De trajeados y encorbatados


Siliqua, Cerdeña, 14 de junio de 2015

El viajero, que además de viajar es curioseador de las redes sociales, estos días se ve sorprendido por el número de posesionadores de alcaldías y concejalías que, trajeados y encorbatados como con hábitos que pretendieron hacer al monje aparecen por aquí y allá a lo ancho y largo de nuestras tierras. Y es que el viajero se admira de tanta corbata y tanto traje en tiempo de tanto calor. Esta mañana mismo atravesábamos un pequeño pueblo sardo y una parte notoria de la feligresía masculina que salía de misa de esa manera iba atrezzada, porque atrezzo y no otra cosa me parecia a mí, y eso que la temperatura ambiente pasaba de los treinta grados. Pero era un pueblo y no se trataba de alcaldes y concejales, lo cual mitiga en parte esa manía que tiene un servidor contra trajes y corbatas, ese colgajo que  media humanidad que aspira a estar en las cercanías de la élites usa y que ha servido de sublimado símbolo de distinción para distinguir a unos y otros, la gente de la calle y los "otros"; los otros, como en la película de Amenabar, los alienígenas.

Eso, que ver a cierta gente en ciertos actos públicos tan ciertamente trajeada y encorbatada, no sé exactamente por qué no sólo no me produce ninguna clase de respeto sino que me da risa. Algo que especialmente me sucede cuando conozco de qué pie cojean los susodichos. Vestirse de traje en determinadas circunstancias es ante todo un símbolo, ya, ya sé que los hábitos tienen su parte en estas cosas, pero no es el caso. Bien que las mujeres decidan vestirse de manera que se vean y las veamos más bonitas. Ahora, los hombres, ¿son más atractivos de traje y corbata que de cualquier otro modo? Lo dudo. A mí se me ocurre que con los hombres las cosas suceden de modo diferente. Habría, creo, un amplio abanico de posibilidades de interpretación, entre las que por supuesto podría estar presente la elegancia y la belleza, pero me temo que no sea ésta la más relevante. No me imagino al flamante Varufakis más elegante con corbata que sin ella; el atractivo de este hombre emana más de su informalidad y del hecho de ponerse el mundo por montera.

Para mí que lo fundamental que distingue a la feligresía de los encorbatados, nótese que el viajero tiene cierta infantil propensión a observar el mundo desde su propia filósofía de la vida, es su aspiración a estar en otra dimensión diferente a la de la gente corriente o, dicho de otra manera, muestra su aspiración subliminal de mostrarse unos peldaños por encima quizá del resto de sus vecinos. Los hábitos sociales cantan, si tienes un coche grande, una casa respetable y mandas a tus hijos a hacer un máster a Estados Unidos, eres una persona respetable; ahora, si tienes un coche de mierda, vistes vaqueros y jamás te has puesto una corbata lo más probable es que para tus vecinos "corrientes" seas un pobre gilipollas. El hábito no hace al monje pero puede confundir al ingenuo. Así de sabía es la cultura en la que andamos inmersos.

Qué queréis que os diga, me hace mucha gracia ver a determinada gente tan trajeada y encorbata. Al viajero, que ha dormido entre los mendigos bajo las arcadas de algún puente del Sena, se ha visto obligado a beber de las aguas de un charco en la ciudad de Múnich y que ha compartido durante noches enteras las miserias de un autobús que rodaba por los países subsaharianos, al viajero que no tiene ningún problema en comer con las manos al modo de tantos indígenas ni se le caen los anillos si se ve obligado a dormir en medio de la calle si llega el caso, esta tarde, mientras bajo el palio de una pérgola de buganvillas husmea en una casa rural la tormenta que se aproxima, al viajero le da una especial risa encontrarse con tanto trajeado y encorbatado alcalde y concejal de nuevo cuño.

Quien conozca al viajero, como aparenta, por ejemplo, Martín, hace tiempo que habrá notado que uno de los deportes favoritos de éste es solazarse con este tipo de observaciones antropológicas que la realidad le ofrece. Que nadie se moleste, todo es un juego: como la vida misma. Algún día llegará en que trajes y corbatas colgados de algún museo etnográfico de siglos venideros hagan sonreír a los visitantes, y más todavía cuando sepan que esas prendas eran el icono de distinción de cierta gente de nuestro decadente siglo.

Hoy nos llovió al final por la noche y hubo que salir pitando al coche para seguir durmiendo bajo el acariciante repiqueteo de la lluvia. Empleamos la mañana en visitar una aldea nugara, podéis ver más abajo el aspecto que tenía, y en aprender muy poco sobre estos pueblos porque la guía apenas relataba más de lo que veíamos con nuestros ojos. Mientras tomábamos el café después de la comida localizamos en Booking una granja que ofrecía una casa para alquilar y no dudamos en reservarla. Utilizaremos este lugar como base para nuestros últimos dias de Cerdeña. Un lugar tranquilo rodeado de jardines ideal para un tiempo que se promete de lluvia.