Kunming-Dali, 3 de agosto
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Kunming |
De pronto el viaje se ha hecho apasionadamente atractivo, lo desconocido, las levísimas indicaciones, la falta de datos en las guías, la presumible grandiosidad y soledad de estas tierras llaman nuestra atención como no lo hicieron quizás otros viajes. El Tíbet, y más por esta ruta que no se describe en ninguno de los libros que consultamos hasta ahora, siempre fue una palabra mágicas que albergaba en su interior un mundo desconocido que ni siquiera buenos libros ilustrados muestran. Habrá que ir hasta allí para ver qué es todo aquello; de la misma manera hubo que pisar por primera vez el desierto o la vasta belleza de la Patagonia y los Andes para saber en qué consistían aquellas tierras. Es un privilegio desplegar el mapa de China encima de la cama y posar un dedo en un punto e ir siguiendo el trazo por donde la imaginación o el color del fondo te lleven, y convertir así en días sucesivos ese trazo del dedo en un viaje apasionante lleno de las cosas que más te gustan de este mundo.
Encendemos la televisión para oír las noticias en inglés de la CCTV 4 y aparecen inundaciones por varias partes del país; recordamos el relato de Vikram Seth, Desde el lago del cielo, Viajes por Sinkiang, Tíbet y Nepal (un mes para cruzar desde la línea férrea de Urunqi, al norte del desierto de Taklamakan, hasta la capital de Tibet. Muchos interrogantes que aumentan por el hecho de que no tengamos información sobre los posibles medios de transporte. Ello sin el asunto de la policía porque, pese a las indicaciones de la guía, no nos hemos preocupado hasta ahora por los permisos. Ya veremos. Así pues clima de expectación con un ligero estado de nerviosismo. Mientras iniciamos este cambio de sentido de nuestro viaje hacia el norte, Dali y Lijiang son nuestros objetivos inmediatos.
En la encrucijada de los grandes ríos. Las guías describen como grandiosos los accesos al Tíbet por el sur y como anodinos y caros los del este, desde Chengdú. Queda pues preguntar en las comisarias y hacer gestiones en las agencias de viajes. La información es escasa, en esta época parece que hacia el norte y noroeste la ruta está barrida por continuas inundaciones. Me resisto a dejar de lado el esplendor de la regiones de Sangri-La, al noroeste de la provincia de Yunnan, junto a Deqen.
Llevamos muchos días excesivamente ocupados. Berta debe tener una infección en la garganta, guarda cama. Quizás deberíamos aprovechar para descansar aquí un tiempo. El lugar es barato y lindo, el pueblo de Lijiang es un joya. Contrasta con el medio rural que hemos atravesado hasta ahora, casi siempre rudimentario y plano.
Marco Polo es un hombre muy aburrido y reiterativo, ando despistado con la lectura.
Lijiang, 5 de agosto
Día de descanso. Berta se quedó en la cama, mañana de safari fotográfico. Buenas fotografías, calles estrechas, rostros de niños y viejos para mi cámara.
Parece que Tíbet queda para otra ocasión. Inundaciones, permisos y excesivo presupuesto: demasiadas dificultades.
Todo se mueve a nuestro alrededor. La apariencia de inmovilidad que las relaciones atraviesan durante años seguidos ¾cómo sentimos al otro, lo que percibimos de él y de su undo¾ se rompe un día; lo que era fijo y estable, de golpe, como si despertara de una hibernación, se agita y cambia de aspecto, se produce la muda. Nosotros nos agitamos también. ¿De dónde nació esa muda, esa agitación? ¿Será que toda inmovilidad lleva en sí el germen de la conmoción? Si aplico estas cosas a otros miembros de la familia: mi padre, mis hermanos, Mary, las hermanas de Berta, puedo encontrar allí el germen de otros movimientos míos. Todos parece que tengamos capacidad de producir determinado grado de perturbación en los otros.
Ahora es el recuerdo de nuestros hijos el que nos cuestiona. ¿No consiste en esto una buena parte de la vida? La agitación de uno mismo como producto del balanceo, del movimiento de los otros. Corrientes y contracorrientes, mareas, empuje de olas, la depresión en un desplazamiento de aguas, las crestas llenas de espuma y reflejos.
