción del tiempo. Pasar del presente a las tragedias de Esquilo y de aquí a los sistemas de abastecimiento de agua, las tumbas, la colina sobre la que se asentaba la ciudad, apenas unas cuantas piedras en la actualidad, produce en el viajero una curiosa sensación de aproximación a los tiempos pasados. Haciendo un pequeño esfuerzo remotos personajes que vivieron en estas tierras hace tres, cuatro mil años pueden ser traídos a esta mañana de bruma sobre las colinas para exhumar sus vidas cotidianas y sus pasiones al punto de sentirlos cercanos. La sed de venganza de Orestes, la pasión de Egisto, la infidelidad de Clitemnestra son asuntos en la actualidad más cotidianos que todas las cosas.

Mientras los huesos de Agamenón serán pura harina, como cantaba Cesar Vallejo, "Hoy que hasta tus puros huesos estarán harina", aquí, en la tierra Helena se cuecen otros importantes asuntos mucho más trascendentes de si Egisto ponía los cuernos a Agamenón o no, así que a la tarde, acorde con eso que dice que hay que estar al tanto de lo que pasa en el mundo, me despacho con uno de los últimos programas de Fort Apache, La Europa de Alemania. Alemania, atenta a utilizar a los países del Sur como parias con que desarrollar su propia economía, le hace la guerra a Grecia, esa vieja tortura de sumergir al torturado bajo el agua hasta el límite de su resistencia hasta propiciar su obediencia. No interesa a los alemanes un gobierno contestatario y democrático que pueda poner en cuestión una Unión Europea nada democrática diseñada para servir los intereses de los bancos alemanes y franceses. Grecia puede poner en peligro un modelo de Europa en el que Alemania mueve a su antojo los hilos de la política y la economía. Ahora el objetivo prioritario es cargarse a las cabezas visibles de la contestación, Varoufakis y Tsipras, para cortar de raíz lo que puede venir después, Podemos y la contestación de los otros países del sur. "El no ser insensato es el mejor regalo de los dioses", afirma el corifeo en la tragedia de Esquilo, momentos antes de que Clitemnestra se apreste a dar muerte a Agamenón, su esposo recién llegado de Troya. La insensatez campa a sus anchas en Europa y es triste oír a un tertuliano de Fort Apache, en alabanza a esta unión que vivimos, que ella ha hecho posible que no hayamos tenido una guerra en setenta y cinco años, un hecho insólito en la historia de la humanidad, como si nuestro destino fuera rompernos la crisma unos contra otros cada veinte o treinta años. Corren tiempos nuevos por el mundo, especialmente en América Latina, una pequeña esperanza que nos dice que acaso algún día la explotación de todos por unos pocos pueda relajarse, pero la lucha es una lucha sin cuartel, los poderes fácticos, el dinero, la desfachatez y el engreimiento de los que están en una posición ventajosa, con todos los medios de comunicación creando corrientes de opinión, arrasan todo rastro de cordura. Si alguien quiere hacer aparecer a Grecia hundiéndose en la miseria vasta fabricar noticias falsas, enormes colas ante los cajeros automáticos (eso sí, imágenes de gente con abrigo cuando la temperatura en Atenas sobrepasa los treinta grados), jubilados jubilosos porque han logrado sacar cien euros de la cuenta de su banco. De imágenes así de falsas están hechas las noticias sobre Grecia estos días.

Hoy madrugamos para dar un discreto paseo hasta la cumbre de una colina próxima donde se yerguen los retos del castillo de Larisa, del siglo XIII. Junto a la cumbre un monasterio de monjas cuelga como nido de águila sobre un paisaje donde conviven altas colinas, una extensa llanura agrícola y, hacia el este, el mar recogido en un ancho abrazo por una bahía coronada en sus extremos por colinas copiosamente arboladas. Una calma azulenca se posa sobre el paisaje. En el monasterio una monja cubierta por raídas ropas oscuras y desgastadas a las que se les fue el color hace muchos años, barre metódicamente el pavimento. Responde a nuestro "good morning" con un "kalismera" (buenos días en griego) casi inaudible. Nos mira de hito en hito por un momento y después continúa parsimoniosa con un tarea. Rezar y barrer, dos actividades que me recuerdan algunos templos budistas que visité en China junto al Mekong. Allí los que barrian eran niños rapados de aspecto mugriento vestidos con el consabido hábito naranja.

Recordando a esta monja mientras descendemos entre olivos e higueras y pasando junto a un monasterio de monjes reflexiono en ese modo en que organizamos el mundo donde a hombres y mujeres se les asignan espacios diferentes. El que esta asignación sea prácticamente universal debido a su obviedad práctica, me lleva a considerar a la naturaleza como un empecinado sujeto que constantemente nos estuviera metiendo por los ojos esa prioridad primera de toda vida, la pulsión de querer reproducirse a toda costa. No es otra cosa lo que uno ve en el mundo animal y en las obsesiones de los humanos. Lo podemos llamar amor o del modo que queramos, pero la realidad no es otra, la cantidad de tiempo mental que empleamos en torno a asuntos sexuales es exorbitante. En el ochenta por ciento de nuestra actividad mental sitúa algún trabajo de investigación el tiempo que empleamos en merodear alrededor de nuestra libido. La naturaleza nos anega el cerebro con su obsesión reproductora, de ahí que nadie se fie de la beatitud de monjes y monjas y mantenga sus monasterios lejanos unos de otros. De ahí que... etc.