Y la desaparición de las distancias cuando algo importante nos llama desde el otro lado del mundo. Las urgencias de Rodrigo por partir, en este instante en Calcuta en la institución Madre Teresa, mi propia urgencia cuando en el año ochenta y cuatro, tras cincuenta días de viaje solitario por India, se me precipitó el deseo de volver a casa. El agua se mueve intranquila; alrededor, despertamos con la sensación de la marcha, con la idea de que hay que ahogar la distancia con la presencia inequívoca de lo otro. Y el síndrome del retorno y la mezcla de los deseos y los cometidos. Y desde lejos la voz que ya no puede dejar de oírse, el reclamo permanente en el azul del cielo: la playa de la espera desierta y expectante.
Datos de geografía humana. Estamos esperando la comida al aire libre, cuando al otro lado del canal que divide la calle veo a un anciano de largas barbas blancas; se lava, acuclillado junto al agua, con mucha calma las manos, sus dedos largos y sarmentosos,; su paraguas, negro, queda reposado en una cercana columna de piedra. Es uno de esos retratos que veo de antemano sobre la pantalla de proyección. Tomo la cámara y el zoom, saco mi chuleta de chino (la traducción: ¿Puedo hacerle una fotografía?), cruzo el canal y me acuclillo junto al anciano mostrándole mi chuleta de hacer retratos. La lee y luego me observa detenidamente, me dice con una voz clara y suave: Where are you from? Le contesto en chino: xi ban yá. Me encuentro ante el gesto mesurado y apacible de un anciano culto. Intercambiamos unas pocas frases, me recrimina por mi mal inglés. Me siento contrariado por la manera en que he abordado a este hombre, la del que se dirige a una mente más débil que la propia, con la blandura del hábito de quien solicita un favor que casi es un ruego. Habla un inglés correcto y pausado ¿Por qué quiere hacerme precisamente a mí una foto?, dice. Mi reacción es meramente convencional, doy un par de explicaciones banales, me disculpo por mi mal inglés y entonces se dirige a mí en francés... pero ya estoy metido en mi papel de fotógrafo a la caza de un retrato valioso, me desentiendo groseramente de las palabras del anciano para centrarme en la luz y la expresión de su rostro. Encuadro un primerísimo plano desde los ojos hasta el principio de la barba, después trato de centrar en ellos el enfoque más amplio pero el zoom no termina de fijar la distancia, me disculpo, hago un enfoque manual y plaf, se acabó. Me sobreviene un ataque de timidez, le doy las gracias precipitadamente y, nada más. Es como si una fuerza moral muy superior a mí se me hubiera impuesto y me hubiera dejado sin recursos.
Los tratados de geografía dividen a los seres humanos en categorías basadas en diferencias físicas. Kaplan resaltaba la mayor cercanía que hay hoy entre personas del mismo estrato cultural o social, un vecino de Islamabad de clase media está más cerca de otro de Chicago o de Legazpi que de su vecino de los bazares de Rawalpindi; igualmente el paria de Calcuta puede sentirse más próximo de aquellos de los ghettos de algunas ciudades de los Estados Unidos, que de sus propios vecinos de profesiones liberales.
Otra forma de clasificación me la sugiere el breve contacto con este anciano; el factor de diferenciación sería el grado mayor o menor de conciencia que tenemos los individuos respecto a la realidad propia y circundante; las personas que tienen una conciencia global de la realidad, de la vida, frente a los que escasamente se hicieron planteamientos de este tipo a lo largo de su existencia. Del primitivismo a una conciencia elaborada. Los que hacen el mundo y lo empujan y los que siguen como la procesionaria el camino elaborado por otros.
Tuve la sensación de que este anciano ocupa un grado alto en esta escala de la conciencia. Lo vi volver diez minutos después caminando ausente, apoyado sobre su largo paraguas negro; pasó entre el gentío y desapareció por una bocacalle lateral.
Luego fotografié a otro viejo, me sorprendió su mirada sin brillo. Después a un hombre maduro que apilaba leña en un carro junto a un precioso fondo, el revoque estropeado de arcilla de una fachada; se negó rotundamente a ser fotografiado. Un momento después volví con unas monedas en la mano; así sí; hice dos o tres tomas.
Lo del Tíbet se nos está poniendo muy complicado, nos dicen que el viaje en taxi puede durar diez días y ello con las expectativas de que pueda ser mucho más por las inundaciones y los desplazamientos de tierra. La otra entrada al Tíbet por Golmud es fea y cara, mas de veinticinco mil pesetas cada billete de autobús. No sabemos, el tiempo vuela, los transportes aquí se hacen lentos, de momento vamos a explorar la garganta del Yangtse, dos días andando por caminos bastante salvajes, después iremos hacia el límite con el Tíbet hacia una zona franqueadas de montañas que rondan los 7000 metros.
Lijiang, 6 de agosto
Asistimos a un concierto de música naxi. La mayoría de los componentes son ancianos, gente que ha vivido mucho, cierran los ojos, parecen ausentes de esta fiesta musical. ¿Qué hay en la cabeza de estos hombres que han vivido tanto? ¿Cómo será ser anciano y ver al público mientras se tañe uno de estos instrumentos de cuerda? Tener tan cerca estos hombres y mujeres me proporciona un espectáculo de rostros que puedo mirar a placer desde la primera fila. Canción de la siembra del arroz, se titula el tema que suena ahora.
Lijiang, 7 de agosto
Eran dos parejas de franceses, con ellos viajan seis niños. La mujer más joven, que habla español: “los niños son hijos míos, él es mi amigo”. Esta defensa del son mi hijos, enfrentar la vida desde la decidida toma de posición del yo ante el otro.
La reconcentrada expresión de los ancianos de ayer frente a sus instrumentos. La vida reducida, centrada en la sensibilidad inmediata de lo que nos rodea, el espacio físico, la casa, las personas, unas cuantas intuiciones que orientan la vida en la sencillez y en el acercamiento a cierta autenticidad, lejos de la numerosas trampas que tiende el mundo actual.
Alquilamos un coche para visitar un templo budista, después cambiamos planes y nos dirigimos a una montaña que se alzaba bellamente sobre el valle. Me sorprendió un cansancio extenuante después de tres o cuatro horas de camino; cuando me senté a descansar no era capaz de levantarme. En la bajada había pasado a través de una nube de avispas, unas avispas mucho más gruesas de las que conocemos y que no llegué a distinguir bien bajo el shock de las picaduras. ¡No pases, no pases!, le gritaba a Berta mientras trata de librarme desesperadamente de las avispas que se arremolinaban en mi cabeza. Corrí locamente hasta que estas desaparecieron. Mi cabeza se llenó inmediatamente de bultos, tenía un intensísimo dolor en el cuero cabelludo. Vacié sobre la arcilla del camino el agua que me quedaba e hice una masa de barro que me apliqué abundantemente sobre la cabeza. La impresión primera fue terrible. Se cuentan tantas historias de avispas... Me puse muy nervioso, poco después me empezaron a picar desesperadamente los pies. Había que bajar deprisa, podía haber complicaciones. A medio camino estaba exhausto. Berta cayó varias veces resbalando sobre un barro muy escurridizo. Paramos junto a un riachuelo, entonces empezó a picarme el cuerpo entero, todo la piel se me llenó de vistosos granitos que pedían ser rascados con toda la fuerza posible. Era incapaz de dejar de rascarme. También estaba mareado. Se juntó probablemente todo: cinco horas de marcha con el estómago vacío, la falta de entrenamiento, la situación provocada por las avispas.
Por la tarde conectamos por fin con nuestros hijos mediante un chat, tan rudimentario por entonces. Era una alegría infantil la de ver saltar las líneas sobre la pantalla del ordenador, toda una magnífica broma de festiva espontaneidad. Rodrigo respondía desde Calcuta, Micaela desde nuestra casa en Madrid, y nuestro primogénito desde Cork, en Irlanda.
Dormí pesadamente; cuando desperté prácticamente todos mis males del día anterior habían desaparecido. A la una nos fuimos para Zhongdian.
Una cuestión del día anterior. Esos monjes budista que encontramos al pie de nuestra ascensión, aburridos, ese aspecto de vulgaridad ¾que me parece¾, merodeando ellos sin cometido alrededor del taxi. Las pocas veces que hemos visto monjes me produjeron siempre una sensación de que hay algo que no cuadra con las lecturas que he hecho sobre budismo: ritos maquinales, venta de la liturgia, aspecto distraído, mendigos de aspecto vulgar.